Avanza un mar de fuegos, pero es un mar de almas libres el que se junta cuando, el 28 de enero, el nacimiento de un hombre que fue en sí mismo luz, verbo y país vuelve a suceder.
Por él, por el Apóstol de la independencia y el antimperialismo, brillan las antorchas en las noches de escalinata habanera, Maisí renacido, Santiago heroica, Santa Clara guevariana… Cuba entera aclara sus cielos con el resplandor de quienes andan de corazones entregados, y en ellos, las doctrinas del Maestro.
No dejarlo morir ha sido la divisa de la marcha, desde el centenario, hasta los 166 que ya son, y mientras haya cubanas y cubanos alumbrados de dignidad.
Mantener vivo a José Martí, su legado de ética y combate, supone entender la Revolución que terminó a costa de sangre la generación empinada en los cien años martianos, como un hacer constante por la Patria, que se basa en «comunidad de intereses, unidad de tradiciones, unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas».
¿Cómo olvidar entonces los ojos de Abel, la tristeza de Haydée, la alegría detenida de Boris Luis Santa Coloma, la última foto de José Luis Tasende… y los pulmones heridos de Villena… y el lecho vacío de Amalia sin Ignacio? Por esas íntimas gratitudes se sigue marchando, por esos y otros nombres, de heroínas y héroes marcados en la historia y lo cotidiano.
Pero también arden las antorchas por las felicidades rotundas, las de las soberanías y la cerviz que no se inclina ante más amo que la Isla y su bien; las que dan el derecho de soñar e imaginarse el mañana, con propias leyes, diferencias y consensos.
¡Afortunada esta tierra porque tanto ser humano inmenso aquí nacido nos inspira y habla! Entre las llamas entrañables de esta noche está Fidel, que del ideal martiano fue soldado, y que somos nosotros mismos, porque en las manos nuestras está la nación y dos caminos posibles para ella: o fruta madura o antorcha encendida.
«Merecer la confianza no es más que el deber de seguir mereciéndola», y hay mucho por lo cual no dejar caer el machete mambí, que se torna rosa blanca para amar, y arma para proteger.
Por eso un mar de almas libres serán las que se junten, además, en el camino, cuando el 24 de febrero se despierte otra vez como fecha de fundar; y para reafirmar la voz de un pueblo erigido sobre la honradez, «que es el vigor en la defensa de lo que se cree, la serenidad ante las exigencias de los equivocados, ante el clamoreo de los soberbios, ante las tormentas que levantan los que entienden mejor su propio provecho que el provecho patrio».
No hay comentarios:
Publicar un comentario