Tomado Revista Buzos
Frente a la terrible amenaza del ébola, en el mundo surgieron de inmediato dos posiciones diametralmente opuestas, de un lado la decisión de combatir la epidemia hasta vencerla, salvando a la población amenazada en los países africanos y evitando la propagación del virus a otros continentes; ésta fue la actitud de miles de médicos cubanos que respondiendo al llamado de su Gobierno se alistaron voluntariamente, dispuestos a enfrentar la enfermedad en el occidente africano arrostrando el peligro mortal que el contagio representa. En el extremo opuesto están los países que, dejándose llevar por el miedo y la desinformación, se han limitado a tomar medidas para que el mal no llegue a su territorio, aislando a la población de los países afectados y cerrando sus fronteras para evitar el acceso de todo sospechoso de portar el virus, creyendo garantizar así el “estado de bienestar” de la población norteamericana a la que se ha encargado de alarmar a través de las campañas mediáticas que la han llevado al borde de la histeria.
La primera actitud conduce al envío oportuno de experimentados médicos, personal sanitario, medicamentos y equipo; corresponde a una visión humanista, solidaria con todos los pueblos pobres del mundo; y sólo podía adoptarla un país como Cuba, cuyo internacionalismo lo ha llevado a participar, siempre en primera línea, para llevar ayuda a más de 100 países que han sufrido epidemias, guerras o desastres naturales. La segunda actitud, característica de los países llamados de primer mundo, con Estados Unidos (EE. UU. ) a la cabeza, sólo acarrea el cierre de fronteras, suspensión de visas y el despliegue de tropas en zonas de riesgo para asegurar la contención de la epidemia. Mientras el Gobierno cubano se propone salvar a la población africana, el estadounidense, simulando proteger a los de casa, viola los derechos de médicos, militares y ciudadanos a quienes somete a cuarentenas y arrestos domiciliarios a su regreso de los países afectados, aunque las pruebas arrojen resultados negativos al ébola.
Es digno de admiración que Cuba esté en condiciones de poner este ejemplo al mundo entero, siendo un país pequeño, aislado no sólo geográficamente, sino por el asedio y el bloqueo económico al que EE. UU. lo ha sometido por décadas; sólo hay una explicación posible para tal proeza: el régimen económico y social imperante en la isla y el Gobierno correspondiente, capaz de formar médicos altamente calificados y con una elevada conciencia del deber social, dispuestos a luchar por el bien de la humanidad, a diferencia del individualismo y el afán de lucro que la ideología capitalista inculca a todo tipo de profesionistas, que jamás estarán dispuestos a exponer voluntariamente su seguridad personal en bien de sus semejantes.
Y es reprobable la reacción del imperialismo norteamericano, que en lugar de seguir el ejemplo de las brigadas cubanas de combate al ébola en África, ha reactivado su ofensiva ideológica, de un lado calumniando al Gobierno de la Isla para desvirtuar su loable objetivo y de otro incitando a los médicos cubanos que arriban a las misiones sanitarias para que deserten, seducidos con el señuelo de la vida americana. Así recompensa el imperio ese gesto de solidaridad y humanismo; pero no faltan voces que aún en el seno del capitalismo consideran héroes a quienes marchan como soldados de la salud para luchar contra el ébola, dispuestos a arriesgar su vida para salvar a la humanidad; y tampoco faltan los países que arrastrados por el ejemplo, se suman al gran esfuerzo de los médicos cubanos, tal es el caso de la Alianza Bolivariana de los Pueblos de Nuestra América.
Frente a la terrible amenaza del ébola, en el mundo surgieron de inmediato dos posiciones diametralmente opuestas, de un lado la decisión de combatir la epidemia hasta vencerla, salvando a la población amenazada en los países africanos y evitando la propagación del virus a otros continentes; ésta fue la actitud de miles de médicos cubanos que respondiendo al llamado de su Gobierno se alistaron voluntariamente, dispuestos a enfrentar la enfermedad en el occidente africano arrostrando el peligro mortal que el contagio representa. En el extremo opuesto están los países que, dejándose llevar por el miedo y la desinformación, se han limitado a tomar medidas para que el mal no llegue a su territorio, aislando a la población de los países afectados y cerrando sus fronteras para evitar el acceso de todo sospechoso de portar el virus, creyendo garantizar así el “estado de bienestar” de la población norteamericana a la que se ha encargado de alarmar a través de las campañas mediáticas que la han llevado al borde de la histeria.
La primera actitud conduce al envío oportuno de experimentados médicos, personal sanitario, medicamentos y equipo; corresponde a una visión humanista, solidaria con todos los pueblos pobres del mundo; y sólo podía adoptarla un país como Cuba, cuyo internacionalismo lo ha llevado a participar, siempre en primera línea, para llevar ayuda a más de 100 países que han sufrido epidemias, guerras o desastres naturales. La segunda actitud, característica de los países llamados de primer mundo, con Estados Unidos (EE. UU. ) a la cabeza, sólo acarrea el cierre de fronteras, suspensión de visas y el despliegue de tropas en zonas de riesgo para asegurar la contención de la epidemia. Mientras el Gobierno cubano se propone salvar a la población africana, el estadounidense, simulando proteger a los de casa, viola los derechos de médicos, militares y ciudadanos a quienes somete a cuarentenas y arrestos domiciliarios a su regreso de los países afectados, aunque las pruebas arrojen resultados negativos al ébola.
Es digno de admiración que Cuba esté en condiciones de poner este ejemplo al mundo entero, siendo un país pequeño, aislado no sólo geográficamente, sino por el asedio y el bloqueo económico al que EE. UU. lo ha sometido por décadas; sólo hay una explicación posible para tal proeza: el régimen económico y social imperante en la isla y el Gobierno correspondiente, capaz de formar médicos altamente calificados y con una elevada conciencia del deber social, dispuestos a luchar por el bien de la humanidad, a diferencia del individualismo y el afán de lucro que la ideología capitalista inculca a todo tipo de profesionistas, que jamás estarán dispuestos a exponer voluntariamente su seguridad personal en bien de sus semejantes.
Y es reprobable la reacción del imperialismo norteamericano, que en lugar de seguir el ejemplo de las brigadas cubanas de combate al ébola en África, ha reactivado su ofensiva ideológica, de un lado calumniando al Gobierno de la Isla para desvirtuar su loable objetivo y de otro incitando a los médicos cubanos que arriban a las misiones sanitarias para que deserten, seducidos con el señuelo de la vida americana. Así recompensa el imperio ese gesto de solidaridad y humanismo; pero no faltan voces que aún en el seno del capitalismo consideran héroes a quienes marchan como soldados de la salud para luchar contra el ébola, dispuestos a arriesgar su vida para salvar a la humanidad; y tampoco faltan los países que arrastrados por el ejemplo, se suman al gran esfuerzo de los médicos cubanos, tal es el caso de la Alianza Bolivariana de los Pueblos de Nuestra América.
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