CIRO BIANCHI/ RADIO MIAMI
La canción cubana más conocida en el mundo es El manisero, pregón de Moisés Simons. Le sigue Quiéreme mucho, de Gonzalo Roig, mientras que La guantanamera, de Joseíto Fernández, le pica cerca de ambas.
Esas son las tres melodías cubanas más escuchadas. Tal es el criterio de Cristóbal Díaz Ayala, musicógrafo cubano radicado en Puerto Rico, que a finales del siglo XX elaboró la lista de las 50 piezas que él consideraba entre las más divulgadas y repetidas. El por qué se hicieron populares, imprescindibles, eternas es un misterio que no puede explicarse a ciencia cierta.
No dudamos que Díaz Ayala al conformar su relación se haya apoyado en numerosas referencias —discografías, récord de interpretaciones, lugares en el hit parade, etc.— pero su lista, como toda selección, ha de tener asimismo una buena dosis de subjetividad. Con todo, este cronista no ve esas «50 canciones cubanas en el repertorio popular internacional», como Díaz Ayala titula su pesquisa, como algo definitivo, sino una selección que, pese a su utilidad, habrá que revisar quizás dentro de diez o veinte años a fin de hacerle sustituciones y añadidos.
La selección de Díaz Ayala corre entre La Paloma, habanera escrita por Sebastián Yradier alrededor de 1865, y esos exponentes emblemáticos de la nueva trova cubana que son Yolanda, de Pablo Milanés, y El unicornio azul, de Silvio Rodríguez. Vale aclarar que aunque Yradier no es un compositor cubano, La Paloma, por su tema, melodía y ritmo, es «nuestra primera exportación mundial».
Ernesto Lecuona es el autor más representado en la lista. De las 50 composiciones que incluye, nueve son suyas, entre ellas, Siboney, La comparsa, Carabalí y Siempre en mi corazón. Sigue a Lecuona, con cuatro piezas, Osvaldo Farrés, presente con Acércate más, Toda una vida, Quizás y Tres palabras. El filin, aquel movimiento que renovó el bolero en los años 40 y 50, se lleva cinco números en la selección: Imágenes y Tú me acostumbraste, de Frank Domínguez, Deliro y Contigo en la distancia, de Portillo de la Luz, y La gloria eres tú, de José Antonio Méndez.
De cualquier manera, son boleros la mayor parte de las piezas de la lista que incluye, entre otros, No te importe saber y Tú felicidad, de René Touzet; Nosotros, de Pedro Junco; Como fue, de Ernesto Duarte y Aquellos ojos verdes, del binomio Nilo Menéndez-Adolfo Utrera.
Del chachachá, tan gustado en su momento, se salvan tres: Esto es la felicidad, de Orlando de la Rosa, Bobby Collazo y César Carbó; Corazón de melón, de los hermanos Rigual, y Me lo dijo Adela, de Otilio Portal. Del viejo son sobreviven Son de la loma y Lágrimas negras, de Miguel Matamoros, mientras que Dámaso Pérez Prado se hace sentir con Mambo no. 5, Patricia y Qué rico el mambo. Una de las congas mencionadas en Uno, dos y tres, de Rafael Ortiz. Solo hay una mujer en la lista, Margarita Lecuona, seleccionada por dos piezas de piezas definitivas: Babalú y Tabú. Se inserta una balada rock, Cuando calienta el sol, de los ya mencionados hermanos Rigual.
No omitiremos otros títulos incluidos en la relación de Cristóbal Díaz Ayala. Son El amor de mi bohío, de Julio Brito; Flores negras, de Sergio de Karlo; Y tú qué has hecho, de Eusebio Delfín; Inolvidable y Un poquito de tu amor, de Julio Gutiérrez. Se incluye además La última noche, de Bobby Collazo.
¿Y los danzones, antaño tan populares? El tiempo parece haber barrido con todos ellos. Solo hay uno en la lista, Almendra, de Abelardo Valdés. En realidad, hay dos danzones en la relación del musicógrafo Cristóbal Díaz Ayala. El otro incluido se titula —ríanse— Teléfono a larga distancia y su autor es Aniceto Díaz, el creador del danzonete. Teléfono a larga distancia es un danzón totalmente desconocido en Cuba, donde muy pocas veces debe haber sonado. Pero se arraigó, y de qué manera, en el gusto y la preferencia del público mexicano y todavía hoy, dice Díaz Ayala, no hay orquesta danzonera en México que, a pedido del público, que no tenga que interpretarlo por lo menos una vez en la noche.
¡Cosas que pasan!
La canción cubana más conocida en el mundo es El manisero, pregón de Moisés Simons. Le sigue Quiéreme mucho, de Gonzalo Roig, mientras que La guantanamera, de Joseíto Fernández, le pica cerca de ambas.
Esas son las tres melodías cubanas más escuchadas. Tal es el criterio de Cristóbal Díaz Ayala, musicógrafo cubano radicado en Puerto Rico, que a finales del siglo XX elaboró la lista de las 50 piezas que él consideraba entre las más divulgadas y repetidas. El por qué se hicieron populares, imprescindibles, eternas es un misterio que no puede explicarse a ciencia cierta.
No dudamos que Díaz Ayala al conformar su relación se haya apoyado en numerosas referencias —discografías, récord de interpretaciones, lugares en el hit parade, etc.— pero su lista, como toda selección, ha de tener asimismo una buena dosis de subjetividad. Con todo, este cronista no ve esas «50 canciones cubanas en el repertorio popular internacional», como Díaz Ayala titula su pesquisa, como algo definitivo, sino una selección que, pese a su utilidad, habrá que revisar quizás dentro de diez o veinte años a fin de hacerle sustituciones y añadidos.
La selección de Díaz Ayala corre entre La Paloma, habanera escrita por Sebastián Yradier alrededor de 1865, y esos exponentes emblemáticos de la nueva trova cubana que son Yolanda, de Pablo Milanés, y El unicornio azul, de Silvio Rodríguez. Vale aclarar que aunque Yradier no es un compositor cubano, La Paloma, por su tema, melodía y ritmo, es «nuestra primera exportación mundial».
Ernesto Lecuona es el autor más representado en la lista. De las 50 composiciones que incluye, nueve son suyas, entre ellas, Siboney, La comparsa, Carabalí y Siempre en mi corazón. Sigue a Lecuona, con cuatro piezas, Osvaldo Farrés, presente con Acércate más, Toda una vida, Quizás y Tres palabras. El filin, aquel movimiento que renovó el bolero en los años 40 y 50, se lleva cinco números en la selección: Imágenes y Tú me acostumbraste, de Frank Domínguez, Deliro y Contigo en la distancia, de Portillo de la Luz, y La gloria eres tú, de José Antonio Méndez.
De cualquier manera, son boleros la mayor parte de las piezas de la lista que incluye, entre otros, No te importe saber y Tú felicidad, de René Touzet; Nosotros, de Pedro Junco; Como fue, de Ernesto Duarte y Aquellos ojos verdes, del binomio Nilo Menéndez-Adolfo Utrera.
Del chachachá, tan gustado en su momento, se salvan tres: Esto es la felicidad, de Orlando de la Rosa, Bobby Collazo y César Carbó; Corazón de melón, de los hermanos Rigual, y Me lo dijo Adela, de Otilio Portal. Del viejo son sobreviven Son de la loma y Lágrimas negras, de Miguel Matamoros, mientras que Dámaso Pérez Prado se hace sentir con Mambo no. 5, Patricia y Qué rico el mambo. Una de las congas mencionadas en Uno, dos y tres, de Rafael Ortiz. Solo hay una mujer en la lista, Margarita Lecuona, seleccionada por dos piezas de piezas definitivas: Babalú y Tabú. Se inserta una balada rock, Cuando calienta el sol, de los ya mencionados hermanos Rigual.
No omitiremos otros títulos incluidos en la relación de Cristóbal Díaz Ayala. Son El amor de mi bohío, de Julio Brito; Flores negras, de Sergio de Karlo; Y tú qué has hecho, de Eusebio Delfín; Inolvidable y Un poquito de tu amor, de Julio Gutiérrez. Se incluye además La última noche, de Bobby Collazo.
¿Y los danzones, antaño tan populares? El tiempo parece haber barrido con todos ellos. Solo hay uno en la lista, Almendra, de Abelardo Valdés. En realidad, hay dos danzones en la relación del musicógrafo Cristóbal Díaz Ayala. El otro incluido se titula —ríanse— Teléfono a larga distancia y su autor es Aniceto Díaz, el creador del danzonete. Teléfono a larga distancia es un danzón totalmente desconocido en Cuba, donde muy pocas veces debe haber sonado. Pero se arraigó, y de qué manera, en el gusto y la preferencia del público mexicano y todavía hoy, dice Díaz Ayala, no hay orquesta danzonera en México que, a pedido del público, que no tenga que interpretarlo por lo menos una vez en la noche.
¡Cosas que pasan!
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