Lo de Cuba y Estados Unidos se veía venir. Hace casi dos años, en mi primer análisis para La Prensa, escribí que “[c]on cuatro años más de Obama en la Casa Blanca a la vista, un flamante secretario de Estado que se opone abiertamente al embargo [John Kerry] y el comandante Chávez enfrentando un complicado cuadro clínico, la Cuba post-Chávez pasa irremediablemente por Washington”. Esa idea, por supuesto, no era ni nueva ni exclusivamente mía. Entre periodistas, analistas y observadores de los asuntos internacionales, el acercamiento entre Washington y La Habana era meramente una cuestión de tiempo. Y así fue. Más allá de los pequeños y simbólicos gestos de uno y otro lado –levantamiento de restricciones aquí y allá—, el primer contacto público llegó hace exactamente un año con el ya célebre apretón de manos en Johannesburgo, donde Obama y Raúl coincidieron en el funeral de Nelson Mandela [el gesto no carecía de precedentes: en 2000, Bill Clinton y Fidel Castro se dieron la mano en la ONU]. Así, el líder sudafricano –amiguísimo de Fidel Castro— se convirtió en el primero de una serie de mediadores entre ambas partes. El segundo fue el uruguayo José Mujica, que –según reportes sin confirmar— en junio le entregó al presidente cubano una carta en la que su homólogo estadounidense proponía discutir el levantamiento del embargo. De ahí siguió Panamá, que convirtió en prioridad la presencia cubana en la Cumbre de las Américas que nuestro país organizará en unos meses, y que anunció el fin de semana pasado que Cuba, en efecto, acudirá a una cumbre de la OEA por primera vez en medio siglo. El anuncio panameño –por si alguien aún no sabía por dónde iban los tiros— llegóapenas unos días después de que Barack Obama confirmara que ambos gobiernos llevaban casi un año en negociaciones para la liberación de Alan Gross, un contratista estadounidense preso en Cuba desde 2009 bajo cargos de espionaje. Aún falta hablar de mediadores, pero es imposible continuar sin meternos en lo de hoy. La dinámica entre cubanos y gringos era requeteconocida, pero muy pocos esperaban cambios radicales antes de la cumbre de Panamá. Y de repente, amanecemos con un runrún en los medios. Se confirma la liberación de Alan Gross. Comienza la especulación y se empieza a filtrar información. Se anuncia una intervención del presidente desde la Casa Blanca sobre el tema cubano y de repente, en pleno mediodía, aparece Obama en nuestras pantallas [¿el primer anuncio histórico en ser transmitido en vivo por internet?] dando un discurso que tardaremos meses en asimilar. Obama no habló por mucho tiempo, pero sus palabras dan para varios análisis profundísimos. Como todo gran discurso, nos ha dejado pensando en el futuro más que en el pasado. Y no solo en el futuro de las relaciones cubano-estadounidenses. Las palabras de Obama podrían tener repercusiones importantísimas tanto dentro de Estados Unidos como en las relaciones interamericanas como en el futuro del mundo. A continuación, y un poco a vuelapluma, intentaré explicar por qué. Para comenzar, lo de hoy llama la atención por dos cosas. Primero, lo rápido que suceden los eventos de puertas para adentro y lo poco que sabemos los ciudadanos de a pie. La manera como sucedió todo –tan vertiginosa, tan repentina— me hizo recordar cómo, hace 3 años y medio, Obama contaba chistes en la cena de corresponsales de la Casa Blanca mientras, en Pakistán, se ejecutaba la operación que daría con la muerte de Osama Bin Laden. Asimismo, las negociaciones para la liberación de Gross –y todo el intercambio de prisioneros que la rodea— y el gran volumen de actividad diplomática entre Washington y La Habana –incluyendo conversaciones telefónicas entre Obama y Castro— ocurrieron sin que el público tuviese la menor idea. Siempre he dicho que los periodistas políticos tenemos trabajos un poco ridículos, pues nos toca trabajar con lo que los gobiernos nos dejan saber y no con toda la verdad. Lo de hoy vuelve a confirmarlo. En segundo lugar, las palabras de Obama vuelven a subrayar la centralidad del espionaje y la inteligencia para la política internacional. El mandatario habló abiertamente de estos asuntos y explicó – grosso modo— el intercambio de prisioneros que está sirviendo de trampolín para los históricos cambios que se prevén. El punto es obvio: da igual lo que uno piense sobre el espionaje o la inteligencia, e incluso da igual si Alan Gross o cualquiera de los involucrados era o no culpable de espionaje. La verdad de fondo es que todos han servido de peones en un juego muchísimo más grande que ellos. Washington y La Habana saben lo que quieren, pero para llegar a ello es necesario negociar y generar un ambiente de confianza. Y, sea en EU, Cuba, Corea del Norte, Rusia o Irán, el intercambio de “espías” detenidos es una excelente manera de comenzar. La manera como Obama se refirió a los “agentes de inteligencia” fue solo una de las muchas instancias en una línea realmente impactante. Quizá me equivoque, pero hacía mucho tiempo que un presidente estadounidense no hablaba con tanta franqueza sobre un asunto tan delicado. Obama no llevaba ni un minuto hablando cuando dijo, como si nada, que su país intentó tumbar al gobierno cubano en Bahía de Cochinos. Poco después, reconoció –sin el menor problema— que “ningún país” los apoya en su actitud hacia Cuba. Luego explicó, como si fuera un frío analista y no el presidente de un país, cómo “no podían seguir haciendo lo mismo y esperar resultados distintos” y cómo las sanciones “no servían a los intereses” ni de unos ni de otros, haciendo mención de su relación con países como China y Vietnam (¿dónde quedaron las entrañables “libertad” y “democracia”?). Y, lejos de limitarse a hablar del intercambio de prisioneros o algún otro avance aislado, anunció tranquilamente que –“tras hablar con Raúl” (!!!)— el proceso va con todo: restablecimiento completo de relaciones diplomáticas, la revisión de la presencia cubana en la lista de “Estados patrocinadores del terrorismo”, la discusión en el Congreso del levantamiento del embargo y así sucesivamente. El hombre, ya desmelenado, incluso alabó el (ejemplar) rol cubano en la lucha contra el ébola, citó a José Martí y se animó a decir, en un español macarrónico, que la vida “no es fácil” y que “todos somos americanos”. Ver para creer. Ahora, sería una completa estupidez analizar las palabras de Obama –y, en general, el acercamiento entre cubanos y estadounidenses— limitándonos al aquí y al ahora. Lo de hoy, en el fondo, es un tema cuya profundidad apenas comenzamos a atisbar. Al explicar sus argumentos para cambiar su política hacia Cuba, Barack Obama reconoció el fracaso de la idea de que Estados Unidos puede imponer su voluntad a la fuerza a otros países. Esa idea, por supuesto, va mucho más allá del Caribe, y es básica para entender las situaciones en Irak, Afganistán, Irán, Libia, Rusia, Corea del Norte y muchos otros lugares. Por el lado militar, Washington nunca ha sido capaz de moldear un país de acuerdo a sus deseos con invasiones y ocupaciones. El récord al respecto es tan largo como claro, y tan desastroso como indignante. Por el lado económico, más de lo mismo. De hecho, todos los estudios serios sobre las sanciones estadounidenses a otros países arrojan resultados contundentes: no solo son increíblemente dañinas para la población civil –solo en Irak causaron la muerte de medio millón de niños en la década del 90— sino que nunca sirven para efectuar cambios de régimen. En general, nada une más a un pueblo y nada le proporciona un mayor sentido de propósito que la agresión extranjera. En un día como hoy, es necesario reconocer la resiliencia del gobierno cubano (y, guste o no, de su pueblo) ante década tras década de un asedio a todos los niveles. (Y como no podía ser de otra forma, al otro lado del espectro yace nuestro querido Panamá, donde las sanciones económicas en el bienio 1987-89 supusieron una cuña envenenada en el corazón del país, y donde la invasión militar de hace un cuarto de siglo fue celebrada por un sector importante de la sociedad.) Volvamos al tema. Es imposible saber qué va a salir de todo esto, pero es inevitable que será visto como un precedente en muchos países del mundo. El acercamiento con Irán parece cuestión de tiempo –lo que catapultaría a Obama al Olimpo de la historia—, pero, ¿qué hay de los demás casos? ¿Cómo se sostienen ahora las sanciones a Rusia, y la virulencia con la que todo lo ruso es tratado por una parte importante del establishment estadounidense? Dentro de estas preguntas, quizá ningún país merezca más miradas que Venezuela. El petróleo venezolano es el motivo por el que Cuba logró sobrevivir tras los terribles años que siguieron al colapso soviético, pero los efectos de la irracionalidad económica venezolana hacen que esa asistencia sea cada vez menos segura. En cierta manera, la velocidad con la que los cubanos parecen haber aceptado cambios tan drásticos en su relación con Washington –contradiciendo la línea gradual que habían seguido hasta ahora— habla volúmenes no solo de la situación cubana sino del estado de las cosas en Caracas. Esa moneda, a su vez, tiene dos caras. Porque a partir de hoy comienza a germinar otra idea: si Washington es capaz de darse un abrazo con Cuba, ¿por qué mantener tensiones y hostilidades con Ecuador, Nicaragua, Bolivia, Argentina o la misma Venezuela? Lo de hoy, de hecho, podría ser el primer paso de un camino mucho más largo. Son ya muchísimas las voces que han señalado el 'redescubrimiento' de su propio hemisferio como un movimiento geoestratégico absolutamente necesario para EU en el siglo XXI. De ser así, las consecuencias podrían ser enormes, desde la cooperación estadounidense en el proyecto del Canal de Nicaragua, el replanteamiento de los bloques económicos en el continente –Mercosur, Alianza del Pacífico, etc— o incluso cambios significativos en la “Guerra contra las Drogas”. Con el panorama que se abre, la Cumbre de Panamá va a ser una de las más importantes de la historia hemisférica. Y eso, finalmente, nos lleva a Panamá. Nuestro país tendrá la responsabilidad enorme de recibir a los líderes de las Américas en uno de los momentos más cruciales que se recuerden. Eso le da un rol importantísimo en lo que está ocurriendo. Lastimosamente, Panamá no parece preparada para jugar a esos niveles. En cierta manera, lo de hoy ofrece la oportunidad de reflexionar sobre nuestra decadencia diplomática. Mientras Obama agradecía al Papa Francisco y al gobierno de Canadá, yo no podía dejar de pensar en que ahí tendríamos que haber estado nosotros. Digámoslo alto y claro: Panamá tendría que haber sido la mediadora entre cubanos y estadounidenses. Y esto no es el sueño de un periodista. Durante los 70 y 80, en plena Guerra Fría, en tiempos mucho más peligrosos y complejos, Panamá medió magistralmente entre Washington y La Habana. Y el hombre clave fue el Coronel Manuel Antonio Noriega, jefe de la inteligencia panameña y único hombre que gozaba de la confianza tanto de Fidel Castro como de la CIA. En esta caricatura de país que hemos construido, muy pocos sabrán –y menos aún aceptarán— cómo Noriega negoció exitosamente la liberación en 1973 del capitán español José Villa Díaz, sentenciado a muerte dos años antes por los cubanos (también por espionaje); cómo evitó las muertes de cientos de estudiantes estadounidenses al mediar entre Fidel, el director de la CIA William Casey y el vicepresidente George H. W. Bush, durante la invasión estadounidense a Granada en 1983. Por todas estas cosas, Noriega fue remunerado económicamente por Langley, algo que nunca negó y que –contrario a lo que todos piensan al decir que “era un agente de la CIA”— le trajo enormes beneficios a nuestro país, le guste a quien le guste. Cubanos y estadounidenses acaban de comenzar un camino que será largo y difícil. A partir de enero, los republicanos controlarán el Congreso estadounidense, y nada garantiza que el gobierno cubano no vaya a entrar en pánico y termine deshaciendo todo lo logrado. En todo caso, y desde cualquier punto de vista, lo de hoy ha sido importante. Como panameños, sin embargo, es un día agridulce. Hoy hemos vuelto a ser meros expectadores en una historia en la que fuimos protagonistas. Hoy hemos comprobado una vez más que vamos en caída libre a nivel internacional. Se avecinan cambios profundos a nivel regional y mundial, y nuestro país no luce preparado. En abril tendremos una oportunidad de oro, pero yo no apostaría mucho. 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