
Una vez más, hay un serio propósito. Los gobernantes del mundo quieren Ucrania no sólo como una base de misiles; quieren su economía. El nuevo ministro de Finanzas de Kiev, Nataliwe Jaresko, es un ex alto funcionario del Departamento de Estado de Estados Unidos a cargo de la “inversión” en el extranjero. Se le concedió a toda prisa la ciudadanía ucraniana. Quieren a Ucrania por su abundante gas. El hijo del vicepresidente Joe Biden está en la junta de la mayor compañía de petróleo, gas y fracking de Ucrania. Los fabricantes de semillas transgénicas, empresas como la infame Monsanto, quieren el rico suelo agrícola de Ucrania.
Por encima de todo, quieren al poderoso
vecino de Ucrania, Rusia. Quieren balcanizar o desmembrar Rusia y
explotar la mayor fuente de gas natural en la tierra. Como se derrite el
hielo del Ártico, quieren el control del Océano Ártico y sus riquezas
energéticas y larga frontera terrestre ártica de Rusia. Su hombre en
Moscú solía ser Boris Yeltsin, un borracho, que entregó la economía de
su país a Occidente. Su sucesor, Putin, ha restablecido Rusia como
nación soberana; ese es su crimen.
El septuagésimo aniversario de la liberación
de Auschwitz ha sido un recordatorio del gran crimen fascista, cuya
iconografía nazi está impresa en nuestras conciencias. El fascismo se
conserva como historia, como parpadeo de imágenes de camisas negras, de
paso de ganso, de su nítida y terrible criminalidad. Sin embargo, en
las mismas sociedades liberales, cuyas élites nos instan a no olvidar
nunca, se suprime la evidencia del creciente peligro de una moderna
especie de fascismo, pues es su fascismo.
“Iniciar una guerra de
agresión…”, sentenciaron los jueces del Tribunal de Nuremberg en 1946,
“no es sólo un crimen internacional, es el supremo crimen internacional,
que sólo difiere de otros crímenes de guerra en el hecho de que
contiene en sí el mal acumulado del todo”.
Los nazis no habrían invadido Europa,
Auschwitz y el Holocausto no habrían tenido lugar. Si los Estados Unidos
y sus satélites no hubieran iniciado su guerra de agresión en Irak en
2003, casi un millón de personas estarían vivas hoy en día, y el Estado
islámico, o ISIS, no nos golpearía con su salvajismo. Ellos son la
progenie del fascismo moderno, destetados por las bombas, bañados en la
sangre y las mentiras de ese teatro surrealista conocido como noticias.
Al igual que el fascismo de los años 1930 y
1940, las grandes mentiras se difunden con precisión de metrónomo
gracias a unos omnipresentes y repetitivos medios y a una virulenta
censura por omisión. Tómese la catástrofe de Libia.
En 2011, la OTAN lanzó 9700 “incursiones de
ataque” contra Libia, de los cuales más de un tercio estaban dirigidas a
objetivos civiles. Se utilizaron ojivas de uranio, las ciudades de
Misurata y Sirte fueron alfombradas de bombardeos. La Cruz Roja
identificó fosas comunes, y Unicef informó que “la mayoría [de los niños
asesinados] no cumplían diez años”.
La sodomización pública del presidente libio
Muammar Gaddafi mediante una bayoneta “rebelde” fue recibida por la
entonces secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, con las
palabras: “Vinimos, vimos, murió.” Su asesinato, como la destrucción de
su país, se justificó con una gran y ya familiar mentira; que Gaddafi
estaba planeando un “genocidio” contra su propio pueblo. “Sabíamos que…
si esperábamos un día más”, dijo el presidente Obama, “Benghazi, una
ciudad del tamaño de Charlotte, podría sufrir una masacre que hubiera
resonado en toda la región y manchado la conciencia del mundo.”
Esta fue una idea de las milicias islamistas
que ansiaban la derrota de las fuerzas gubernamentales libias. Le
dijeron a Reuters que sería “un verdadero baño de sangre, una masacre
como la que vimos en Ruanda”. Difundida el 14 de marzo de 2011, la
patraña proporcionó la primera chispa para el infierno desatado por la
OTAN, descrito por David Cameron como una “intervención humanitaria”.
Secretamente abastecido y entrenado por la
SAS de Gran Bretaña, muchos de los “rebeldes” se convertirían en ISIS,
cuyo vídeo más reciente muestra la decapitación de 21 trabajadores
cristianos coptos secuestrados en Sirte, la ciudad destruida en su
nombre por los bombarderos de la OTAN.
Para Obama, David Cameron y el presidente
francés Nicolas Sarkozy, el verdadero crimen de Gadafi era la
independencia económica de Libia y su declarada intención de dejar de
vender las mayores reservas de petróleo de África en dólares
estadounidenses. El petrodólar es un pilar del poder imperial
estadounidense. Gaddafi, audazmente, planeaba suscribir una moneda
africana común respaldada por oro, establecer un banco universal África y
promover la unión económica entre los países pobres y con esos
recursos. Fuese o no a materializarse, la noción misma era intolerable
para los EE.UU., pues ya se preparaba para “entrar” en África y sobornar
a los gobiernos africanos con “asociaciones” militares.
Tras el ataque de la OTAN al amparo de una
resolución del Consejo de Seguridad, Obama, escribió Garikai Chengu,
“confiscó 30 mil millones de dólares del Banco Central de Libia,
cantidad que Gadafi había destinado para la creación de un Banco Central
Africano con el oro respaldando la futura moneda, el dinar africano”.
La “guerra humanitaria” contra Libia,
propició un modelo cercano a los corazones liberales occidentales,
especialmente en los medios de comunicación. En 1999, Bill Clinton y
Tony Blair enviaron a la OTAN para bombardear Serbia, porque (mintieron
de nuevo) los serbios estaban cometiendo “genocidio étnico” contra los
albaneses en la provincia secesionista de Kosovo. David Scheffer,
embajador de los Estado Unidos en misión especial para crímenes de
guerra [sic], afirmó que, por lo menos “225.000 hombres de etnia
albanesa de edades comprendidas entre 14 y 59″ podrían haber sido
asesinados. Ambos, Clinton y Blair, evocaron el Holocausto y “el
espíritu de la Segunda Guerra Mundial”. El heroico aliado de Occidente
era el Ejército de Liberación de Kosovo (ELK), cuyos criminales
antecedentes penales fue mejor dejar de lado. El ministro de Exteriores
británico, Robin Cook, les dijo que podían llamarlo a cualquier hora a
su teléfono móvil.
Con el bombardeo de la OTAN finalizado y
gran parte de la infraestructura de Serbia en ruinas, junto con las
escuelas, los hospitales, monasterios y la estación de televisión
nacional, los equipos forenses internacionales aterrizaron en Kosovo
para exhumar la evidencia del “holocausto”. El FBI no encontró una sola
fosa común y se fue a casa. El equipo forense español hizo otro tanto,
su director denunció airadamente “una pirueta semántica urdida por la
maquinaria de propaganda bélica”. Un año más tarde, un tribunal de las
Naciones Unidas sobre Yugoslavia anunció el recuento final de los
muertos en Kosovo: 2788. Esto incluyó combatientes de ambos bandos y
serbios y gitanos asesinados por el ELK. No hubo genocidio. El
“holocausto” era una mentira. El ataque de la OTAN había sido
fraudulento.
Detrás de la mentira, había un serio
propósito. Yugoslavia era una federación única, independiente,
multi-étnica que había destacado como un puente político y económico en
la Guerra Fría. La mayor parte de sus bienes y grandes industrias eran
de propiedad pública. Esto no era aceptable para la Comunidad Europea en
expansión, sobre todo recién unida Alemania, que comenzaba a dirigirse
al Este a fin de capturar su “mercado natural” en las provincias
yugoslavas de Croacia y Eslovenia. En el momento en que los europeos se
reunían en Maastricht, en 1991, para establecer sus planes para la
desastrosa zona euro, un acuerdo secreto había sido ya tomado: Alemania
reconocería Croacia. Yugoslavia estaba condenada.
En Washington, los EE.UU. vieron que a la
competitiva economía yugoslava le eran negados los préstamos del Banco
Mundial. La OTAN, entonces una reliquia de la Guerra Fría casi extinta,
se reinventó como ejecutor imperial. En la conferencia de “paz” para
Kosovo (1999) que tuvo lugar en Rambouillet, Francia, los serbios fueron
sometidos a las arteras tácticas de sus verdugos. El acuerdo de
Rambouillet incluye un Anexo B secreto, que la delegación de Estados
Unidos insertó en el último día. En dicho anexo se exigió la ocupación
militar de la totalidad de Yugoslavia -un país con amargos recuerdos de
la ocupación nazi-, la puesta en práctica de una “economía de libre
mercado” y la privatización de todos los activos del gobierno. Ningún
estado soberano podría firmar esto. El castigo sobrevino rápidamente:
Las bombas de la OTAN cayeron sobre un país indefenso, precursor de las
catástrofes en Afganistán e Irak, Siria y Libia, y Ucrania.
Desde 1945, más de un tercio de los miembros
de las Naciones Unidas -69 países- han sufrido, en mayor o menos
proporción, a manos del fascismo moderno norteamericano. Han sido
invadidos, sus gobiernos derrocados, sus movimientos populares
reprimidos, sus elecciones subvertidas, sus pueblos bombardeados y sus
economías despojadas de toda protección, sus sociedades sometidas al
asedio paralizante de las conocidas como “sanciones”. El historiador
británico Mark Curtis estima el número de muertos en millones. En todos
los casos, una gran mentira fue desplegada.
“Esta noche, por primera vez desde el 9/11,
nuestra misión de combate en Afganistán ha terminado.” Estas eran las
palabras con las que Obama abría, en 2015, el Estado de la Unión. De
hecho, unos 10.000 soldados y 20.000 contratistas militares
(mercenarios) permanecen en Afganistán en misión indefinida. “La guerra
más larga en la historia de los Estados Unidos está concluyendo de
manera responsable”, dijo Obama. Sin embargo, murieron más civiles en
Afganistán en 2014 que en cualquier otro año desde que la ONU tomó
registros. La mayoría de los asesinados -civiles y militares- en la
época de Obama como presidente.
La tragedia de Afganistán rivaliza con el
épico crimen perpetrado en Indochina. En su alabado y muy citado libro
‘El Gran Tablero de Ajedrez: Primacía Americana y su geoestratégica
Imperativos’, Zbigniew Brzezinski, padrino de la política de Estados
Unidos desde Afganistán hasta la actualidad, escribe que si Estados
Unidos ha de controlar Eurasia y dominar el mundo, no puede sostener una
democracia popular, ya que “la búsqueda del poder no es un objetivo que
requiera pasión popular… La democracia es enemiga de la movilización
imperial.” Está en lo cierto. Como WikiLeaks y Edward Snowden han
revelado, un estado de policial vigilancia está usurpando la democracia.
En 1976, Brzezinski, entonces Consejero de Seguridad Nacional del
presidente Carter, puso en práctica su doctrina al asestar un golpe
mortal a la primera y única democracia de Afganistán. ¿Quién sabe esta
historia crucial?
En la década de 1960, una revolución popular
recorrió Afganistán, el país más pobre en la tierra, derrocando
finalmente los vestigios del régimen aristocrático en 1978. El Partido
Democrático Popular de Afganistán (PDPA) formó un gobierno y declaró un
programa de reformas que incluía la abolición del feudalismo, la
libertad de todas las religiones, la igualdad de derechos para las
mujeres y la justicia social para las minorías étnicas. Más de 13.000
presos políticos fueron liberados y los archivos de la policía quemados
públicamente.
El nuevo gobierno introdujo la atención
médica gratuita para los más pobres; se abolió el peonaje, se puso en
marcha un programa de alfabetización masiva. Para las mujeres, las
ganancias eran desconocidas. A fines de 1980, la mitad de los
estudiantes universitarios eran mujeres, que representaban casi la mitad
de los médicos de Afganistán, una tercera parte de los funcionarios
públicos y la mayoría de los docentes. “Todas las niñas”, recordó Saira
Noorani, una mujer cirujano, “podían ir a la escuela secundaria y la
universidad. Podíamos ir a donde queríamos y gastar en lo que nos
gustaba. Solíamos ir a los cafés y al cine a ver la última película de
la India en viernes y escuchar la música más actual. Todo empezó a ir
mal cuando los muyahidines comenzaron a ganar. Solían matar maestros y
quemar escuelas. Estábamos aterrorizados. Era chocante y triste pensar
que fue a estos a los que Occidente apoyó”.
El gobierno del PDPA estaba respaldado por
la Unión Soviética, a pesar de que, como más tarde admitió el ex
secretario de Estado Cyrus Vance, “no había evidencia de cualquier
complicidad soviética [en la revolución]”. Alarmados por la creciente
confianza de los movimientos de liberación en todo el mundo, Brzezinski
decidió que si Afganistán tenía éxito en el marco del PDPA, su
independencia y su progreso podrían considerarse como “la amenaza de un
ejemplo prometedor”.
El 3 de julio de 1979, la Casa Blanca
autorizó secretamente apoyo a los grupos tribales “fundamentalistas”,
conocidos como los muyahidines, un programa que alcanzó la cifra de más
de 500 millones de dólares al año en armas estadounidenses y otro tipo
de asistencia. El objetivo era el derrocamiento del primer gobierno
secular y reformista de Afganistán. En agosto de 1979, la embajada de
Estados Unidos en Kabul informó que “los grandes intereses de los
Estados Unidos… serían servidos por la desaparición del gobierno LOPD, a
pesar de los contratiempos que ello podría significar para las futuras
reformas sociales y económicas en Afganistán. “
Los muyahidines fueron los precursores de
al-Qaeda y del Estado Islámico, a los cuales hay que incluir a Gulbuddin
Hekmatyar, que recibió decenas de millones de dólares en efectivo de la
CIA. La especialidad de Hekmatyar fue el tráfico de opio y arrojar
ácido en los rostros de las mujeres que se negaban a llevar el velo.
Invitado a Londres, fue alabado por la primera ministra Margaret
Thatcher como un “luchador por la libertad”.
Estos fanáticos podrían haber permanecido en
su mundo tribal si Brzezinski no hubiera auspiciado un movimiento
internacional para promover el fundamentalismo islámico en Asia Central y
así socavar la liberación política secular y “desestabilizar” a la
Unión Soviética, creando, como escribió en su autobiografía, “unos pocos
agitadores musulmanes”. Su gran plan coincidió con las ambiciones del
dictador paquistaní, el general Zia ul-Haq, de dominar la región. En
1986, la CIA y la agencia de inteligencia de Pakistán, el ISI,
comenzaron a reclutar a personas de todo el mundo para unirse a la yihad
afgana. El multimillonario saudí Osama bin Laden era uno de ellos. Los
técnicos que finalmente se unieron a los talibanes y al-Qaeda, fueron
reclutados en una universidad islámica en Brooklyn, Nueva York, a los
cuales se les da entrenamiento paramilitar en un campamento de la CIA en
Virginia. Esto se llamó “Operación Ciclón”. Su éxito se celebró en
1996, cuando el último presidente PDPA de Afganistán, Mohammed
Najibullah -que había ido antes de que la Asamblea General de la ONU
para pedir ayuda- fue colgado de una farola por los talibanes.
La “marcha atrás” de la Operación Ciclón y
sus “pocos agitadores musulmanes” se produce el 11 de septiembre de
2001, y la Operación Ciclón se convirtió en la “guerra contra el
terror”, en el que innumerables hombres, mujeres y niños perderían sus
vidas en todo el mundo musulmán, desde Afganistán a Irak, Yemen, Somalia
y Siria. El mensaje del verdugo era y sigue siendo: “Tú estás con
nosotros o contra nosotros”.
El hilo común con el fascismo pasado y el
fascismo presente, es el asesinato en masa. La invasión estadounidense
de Vietnam tuvo sus “zonas de fuego libre”, “recuento de cuerpos” y
“daños colaterales”. En la provincia de Quang Ngai, desde donde informé,
muchos miles de civiles (“gooks”) fueron asesinados por los EE.UU.; sin
embargo, sólo una, la masacre de My Lai, es recordada. En Laos y
Camboya, el mayor bombardeo aéreo de la historia produjo una época de
terror reconocible hoy por el espectáculo de cráteres de bombas unidas
que, contempladas desde el aire, conforman monstruosos collares. El
bombardeo propició en Camboya su propia ISIS, liderada por Pol Pot.
Hoy, la mayor campaña mundial de terror,
conlleva la ejecución de familias enteras, ya sean invitados de las
bodas, o dolientes asistentes a los funerales. Estos son víctimas de
Obama. Según el New York Times, Obama hace su selección a partir de una
“lista de muerte” de la CIA que se le presenta todos los martes en la
Sala de Situación de la Casa Blanca. Decide entonces, sin una pizca de
justificación legal, quién vivirá y quién morirá. Su arma de ejecución
es el misil Hellfire (fuego infernal) cargado por un avión no tripulado
conocido como “DRON”; estos cuecen sus víctimas y diseminan con sus
restos por la zona. Cada “éxito” está registrado en la pantalla de una
lejana consola denominada “BugSplat”.
“Para los del paso de la oca”, escribió al
historiador Norman Pollock, “lo hemos sustituido por la militarización,
aparentemente más inofensiva, de la cultura total. Y para ampuloso
líder, tenemos al reformador frustrado, alegremente trabajando,
planeando y ejecutando el asesinato, sonriendo todo el rato”
Uniendo el viejo y el nuevo fascismo,
tenemos el culto a la superioridad. “Creo en el excepcionalismo
americano con cada fibra de mi ser”, dijo Obama, evocando el fetichismo
nacional de la década de 1930. Como el historiador Alfred W. McCoy ha
señalado, fue un devoto de Hitler, Carl Schmitt, quien dijo: “El
soberano es el que decide la excepción.” Esto resume el americanismo, la
ideología dominante en el mundo. Que no se haya reconocido como una
ideología depredadora es el logro de un lavado de cerebro igualmente no
reconocido. Insidiosa, no declarada, presentada ingeniosamente como la
iluminación en la marcha, su vanidad insinúa la cultura occidental.
Crecí en una cinematográfica dieta de gloria americana, casi toda ella
una distorsión. No tenía ni idea de que fue el Ejército Rojo el que
había destruido la mayor parte de la maquinaria de guerra nazi, a un
costo de hasta 13 millones de soldados. Por el contrario, las pérdidas
estadounidenses, incluyendo en el Pacífico, fueron 400.000. Hollywood
invirtió todo esto.
La diferencia ahora es que el espectador
está invitado a empaparse en la “tragedia” de los psicópatas
estadounidenses que tienen que matar a personas en lugares distantes –
al igual que el propio Presidente los mata. La encarnación de la
violencia de Hollywood, el actor y director Clint Eastwood, fue nominado
a un Oscar este año por su película, ‘American Sniper’, que trata sobre
un asesino chiflado y con licencia. El New York Times lo describió como
un “cuadro patriótico, pro-familia, que rompió todos los récords de
asistencia en sus días de apertura”.
No hay películas heroicas acerca del abrazo
los Estados Unidos al fascismo. Durante la Segunda Guerra Mundial,
Estados Unidos (y Gran Bretaña) fueron a la guerra contra los griegos
que habían luchado heroicamente contra el nazismo alemán y que
resistieron al avance del fascismo griego. En 1967, la CIA ayudó a
llevar al poder a una junta militar fascista en Atenas -como lo hizo en
Brasil y la mayor parte de América Latina. A los Alemanes y europeos
del este que habían actuado en connivencia con la agresión nazi y habían
sido responsables de crímenes contra la humanidad, se les dio refugio
en los EE.UU.; muchos de los cuales fueron mimados y sus talentos
recompensados. Wernher von Braun fue el “padre”, tanto de la V-2, bomba
de terror nazi, y del programa espacial de Estados Unidos.
En la década de 1990, como las ex Repúblicas
Soviéticas, Europa del Este y los Balcanes se convirtieron en puestos
militares de la OTAN, y en Ucrania, a los herederos de un movimiento
nazi se les dio su oportunidad. Responsable de la muerte de miles de
judíos, polacos y rusos durante la invasión nazi de la Unión Soviética,
el fascismo ucraniano fue rehabilitado y su “nueva ola” aclamada por el
verdugo como “nacionalistas”.
Esto llegó a su apogeo en 2014, cuando el
gobierno de Obama gastó 5000 millones de dólares en un golpe de Estado
contra el gobierno electo. Las tropas de choque eran neonazis conocidos
como el sector derecho y Svoboda. Sus líderes son Oleh Tyahnybok, quien
ha pedido una purga de la “mafia judía-moscobita” y “demás escoria”,
como son los gays, las feministas y los de la izquierda política.
Estos fascistas están ahora integrados en el
gobierno golpista Kiev. El primer vicepresidente del Parlamento de
Ucrania, Andriy Parubiy, líder del partido de gobierno, es co-fundador
de Svoboda. El 14 de febrero, Parubiy anunció que estaba volando a
Washington para conseguir “que los EE.UU. nos proporcione armas modernas
de alta precisión”. Si tiene éxito, será visto como un acto de guerra
por parte de Rusia.
Ningún líder occidental ha hablado sobre el
resurgimiento del fascismo en el corazón de Europa – con la excepción de
Vladimir Putin, cuyo pueblo perdido 22 millones merced a una invasión
nazi que llegó a través de la frontera de Ucrania. En la reciente
Conferencia de Seguridad de Munich, el Subsecretario de Estado de Obama,
de Asuntos Europeos y de Eurasia, Victoria Nuland, acusó a los líderes
europeos de oponerse a la entrega de armamento estadounidense al régimen
de Kiev. Se refirió a la ministra de Defensa alemana como “la ministra
del derrotismo”. Fue Nuland quién planeó el golpe de Estado en Kiev. La
esposa de Robert D. Kagan, un iluminado líder “neocon” co-fundador del
Proyecto de extrema derecha para un Nuevo Siglo Americano, que fue
asesor de política exterior de Dick Cheney.
El golpe de Nuland no se materializó. La
OTAN fue prevenida de cualquier intento de apoderarse de la histórica y
legítima base naval rusa en Crimea. Mayoritariamente rusa, la población
de Crimea —anexada ilegalmente a Ucrania por Nikita Kruschev en 1954—
votó abrumadoramente volver a Rusia, como ya lo habían hecho en la
década de 1990. El referéndum, voluntario y popular, fue observado a
nivel internacional. No hubo invasión.
Al mismo tiempo, el régimen de Kiev se cebó,
con la ferocidad de una limpieza étnica, con la población rusa en el
este. Implementando las milicias neonazis a la manera de las Waffen-SS,
bombardearon y pusieron ciudades y pueblos al asedio. Utilizaron una
hambruna masiva como arma, cortando la electricidad, congelando las
cuentas bancarias, suprimiendo la seguridad social y las pensiones. Más
de un millón de refugiados huyeron a través de la frontera con Rusia. En
los medios de comunicación occidentales, se convirtieron en “gente
escapando de la violencia” causada por la “invasión rusa”. El comandante
de la OTAN, general Breedlove —cuyo nombre y acciones podrían haber
sido inspirados por el Dr. Strangelove de Stanley Kubrick— anunció que
40.000 soldados rusos se estaban “concentrando”. En la era de la
evidencia forense vía satélite, él no ofreció ninguna.
Estas personas de habla rusa y bilingüe de
Ucrania —un tercio de la población— han buscado durante mucho tiempo una
federación que refleje la diversidad étnica del país y que sea a la vez
autónoma e independiente de Moscú. La mayoría no son “separatistas”,
sino ciudadanos que quieren vivir con seguridad en su patria y que se
oponen al poder instaurado en Kiev. Su rebelión y el establecimiento de
“estados” autónomos son una reacción a los ataques de Kiev a ellos. Poco
de esto se ha explicado al público occidental.
El 2 de mayo de 2014, en Odessa, 41 personas
de etnia rusa fueron quemadas vivas en la sede sindical ante la
pasividad de la policía. El líder del Ala Derecha, Dmytro Yarosh, elogió
la masacre como “un brillante día más de nuestra historia nacional”. En
los medios de comunicación estadounidenses y británicos, esto fue
publicado como una “turbia tragedia” resultante de “enfrentamientos”
entre “nacionalistas” (neo-nazis) y “separatistas” (la gente que recoge
firmas para un referéndum sobre una Ucrania federal).
The New York Times enterró la historia, tras
haberla calificado de propaganda rusa las políticas fascistas y
antisemitas de los nuevos clientes de Washington. The Wall Street
Journal condenó a las víctimas – “Fuego mortal en Ucrania, probable
causado por los rebeldes, ha dicho el gobierno”. Obama felicitó a la
Junta por su “moderación”.
Si Putin puede ser provocado para que
viniera en su ayuda, su papel de “paria” pre-concebido por Occidente
justificará la mentira de que Rusia está invadiendo Ucrania. El 29 de
enero, el máximo comandante militar de Ucrania, el general Viktor
Muzhemko, casi sin darse cuenta desestimó la base misma de la
argumentación de los Estados Unidos y las sanciones de la UE sobre Rusia
cuando, enfáticamente, declaró en una conferencia de prensa: “El
ejército ucraniano no está luchando contra las unidades regulares del
Ejército ruso” . Había “ciudadanos” que eran miembros de “grupos armados
ilegales”, pero no hubo invasión rusa. Esto no fue noticia. Vadym
Prystaiko, viceministro de Relaciones Exteriores de Kiev, ha llamado a
la “guerra a gran escala” contra la Rusia de las armas nucleares.
El 21 de febrero, el senador estadounidense
James Inhofe, republicano de Oklahoma, presentó un proyecto de ley que
autorizaría el suministro de armas americanas al régimen de Kiev. En su
presentación al Senado, Inhofe utiliza fotografías como prueba de que
eran tropas rusas las que invaden Ucrania, fotografías que durante
mucho tiempo han sido utilizadas y que han resultado ser falsas.
Reminiscencia de los cuadros falsos de Ronald Reagan simulando una
instalación soviética en Nicaragua, o las pruebas falsas de Colin Powell
ante la ONU simulando armas de destrucción masiva en Irak.
La intensidad de la campaña de desprestigio
desatada en contra de Rusia y la representación de su presidente como un
villano de pantomima, supera todo cuanto he conocido como periodista.
Robert Parry, uno de los periodistas de investigación más destacados de
Estados Unidos, que reveló el escándalo Irán-Contra, escribió
recientemente: “Ningún gobierno europeo, desde la Alemania de Adolf
Hitler, ha tenido a bien enviar tropas de asalto nazis para hacer la
guerra a su propia población, pero el régimen de Kiev lo ha hecho a
sabiendas e intencionadamente. Sin embargo, a través del espectro
mediatico/político de Occidente, ha habido un deliberado esfuerzo de
encubrir esta realidad hasta el punto de ignorar hechos que han sido
bien establecidos… Si usted se pregunta cómo el mundo podría sumergirse
en la tercera guerra mundial -tanto como lo hizo en la guerra mundial
hace un siglo- todo lo que necesita hacer es mirar a la locura sobre
Ucrania que ha demostrado ser impermeable a los hechos y a la razón”.
En 1946, el fiscal del Tribunal de Nuremberg
declaró a los medios de comunicación alemanes:. “El uso que los
conspiradores nazis hicieron de la guerra psicológica es bien conocido.
Antes de cada gran ataque, con algunas pocas excepciones basadas en la
conveniencia, iniciaron una calculada campaña de prensa para debilitar a
sus víctimas y preparar al pueblo alemán psicológicamente para el
ataque… En el sistema de propaganda del Estado hitleriano, la prensa
diaria y la radio eran las armas más importantes”. En The Guardian el 2
de febrero, Timothy Garton-Ash llama, en efecto, a una guerra mundial.
“Putin debe ser detenido”, decía el titular. “Y a veces sólo las armas
pueden parar a las armas.” Reconoció que la amenaza de la guerra podría
“nutrir una paranoia rusa de cerco”; pero que estaba bien. Detalló el
equipo militar necesario para el trabajo e informó a sus lectores de que
“Estados Unidos tiene el mejor kit”.
En 2003, Garton-Ash, profesor de Oxford,
repite la propaganda que llevó a la masacre en Irak. Saddam Hussein,
escribió Garton-Ash, “tiene, como [Colin] Powell ha documentado,
almacenadas grandes cantidades de horribles armas químicas y biológicas,
y esconde una gran parte de ellas. Él todavía está tratando de
conseguir las nucleares.” Alabó a Blair como “Gladiador intervencionista
cristiano-liberal”. En 2006, escribió: “Ahora nos enfrentamos a la
próxima gran prueba de Occidente después de Irak: Irán.”
Los arrebatos -o como prefiere Garton-Ash,
su “tortuosa ambivalencia liberal”- no son las típicas de los de la
élite liberal transatlántica que han llegado a un acuerdo fáustico. El
Blair criminal de guerra es su líder perdido. The Guardian, en el que el
artículo de Garton-Ash apareció, publicó un anuncio de página completa
para un bombardero americano indetectable. En una imagen amenazadora del
monstruoso Lockheed Martin podía leerse: “El F-35 GRAN Para Gran
Bretaña.”. Este “kit” mericano costará a los contribuyentes británicos
1,3 mil millones de libras, sus predecesores F-modelo han estado
masacrando el mundo. En sintonía con su publicista, un editorial de The
Guardian ha exigido un aumento en el gasto militar.
Una vez más, hay un serio propósito. Los
gobernantes del mundo quieren Ucrania no sólo como una base de misiles;
quieren su economía. El nuevo ministro de Finanzas de Kiev, Nataliwe
Jaresko, es un ex alto funcionario del Departamento de Estado de Estados
Unidos a cargo de la “inversión” en el extranjero. Se le concedió a
toda prisa la ciudadanía ucraniana. Quieren a Ucrania por su abundante
gas. El hijo del vicepresidente Joe Biden está en la junta de la mayor
compañía de petróleo, gas y fracking de Ucrania. Los fabricantes de
semillas transgénicas, empresas como la infame Monsanto, quieren el rico
suelo agrícola de Ucrania.
Por encima de todo, quieren al poderoso
vecino de Ucrania, Rusia. Quieren balcanizar o desmembrar Rusia y
explotar la mayor fuente de gas natural en la tierra. Como se derrite el
hielo del Ártico, quieren el control del Océano Ártico y sus riquezas
energéticas y larga frontera terrestre ártica de Rusia. Su hombre en
Moscú solía ser Boris Yeltsin, un borracho, que entregó la economía de
su país a Occidente. Su sucesor, Putin, ha restablecido Rusia como
nación soberana; ese es su crimen.
La responsabilidad de todos nosotros es
clara. Consiste en identificar y exponer las imprudentes mentiras de
los belicistas y evitar toda connivencia con ellos. Si permanecemos en
silencio, nuestra derrota está asegurada, y un holocausto hace señas.
visto en Arrezafe

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