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miércoles, febrero 12, 2014

La era postpanamax y la política hacia Cuba

por  Renato Recio/Progreso Semanal
En la primera semana de febrero se animó como muy pocas veces el debate sobre las relaciones entre Estados Unidos y Cuba…
En la primera semana de febrero se animó como muy pocas veces el debate sobre las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, luego de que una buena cantidad de medios de comunicación, y en primer lugar el influyente diario The Washington Post, publicaran varios materiales cuyos contenidos parecen atemperarse a lo que hace dos meses el presidente Obama declarara en Miami: “Tenemos que ser creativos y tenemos que ser reflexivos, y tenemos que continuar actualizando nuestras política.”
Mucha gente tomó nota de esas frases y consideró que el Presidente había dado a entender que él estaba considerando revisar las políticas hacia Cuba, pero todo siguió en calma hasta que Alfonso Fanjul, magnate azucarero de origen cubano, fuera entrevistado por The Washington Post.
Contrario a lo que todos podrían haber imaginado, Fanjul, de 76 años, y uno de los más conspicuos donantes de las organizaciones que actúan contra la revolución cubana, reconocía estar comenzando a mirar con apetitos inversionistas a la economía de la isla.
Adicionalmente confirmó que había comenzado a visitar Cuba (lo ha hecho en dos ocasiones, en 2012 y 2013) y a tener conversaciones con funcionarios cubanos de alto nivel. El permiso para viajar a Cuba no lo consiguió Fanjul como simple ciudadano, sino dentro de la modalidad “pueblo a pueblo” asociado a la Brookings Institution, un think tank que frecuentemente se ha dirigido a Obama para sugerirle políticas que actualicen la relación con Cuba.
Precisamente Ted Piccone, vice director de la Brookings Institution, recomendó al Presidente a fines de enero un paquete de medidas unilaterales para ampliar el comercio, los viajes y las comunicaciones con el pueblo cubano, entre las que se incluyen la expansión de las licencias generales para viajes y la eliminación de Cuba de las listas de Estados promotores del terrorismo. Propone incluso eliminar la espera de seis meses que debe cumplir cualquier embarcación que toque puertos cubanos antes de atracar en un puerto norteamericano.
“Este último paso es de un valor creciente de  nuestros propios intereses comerciales a medida que nos acercamos a la apertura del Canal de Panamá ampliado para 2015.” En estas palabras pueden estar encerradas las respuestas al ¿por qué ahora?
Una clave estaría en la puesta en marcha reciente del megapuerto de aguas profundas, terminal de contenedores y Zona Especial de Desarrollo de Mariel, a 45 kilómetros al oeste de La Habana, con potencialidad para reforzar la interacción de las cadenas comerciales y productivas de los grandes polos económicos de Asia-Pacífico con las Américas, utilizando grandes buques portacontenedores, de los conocidos como Postpamanax.
A mediados del pasado año el economista Pedro Monreal dio a conocer un artículo esclarecido: “La era Postpanamax: ¿una oportunidad para Cuba?”, en el cual afirma que el funcionamiento del puerto del Mariel podría ser parte efectiva de un proceso que reorganizará una parte sustancial de la producción y el comercio mundial contemporáneo.
“Si la incorporación de Cuba a ese proceso resultase beneficiosa para el capital transnacional, como todo parece indicar que es el caso, ello pudiera desatar dinámicas económicas y políticas inéditas para Cuba en el último medio siglo”, escribió Monreal.
A modo de ejemplo, el economista añadía que Mariel podría ser un factor en la reducción del costo de productos globales como el Iphone, en la estabilidad del suministro de los componentes que utilizan las plantas ensambladoras de Toyota en Alabama, Mississippi, y West Virginia, en el establecimiento de nuevos centros de distribución en la costa este de Estados Unidos.
De tal manera, si Mariel, un megapuerto, moderno, y geográficamente ubicado en “la llave del Golfo”, quedase fuera de ese proceso de reorganización del comercio mundial debido a la actual política estadounidense, se afectaría no solo el pequeño país antillano, sino también Estados Unidos.
La ya cercana era Postpanamax ha estado dinamizando el deseo casi simultáneo y reciente de invertir en Cuba que han expresado varios países como México, China, Rusia y Brasil: considérese que este último ha aportado un crédito de mil millones de dólares, destinado a la remodelación del puerto de Mariel, una cifra nada pequeña para una economía como la cubana.
También la Unión Europea ha manifestado en estos días su intención de relanzar las relaciones económicas y políticas con Cuba, país que acaba de mostrar capacidad de liderazgo continental al organizar brillantemente la II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), evento que reclamó con vigor el cese del embargo-bloqueo.
Por otra parte, tan pronto como en marzo de 2014, el Parlamento cubano se reunirá en sesión extraordinaria para discutir una nueva versión de la Ley para la Inversión Extranjera.
La concatenación de estos elementos dibuja un escenario propicio para estos nuevos vientos. A los que ha contribuido también, con una parcialidad pragmática el ex gobernador republicano Charlie Crist, hoy candidato demócrata a gobernador por la Florida.
“El embargo no ha hecho nada durante más de cincuenta años por cambiar el régimen en Cuba”, dijo Crist. “El cambio de estas políticas, que permitiría a los agricultores, manufactureros e industria de la construcción, vender bienes y servicios en Cuba, incrementaría la economía floridana y ayudaría a los negocios a crear más empleos en nuestro estado”, añadió.
Otros políticos como el exsenador federal Bob Graham y la representante Kathy Castor, ambos demócratas, se han expresado también recientemente de manera favorable a terminar el embargo de 52 años. La exsenadora estatal Nan Rich, rival de Crist, e igualmente candidata al cargo de gobernadora, también ha apoyado el cambio de política.
Una conjunción de voces Quizás estemos viendo un proceso de preparación mediática para facilitar que la Casa Blanca tome alguna iniciativa.
Nadie sabe el calibre de los cambios en que Obama está pensando, pero no puede pretender cambiar para que todo siga igual, aunque, eso sí, las iniciativas que anuncie, cualesquiera que sean, seguramente estarán rodeadas por esa cantinela sumamente agotada de que la Casa Blanca lo hace para ayudar a que el pueblo cubano alcance la libertad y el pleno disfrute de los derechos humanos y otras etcéteras.
Sería muy optimista esperar que hoy Washington quiera, o pueda, ofrecer a Cuba una relación normal, mutuamente ventajosa, donde no haya injerencias ni pretensiones de dominio, ni agresiones de ninguna clase; pero puede estarse forjando un paso hacia adelante. Lo otro será mañana y no ha de apreciarse demasiado lejano si se compara con el largo pasado.

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