Esta cinta provoca el debate y pone sobre la mesa asuntos medulares de la sociedad cubana actual. Por un lado, está la situación de un niño que tiene que lidiar con una madre adicta y convive en un medio marginal. Mientras, del otro, Carmela constituye el contrapeso al encarnar a la maestra preocupada.
Nadie piense que el filme recreó situaciones de pura ficción. En la Cuba de hoy afloran conductas inadecuadas, incompatibles con las normas más esenciales de la convivencia en sociedad. También en nuestras calles los niños juegan a las chapitas (los llamados fuelles) y venden palomas para vivir. Comportamientos similares se manifiestan en las escuelas. Muchos llegan tarde a las aulas, con el uniforme deshecho. Discuten con sus compañeros, se ríen de las muchachas y les contestan a las maestras.
Hace unos días, la madre de una adolescente se mostraba muy turbada porque su hija no quería ir a la secundaria. Resulta que sus amiguitos del aula se burlaban de ella y le levantaban la saya. En los alrededores del aludido plantel, también preocupa la presencia de unos jóvenes, bastante mayorcitos, quienes esperan la salida de las estudiantes para enamorarlas.
Por cierto, la mayoría de esas candidatas a novias visten de manera inapropiada, pues la saya de su uniforme no supera los 12 centímetros de largo. Llevan decenas de adornos en el pelo, las uñas acrílicas y una buena cantidad de prendas.
Muchos factores favorecen las indisciplinas dentro y fuera de las instituciones educacionales. En el año 2012, y a través de la Resolución Ministerial no. 11, quedó instituido el nuevo reglamento escolar, y además, en cada escuela existe un reglamento interno que se colegia entre docentes, familia y alumnos. ¿Por qué entonces no se cumplen estas regulaciones?
Los profesores ocupan un papel primordial en esta problemática. A ellos les compete formar a los educandos como seres dignos y respetuosos; pero no se puede dar lo que no se tiene. El maestro tiene que ser ejemplo ante el alumno. Sin embargo, algunos se presentan en el aula a dar clases con un vestuario inadecuado. Incluso, una vez quedé estupefacta en una escuela al ver que uno de sus directivos lucía un impactante casquillo de oro en uno de sus molares.
No podemos desestimar tampoco que en los últimos años el sistema educacional cubano ha pasado por momentos difíciles con la fuerza laboral. Solo en este curso escolar, 139 profesionales en Villa Clara abandonaron el magisterio y más de 800 se encuentran inactivos por diferentes causas (certificados médicos, licencias de maternidad). Entonces, para lograr la cobertura docente necesaria se apeló a los contratos y estudiantes en formación, lo que va en detrimento de la óptima calidad.
A pesar de las manchas del sol, buena parte de los educadores cubanos se esfuerzan para dejar una huella positiva entre sus alumnos y asumen el magisterio con dignidad y verdadera vocación. Estos seguidores del maestro Félix Varela tienen incluso mayor protagonismo en la enseñanza de los niños y jóvenes que la propia familia.
Antes, la palabra del profesor era ley y los padres regañaban a sus hijos frente al maestro. Hoy, muchas veces sucede todo lo contrario, y no faltan madres que ridiculizan y hasta ofenden a los educadores para «defender» los intereses de su descendencia.
La familia tiene una responsabilidad gigantesca en la educación de las nuevas generaciones. En los hogares disfuncionales crecen muchos de los futuros transgresores de la ley. Ahora a los padres les preocupa en demasía la ropa del pequeño. Se ocupan demasiado por las apariencias y una buena parte deja a un lado las verdaderas esencias que guiarán a sus hijos por el buen camino.
Queda mucho por hacer en ese sentido. Se precisan cientos de Carmelas para cambiar la vida de esos Chalas que hoy viven en nuestros barrios. Bueno sería empezar desde hoy a destorcer el futuro de nuestros niños y jóvenes. No hay imposibles para quienes apuesten por un futuro de buenas conductas. (Leslie Díaz Monserrat)
Nadie piense que el filme recreó situaciones de pura ficción. En la Cuba de hoy afloran conductas inadecuadas, incompatibles con las normas más esenciales de la convivencia en sociedad. También en nuestras calles los niños juegan a las chapitas (los llamados fuelles) y venden palomas para vivir. Comportamientos similares se manifiestan en las escuelas. Muchos llegan tarde a las aulas, con el uniforme deshecho. Discuten con sus compañeros, se ríen de las muchachas y les contestan a las maestras.
Por cierto, la mayoría de esas candidatas a novias visten de manera inapropiada, pues la saya de su uniforme no supera los 12 centímetros de largo. Llevan decenas de adornos en el pelo, las uñas acrílicas y una buena cantidad de prendas.
Muchos factores favorecen las indisciplinas dentro y fuera de las instituciones educacionales. En el año 2012, y a través de la Resolución Ministerial no. 11, quedó instituido el nuevo reglamento escolar, y además, en cada escuela existe un reglamento interno que se colegia entre docentes, familia y alumnos. ¿Por qué entonces no se cumplen estas regulaciones?
Los profesores ocupan un papel primordial en esta problemática. A ellos les compete formar a los educandos como seres dignos y respetuosos; pero no se puede dar lo que no se tiene. El maestro tiene que ser ejemplo ante el alumno. Sin embargo, algunos se presentan en el aula a dar clases con un vestuario inadecuado. Incluso, una vez quedé estupefacta en una escuela al ver que uno de sus directivos lucía un impactante casquillo de oro en uno de sus molares.
No podemos desestimar tampoco que en los últimos años el sistema educacional cubano ha pasado por momentos difíciles con la fuerza laboral. Solo en este curso escolar, 139 profesionales en Villa Clara abandonaron el magisterio y más de 800 se encuentran inactivos por diferentes causas (certificados médicos, licencias de maternidad). Entonces, para lograr la cobertura docente necesaria se apeló a los contratos y estudiantes en formación, lo que va en detrimento de la óptima calidad.
A pesar de las manchas del sol, buena parte de los educadores cubanos se esfuerzan para dejar una huella positiva entre sus alumnos y asumen el magisterio con dignidad y verdadera vocación. Estos seguidores del maestro Félix Varela tienen incluso mayor protagonismo en la enseñanza de los niños y jóvenes que la propia familia.
Antes, la palabra del profesor era ley y los padres regañaban a sus hijos frente al maestro. Hoy, muchas veces sucede todo lo contrario, y no faltan madres que ridiculizan y hasta ofenden a los educadores para «defender» los intereses de su descendencia.
Queda mucho por hacer en ese sentido. Se precisan cientos de Carmelas para cambiar la vida de esos Chalas que hoy viven en nuestros barrios. Bueno sería empezar desde hoy a destorcer el futuro de nuestros niños y jóvenes. No hay imposibles para quienes apuesten por un futuro de buenas conductas. (Leslie Díaz Monserrat)
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