Por: Arthur González
Los norteamericanos empeñados en apoderarse de Siria han gastado cientos de millones de dólares en conformar un ejército mercenario, al igual que hicieron en Libia.
Para aminorar la carga financiera arrastraron a países aliados de la OTAN, asegurándoles que todo se resolvería en pocos meses, pero la realidad ha sido bien diferente.
El conflicto fabricado desde Washington contra el presidente Bashar Al Assad, no les dio los resultados planificados, empantanándose en una guerra desgastante para los mercenarios que ven como la victoria no les sonríe y que el pueblo sirio apoya mayoritariamente a su presidente.
Ante este fracaso que va en picada, los yanquis en un acto de desesperación acudieron a peligroso tema de la guerra química, sin pensar en las consecuencias que esto traería para el pueblo sirio, entregándole a los mercenarios dichas armas, con el fin de acusar al gobierno y obtener el apoyo absoluto de sus aliados y de la opinión pública norteamericana e internacional.
Pero a los yanquis les salió “el tiro por la culata”, pues el pueblo norteamericano y menos aun sus más fuertes aliados como los británicos, no apoyan al presidente guerrerista Barack Obama en una tercera conflagración.
Estados Unidos tiene hoy la deuda externa más alta de toda su historia con más de 16 billones de dólares; la cámara de representantes no aceptó un acuerdo para cesar el pago de la deuda y en cambio presentó un plan para ligar un aumento en el límite de endeudamiento estadounidense con recortes al programa de reforma sanitaria del propio Obama.
El camino que tiene el Gobierno norteamericano ante sí, es sumamente delicado y peligroso; si no hay dinero los trabajadores estatales no podrán recibir sus salarios y por tanto tampoco habrá pagos oficiales, lo cual pudiera paralizar al país, con el consiguiente reclamo popular, algo que ya dejó serios indicios al movilizarse nuevamente en días pasados el grupo “Ocupantes de Wall Street”.
Las guerras son muy costosas en dinero y vidas humanas, solo se beneficia de ellas el complejo militar industrial norteamericano, el cual le vende armas y municiones a casi todo el mundo. Un solo misil Tomahawk cuesta un millón de dólares y en un conflicto se lanzan cientos. Mantener varios destructores en el Mediterráneo vale una fortuna diariamente.
Los pueblos conocen el precio que han pagado desde la guerra de Afganistán y la de Irak, las que se produjeron por intereses norteamericanos, quienes arrastraron a sus aliados para que pusieran los muertos, mutilados y heridos, algo que no desean seguir asumiendo.
Obama está en una encrucijada de la que es muy difícil salir. Por una parte está comprometido con su industria militar que da empleo a muchos ciudadanos y por otra la economía interna está de mal en peor y otra guerra la desgastará aun más.
Esperemos que escuche a la mayoría de su pueblo y desista de su empeño. De todas formas la suerte está echada y quedará para la historia como el presidente norteamericano más guerrerista, a pesar de ostentar el premio Nobel de la Paz
Los norteamericanos empeñados en apoderarse de Siria han gastado cientos de millones de dólares en conformar un ejército mercenario, al igual que hicieron en Libia.
Para aminorar la carga financiera arrastraron a países aliados de la OTAN, asegurándoles que todo se resolvería en pocos meses, pero la realidad ha sido bien diferente.
El conflicto fabricado desde Washington contra el presidente Bashar Al Assad, no les dio los resultados planificados, empantanándose en una guerra desgastante para los mercenarios que ven como la victoria no les sonríe y que el pueblo sirio apoya mayoritariamente a su presidente.
Ante este fracaso que va en picada, los yanquis en un acto de desesperación acudieron a peligroso tema de la guerra química, sin pensar en las consecuencias que esto traería para el pueblo sirio, entregándole a los mercenarios dichas armas, con el fin de acusar al gobierno y obtener el apoyo absoluto de sus aliados y de la opinión pública norteamericana e internacional.
Pero a los yanquis les salió “el tiro por la culata”, pues el pueblo norteamericano y menos aun sus más fuertes aliados como los británicos, no apoyan al presidente guerrerista Barack Obama en una tercera conflagración.
Estados Unidos tiene hoy la deuda externa más alta de toda su historia con más de 16 billones de dólares; la cámara de representantes no aceptó un acuerdo para cesar el pago de la deuda y en cambio presentó un plan para ligar un aumento en el límite de endeudamiento estadounidense con recortes al programa de reforma sanitaria del propio Obama.
El camino que tiene el Gobierno norteamericano ante sí, es sumamente delicado y peligroso; si no hay dinero los trabajadores estatales no podrán recibir sus salarios y por tanto tampoco habrá pagos oficiales, lo cual pudiera paralizar al país, con el consiguiente reclamo popular, algo que ya dejó serios indicios al movilizarse nuevamente en días pasados el grupo “Ocupantes de Wall Street”.
Las guerras son muy costosas en dinero y vidas humanas, solo se beneficia de ellas el complejo militar industrial norteamericano, el cual le vende armas y municiones a casi todo el mundo. Un solo misil Tomahawk cuesta un millón de dólares y en un conflicto se lanzan cientos. Mantener varios destructores en el Mediterráneo vale una fortuna diariamente.
Los pueblos conocen el precio que han pagado desde la guerra de Afganistán y la de Irak, las que se produjeron por intereses norteamericanos, quienes arrastraron a sus aliados para que pusieran los muertos, mutilados y heridos, algo que no desean seguir asumiendo.
Obama está en una encrucijada de la que es muy difícil salir. Por una parte está comprometido con su industria militar que da empleo a muchos ciudadanos y por otra la economía interna está de mal en peor y otra guerra la desgastará aun más.
Esperemos que escuche a la mayoría de su pueblo y desista de su empeño. De todas formas la suerte está echada y quedará para la historia como el presidente norteamericano más guerrerista, a pesar de ostentar el premio Nobel de la Paz
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