Por: Percy Alvarado
Cuba conoce abriles tristes desde hace mucho tiempo. Sus enemigos se han ensañado más de una vez contra ella de manera despiadada y golpeándola en su lado más sensible: sus propios hijos. Por eso, cuando llega Abril, muchos hogares son invadidos por esa tristeza que no se nos va del todo y queda allí, como recuerdo doloroso y llaga incurable. Es la hora del recuento, la hora de extrañar a aquellos a los que una vez la mano criminal arrancó de nuestro lado para poblarnos de ausencia y hacernos más firmes todavía, más comprometido con nuestro terco peregrinar hacia un futuro mejor.El terrorismo promovido por Estados Unidos y la mafia terrorista de Miami comenzó desde el principio mismo de la Revolución y aún permanece como una amenaza. Más de dos mil muertos nos ha cobrado, y miles de heridos, en esas últimas cinco décadas. Sus victimarios, sin embargo, aún se regodean entre la impunidad y sus propias vilezas. Son los hijos preferidos de Washington, sus creaciones malévolas que han usado para tratar de detenernos, para impedir nuestro tránsito hacia una vida mejor y más plena.
Abril, entonces, viene descarnado y triste para aquellos hogares en los que aún alguna madre llora al hijo asesinado y sin encontrar consuelo para su pena casi milenaria; viene también, apenado, hacia aquellos niños que han crecido esperando ante sus puertas al padre incapaz de volver a consolarlos y ofrecerles la tan necesaria carga de ternura y consejos. Ese ha sido el costo que hemos pagado, sin lugar a dudas, y ese es el fruto del accionar de gente monstruosa y sin escrúpulos.
Bien temprano, pues, nuestro pueblo comenzó a padecer el odio de sus enemigos. En abril de 1961 fue asesinado el obrero Rigoberto Sierra, cuando manos criminales al servicio de la CIA y de la contrarrevolución produjeron un sabotaje en el local de la revista Verde Olivo. Un hogar cubano sufrió entonces honda pena y luto. Sus victimarios clamaron de júbilo ante el bestial hecho.
Poco después se recrudecieron las acciones terroristas. Era la antesala de la próxima invasión de Playa Girón. Vuelos de aviones piratas, sabotajes a la conductora central de la Cuenca Sur, continuadas provocaciones en la Base Naval de Guantánamo, anunciaban que algo malo estaba por venir. El pueblo, sin embargo, no se amilanó y se preparó para defenderse. Dentro de este contexto, y como preludio de la agresión, sobrevino el criminal sabotaje a la tienda por Departamentos “El Encanto”.
Fe era toda fe en la Revolución.
Esta criminal acción se produjo a partir de la 7 de la noche del 13 de abril de 1961, iniciándose presumiblemente en el segundo piso del edificio, en el área de sastrería. Un rato después, a las 7.45 p.m., ya las llamas devoraban al inmueble en su totalidad. A pesar del esfuerzo inicial de los cuarenta trabajadores y siete milicianos que se encontraban en el lugar, las llamas consumieron implacablemente a toda la edificación.
Cuando eran evacuados los trabajadores y demás personas ante el peligro del incontrolable incendio, cuyas columnas de humo se contemplaban desde varias cuadras, una de las trabajadoras de la tienda regresó al lugar del siniestro. Era Fe del Valle, jefa del departamento de niños, ubicado en el cuarto piso. ¿Qué la hizo regresar y enfrentarse a una muerte segura? Para entenderlo, hay que conocer la breve historia de esta valerosa mujer.
Fe había nacido el 9 de agosto de 1917, en la ciudad de Remedios, antigua provincia de Las Villas, en el seno de una familia de no amplios recursos económicos. Luego de trasladarse a La Habana, en unión de su familia, decidió trabajar tempranamente, a partir de los quince años de edad, en la tienda “Fin de Siglo”. Luego se trasladó, en 1939, a la tienda “El Encanto”, donde permanecería hasta el momento de su muerte. Allí se destacó por su defensa a los derechos de los empleados, por su apoyo a la lucha por sindicalizarlos y, sobre todo, por su simpatía con los revolucionarios que combatían a la dictadura de Batista.
Al triunfo de la Revolución en enero de 1959, Fe volcó todo su entusiasmo y energías en apoyarla incondicionalmente. Se hizo miliciana y se incorporó a los Comités de Defensa de la Revolución. Aún se le recuerda recolectando fondos para comprar las armas necesarias para que Cuba pudiera defenderse de próximas y peligrosas agresiones. Aún se le recuerda, también, estimulando la idea de apadrinar una lejana y humilde escuelita situada en Mayarí, Oriente.
Esa mujer toda sencillez y entusiasmo, acarició la idea de apoyar la creación de los Círculos Infantiles donde las madres trabajadoras pudieran dejar a sus hijos mientras laboraban. Ese amor a los niños y a tan noble idea fue lo que la empujó esa noche a la muerte. Regresó para rescatar los fondos de la recaudación para construir dichos círculos, los que se hallaban en su taquilla. Las llamas, sin embargo, le impidieron salir y salvarse.
No tuvo dudas nuestro pueblo de cuál había sido la mano criminal que segó la vida de Fe del Valle y destruyó “El Encanto”. Poco tiempo después serían capturados los involucrados en este criminal sabotaje.
El principal encartado, Reynold González, cabecilla de la organización terrorista Movimiento Revolucionario del Pueblo y agente de la CIA, fue detenido el 11 de octubre de ese mismo año, al igual que otros criminales como Carlos González Vidal, Dalia Jorge Díaz y Juan Izquierdo Díaz. Antonio Veciana Blanch, jefe militar de este criminal grupo escapó hacia los Estados Unidos.
Los principales instigadores de este criminal hecho, radicados en las oficinas de la CIA en Langley, Virginia, escaparon sin embargo a la justicia.
No contentos con la derrota recibida en Girón, la CIA y sus lacayos en Cuba fraguaron otros criminales atentados como el ocurrido en el cine “Riego”, ubicado en Pinar del Río, ocasión en que hirieron a 40 personas (26 niños y 14 adultos). Este sabotaje puso en evidencia la falta de escrúpulos de los servidores del imperialismo y su odio irracional hacia el pueblo cubano y su Revolución.
Abril de 1961 trajo muerte a los cubanos. Muchos murieron defendiendo a la Patria de la artera agresión ocurrida en Girón. Otros fueron asesinados por las armas y aviones de los mercenarios, tal como ocurrió con Eduardo García Delgado. Pero habría para ellos otros tristes abriles por venir.
El terror contra Cuba continúa en abril.
Las organizaciones contrarrevolucionarias radicadas en Estados Unidos desarrollaron una criminal beligerancia contra los intereses de Cuba en el exterior y contra quienes simpatizaban con la Revolución en diferentes lugares del mundo. Decenas de atentados se ejecutaron contra misiones diplomáticas y representaciones cubanas en otros países.
El 4 de abril de 1972 fue asesinado el funcionario cubano Sergio Pérez del Castillo, cuando manos criminales de Omega-7, una de las más despiadadas organizaciones terroristas, colocaron una bomba en la oficina comercial de Cuba en Montreal, Canadá.
Hoy se conocen los detalles. Dirigida por el archicriminal Eduardo Arocena, Omega-7 agrupó a asesinos de la talla de Pedro Crispín Remón y Ramón Saúl Sánchez. Uno espera sentencia junto a Luis Posada Carriles en Panamá, mientras el otro se pasea libremente por las calles de Miami y planifica provocaciones y otros oscuros planes contra Cuba. Fueron estos individuos quienes asesinaron al cubano Sergio Pérez del Castillo, enlutando su hogar y causando gran pesar a su familia.
Cuatro años después, el 22 de abril de 1976, otros dos funcionarios diplomáticos cubanos fueron asesinados en Portugal, cuando una bomba estalla en las puertas de la embajada de Cuba en ese país.
La bomba conteniendo más de seis kilogramos de explosivos fue colocada a la entrada del edificio ubicado en la avenida Fontes Pereira de Melo # 19, en Lisboa, explotando exactamente a las 4.45 de la tarde y provocando la muerte inmediata de Adriana Corcho Callejas y de Efrén Monteagudo Rodríguez.
Los criminales que perpetraron el sabotaje no tuvieron en cuenta que pondrían en peligro a varios niños, hijos de funcionarios diplomáticos de la Isla, quienes regresaban siempre a esa hora de la escuela. Por azar, sólo por azar, estos se salvaron de una muerte segura al ser demorado su regreso a la sede de la embajada. De no haber sido así, hoy nuestro pueblo lloraría a más víctimas de las sucedidas ese nefasto 22 de abril de 1976.
Luchadora estudiantil contra la dictadura de Batista y militante de la Juventud Socialista, Adriana Corcho, madre de tres hijos y con 36 años de edad, ingresó en 1971 en el Ministerio de relaciones exteriores de Cuba. Luego de permanecer como diplomática en España hasta 1975, paso a trabajar en la embajada cubana en Portugal.
Su temprana muerte enlutó su hogar y privó a sus tres hijos de 10, 11 y 12 años del amor y los cuidados de su madre.
Por su parte, Efrén Monteagudo, quien contaba al morir 33 años de edad, provenía de una familia humilde y conoció a la miseria cercana y dolorosa. Privado de la posibilidad de estudiar debido a que tuvo que contribuir casi niño al sustento de la familia, la Revolución le permitió encontrar nuevos y más promisorios horizontes. Activo ante las múltiples tareas encaminadas a consolidar la naciente sociedad socialista, se incorporó al MINREX y cumplió importantes misiones en las sedes diplomáticas cubanas en el Reino Unido, Polonia y, finalmente, en Portugal.
Su injustificada muerte también llenó de luto un hogar cubano.
Cuando ser pescador y hombre humilde es un delito para algunos.
El 6 de abril de 1976 fue asesinado el pescador Bienvenido Máuriz Díaz, vinculado a la flota matancera, mientras pescaba pacíficamente en la zona ubicada entre Anguila y Cayo Sal, en las Bahamas. Varias lanchas piratas tirotearon con ametralladoras de gran calibre a los pesqueros Ferro 123 y Ferro 119, en los que varios pescadores cubanos tomaban del mar sus frutos para alimentar a su pueblo.
¿Qué provocó tal ensañamiento por parte de los navegantes de las lanchas piratas procedentes de la Florida?
Aún hoy resulta difícil de explicar la causa por la que estos terroristas descargaron su odio criminal contra humildes pescadores. Tal vez fue porque ellos representaban al pueblo cubano y a sus sueños emergentes de libertad. Tal vez porque ellos amaban al mundo nuevo, hecho a costa de sacrificios y laboriosidad, de esfuerzo y tenacidad, de apego a la nobleza y al humanismo.
Lo cierto es que mataron a Bienvenido sin piedad e hirieron a tres de sus compañeros, sumiendo a sus familiares y a los cubanos en una dolorosa experiencia.
Sin embargo, no los amedrentaron. No hubo temores ni flaquezas y siguieron pescando como digno honor a sus muertos. Así lo juraron aquel 10 de abril a lo largo del Muelle Real de la Ciudad de Matanzas, cuando miles de ciudadanos condenaron tan detestable hecho al filo del mediodía.
Por ello, cuando recuerdo a cada abril triste en nuestras vidas, pienso que hay también abriles luminosos y de digna respuesta ante el terror. El pueblo cubano, adolorido y conteniendo sus lágrimas, levantó en cada ocasión sus puños para condenar tales crímenes y para jurarle a sus muertos, que aún esperan justicia, no detenerse jamás en el empeño de alcanzar la felicidad.
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