La Estación experimental de pastos y forrajes “Indio Hatuey” es el primer centro de investigación agrícola fundado por la Revolución cubana. Estuve ayer allí, al Sur de la provincia de Matanzas, para presentar mi libro Sospechas y disidencias, junto a mi amigo el escritor Raúl Antonio Capote.
Capote, un profesor universitario que el gobierno norteamericano intentó utilizar para sus planes de “cambio de régimen” en Cuba, contó de cuando la CIA lo reclutó. Él argumentó, desde su experiencia personal, sobre la incapacidad de esa sofisticada organización para entender a los cubanos. A él, después de denunciar la operación en que pretendieron involucrarlo, la mayor organización de espionaje del mundo ha insistido varias veces en intentar comprarlo.
Para el auditorio no era difícil comprenderlo. La estación “Indio Hatuey”, con más de trescientos trabajadores, y enviando constantemente sus investigadores en funciones de trabajo fuera de Cuba, jamás ha sufrido el abandono de su misión por uno de ellos. En cincuenta años, todo científico que ha salido de allí ha regresado al país.
Con esa historia, la cinta amarilla que los de “Indio Hatuey” han colocado junto a la estatua del cacique homónimo que escolta la entrada a su centro adquiere un sentido especial. Responden al llamado de René González, el único de los Cinco cubanos condenados a larga prisión en Estados Unidos por proteger a su país del terrorismo que ha podido regresar a Cuba, tras quince años lejos de los suyos, para lo cual tuvo que renunciar a la ciudadanía norteamericana.
René llamó a luchar por la libertad de sus compañeros inundando a Cuba y el mundo de cintas amarillas, un símbolo muy conocido en Estados Unidos para reclamar el regreso de seres queridos. Grandes músicos cubanos, encabezados por Silvio Rodríguez, versionaron la canción que en 1971 popularizó el uso de la cinta amarilla en el país del Norte y la acogida de la iniciativa ha despertado un entusiasmo que me ha hecho recordar las movilizaciones por el regreso del niño Elián González, un matancero cuyo padre no aceptó sobornos millonarios para quedarse en EE.UU. junto a su hijo.
Creo la acogida del llamado de René tiene que ver con lo justo del reclamo pero también con la autoridad de quien convoca. René González -como sus cuatro compañeros- se negó a un acuerdo con la fiscalía estadounidense que significaría la libertad casi inmediata, si se reconocía culpable y denunciaba al gobierno cubano, a pesar de que sus valientes captores -para presionarlo- le apresaron a su esposa, privando a sus hijas muy pequeñas de ambos padres.
Aclaro, para los que no son cubanos, que Hatuey es el primer rebelde de la historia de Cuba. Se cuenta que llegado desde Haití para alertar a los aborígenes de la Isla de lo que pretendían los colonizadores, fue quemado en la hoguera. Invitado por un sacerdote a arrepentirse para ir al cielo, Hatuey preguntó si los españoles iban allí y al contestársele que sí, entonces se negó.
Se ignora si Hatuey tuvo descendencia en Cuba. Pero René, los Cinco y muchos cubanos vienen de su gesto y, como explicó Capote, ni la CIA ni quienes intenten comprarlos los pueden entender. Por eso es genial la idea de buscar un símbolo sencillo -la cinta amarilla- para transmitir un sentimiento y obligar a hacer justicia a aquellos cerebros que no pueden comprender. (Publicado en CubAhora)
Capote, un profesor universitario que el gobierno norteamericano intentó utilizar para sus planes de “cambio de régimen” en Cuba, contó de cuando la CIA lo reclutó. Él argumentó, desde su experiencia personal, sobre la incapacidad de esa sofisticada organización para entender a los cubanos. A él, después de denunciar la operación en que pretendieron involucrarlo, la mayor organización de espionaje del mundo ha insistido varias veces en intentar comprarlo.
Para el auditorio no era difícil comprenderlo. La estación “Indio Hatuey”, con más de trescientos trabajadores, y enviando constantemente sus investigadores en funciones de trabajo fuera de Cuba, jamás ha sufrido el abandono de su misión por uno de ellos. En cincuenta años, todo científico que ha salido de allí ha regresado al país.
Con esa historia, la cinta amarilla que los de “Indio Hatuey” han colocado junto a la estatua del cacique homónimo que escolta la entrada a su centro adquiere un sentido especial. Responden al llamado de René González, el único de los Cinco cubanos condenados a larga prisión en Estados Unidos por proteger a su país del terrorismo que ha podido regresar a Cuba, tras quince años lejos de los suyos, para lo cual tuvo que renunciar a la ciudadanía norteamericana.
René llamó a luchar por la libertad de sus compañeros inundando a Cuba y el mundo de cintas amarillas, un símbolo muy conocido en Estados Unidos para reclamar el regreso de seres queridos. Grandes músicos cubanos, encabezados por Silvio Rodríguez, versionaron la canción que en 1971 popularizó el uso de la cinta amarilla en el país del Norte y la acogida de la iniciativa ha despertado un entusiasmo que me ha hecho recordar las movilizaciones por el regreso del niño Elián González, un matancero cuyo padre no aceptó sobornos millonarios para quedarse en EE.UU. junto a su hijo.
Creo la acogida del llamado de René tiene que ver con lo justo del reclamo pero también con la autoridad de quien convoca. René González -como sus cuatro compañeros- se negó a un acuerdo con la fiscalía estadounidense que significaría la libertad casi inmediata, si se reconocía culpable y denunciaba al gobierno cubano, a pesar de que sus valientes captores -para presionarlo- le apresaron a su esposa, privando a sus hijas muy pequeñas de ambos padres.
Aclaro, para los que no son cubanos, que Hatuey es el primer rebelde de la historia de Cuba. Se cuenta que llegado desde Haití para alertar a los aborígenes de la Isla de lo que pretendían los colonizadores, fue quemado en la hoguera. Invitado por un sacerdote a arrepentirse para ir al cielo, Hatuey preguntó si los españoles iban allí y al contestársele que sí, entonces se negó.
Se ignora si Hatuey tuvo descendencia en Cuba. Pero René, los Cinco y muchos cubanos vienen de su gesto y, como explicó Capote, ni la CIA ni quienes intenten comprarlos los pueden entender. Por eso es genial la idea de buscar un símbolo sencillo -la cinta amarilla- para transmitir un sentimiento y obligar a hacer justicia a aquellos cerebros que no pueden comprender. (Publicado en CubAhora)
No hay comentarios:
Publicar un comentario