Resulta evidente que los últimos treinta o cuarenta años han marcado
un antes y un después en la tolerancia de la Tierra antes quienes la
habitamos. Sembramos causas, recogemos consecuencias buenas o no. Esta
es una ley infalible a todos los niveles, tanto materiales como
espirituales.
Cuando nos encontramos como testigos o víctimas de los movimientos de “reajuste”, de nuestro Planeta (activación de volcanes, sequías extremas, inundaciones, maremotos, huracanes, tsunamis, deshielo polar, terremotos, incendios por causas naturales, avance de los desiertos, cambios bruscos de condiciones atmosféricas, y otros de índole parecida) no podemos dejar de pensar en una rebelión de los cuatro elementos constituyentes de la materia. Y si a esta materia natural añadimos la que nutre los telediarios y la prensa, ¿No obtenemos una versión dantesca del infierno en lugar de la beatitud del paraíso capitalista y su Estado del Bienestar que nos prometieron con el famoso “Progreso”? ¿Acaso no hemos sido engañados hasta llegar a este límite dantesco?
Démosle el nombre que queramos: Apocalipsis, Cambio Climático Perverso, Desestabilización General de las Condiciones Biológicas planetarias…. Es el caso que asistimos impotentes a una contestación geo-biológica,de las condiciones de vida en la Tierra, le llamemos como le llamemos. Rebelión esta tan dañina para los hombres por ser la respuesta a las alteraciones antinaturales con que diariamente agredimos, como género humano, a nuestra madre Tierra. Naturalmente, que no todos por igual, y que los mayores agresores habitan en los lugares privilegiados donde – de momento- pueden estar a salvo de los males que provocan.
La respuesta, sin embargo, de muchos ignorantes o escépticos ante todos estos cambios que experimenta nuestro Planeta suele ser: “¡La Naturaleza siempre actúa de un modo imprevisible en todos los tiempos, y sucedería lo mismo sin la intervención del género humano”!.. Quienes así opinan suelen ser los partidarios del “Progreso” ,los irreductibles ciegos de todos los tiempos y los mismos que consideran que la Naturaleza es el objeto y cada uno es el sujeto que debe dominarla y explotarla para su beneficio particular, y a veces, sufrir duras consecuencias producto de una especie de lotería cósmica. Los partidarios de “progreso y crecimiento económico ilimitado son de la opinión de que la Tierra les pertenece, (especialmente si son ricos o pretenden serlo); creen, aunque no hayan pensado en ello, en la división de “papeles” entre “Observador y Observado”; entre mente y conciencia, etc. Con un fino bisturí afilado por su intelecto separan todo eso, defienden lo que llaman objetividad científica, y profesan en todo el pensamiento clásico del materialismo, olvidando que ese pensamiento ya ha sido cuestionado y superado por la física cuántica, por cierto cada vez más próxima al misticismo a raíz del descubrimiento de los “cuantos” o “paquetes de energía” que nos son suministrados a diario a todo el Cosmos. Y Cosmos somos, y energía somos que se alimenta de energía cuántica procedente del Sol Central del Universo, la fuente de energía omnipresente según enseña el cristianismo originario. Y la energía tiene sus leyes, una de las cuales es la ley de causa y efecto.
Alterar el orden de la Naturaleza con explosiones, radiactividad, venenos en los campos, desechos industriales, vertederos marinos, presas en los ríos y otras formas de manifestar la codicia de unos pocos caiga quien caiga, muestra la ceguera del que no cree que él también caerá por lo mismo que provoca. Y lo que provoca está a la vista en los telediarios del mundo todos los días y muchos sufren eso mismo todos los días. Cambio climático, Apocalipsis mundial, todo eso es lo que vemos extenderse por toda la Tierra de un modo imparable y la última causa de todo eso no radica en la materia, ni en el azar cósmico, sino en el terreno del espíritu humano; en la codicia, en el deseo enfermizo de tener, en el deseo enfermizo de reconocimiento, en la envidia de lo que otros poseen, especialmente presente en aquellos cuyo poder en el mundo puede provocar tanta destrucción como vemos sin que sus causantes se den por aludidos. Pero por la ley cósmica, el que siembra vientos ya sabemos lo que recoge antes o después según la medida de sus siembras.
Y mientras los recalcitrantes materialistas, y los científicos retrógrados sin otra conciencia que la de esclavos de multinacionales o de su ego intelectual alejado de la ciencia actual consideran la Realidad disgregada en parcelas cerradas y en las que las causas espirituales no cuentan, la nueva ciencia física tiende a unir todos los fragmentos para reconstruir una Realidad Cósmica olvidada interesadamente por el ego humano, donde tiene cabida lo único que puede hacer cambiar el rumbo de este barco malherido, de nuestra querida madre Tierra: la conciencia espiritual, la concepción espiritual del Universo, donde existe un delicado equilibrio entre el dar y el recibir, y una inalterable relación entre la calidad de lo que se da y la de lo que se recibe.
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