Roberto Montañez Abogado-Analista Internacional
El pueblo de Siria está inmerso en una espiral de violencia, una crisis humanitaria, cuyo régimen encabezado por Bachar al Asad enfrenta desde hace dos años levantamientos y una guerra civil contra rebeldes armados por países con intereses en la región. Un conflicto interno que ha cobrado la vida de 17.000 personas, la mayoría civiles, con más de 170.000 refugiados que han buscado amparo en los vecinos fronterizos de Iraq, Turquía y Jordania.
La retórica ha subido de intensidad dejando claro la determinación de Washington en intervenir militarmente en Siria, sin la aprobación de la ONU. Una respuesta militar a una escalada de la violencia bajo cualquier excusa para hacer valer sus intereses estratégicos en la región actuando al margen del Derecho Internacional y del principio de solución pacifica de las controversias, que es la piedra angular de la ONU. Estados Unidos no ha podido persuadir al Consejo de Seguridad de la ONU a que se autorice una intervención ante la oposición y el veto de China y Rusia. No existe consenso internacional, la mayoría de países dudan en intervenir militarmente, a excepción de Arabia Saudita y Qatar que bajo gobernantes sunitas, están enviando armas a la oposición.
La periodista de Associated Press, Dale Gavlak ha revelado que rebeldes sirios de Guta, un suburbio de Damasco, han declarado que fueron los responsables por el accidente con armas químicas de 21 de agosto que los países occidentales atribuyen al Gobierno de Bashar Al-Assad. Las armas químicas les fueron entregadas por el jefe de la Inteligencia saudí, el príncipe Bandar bin Sultán.
Pese a que Obama ha prometido que su incursión militar será de carácter “limitado”, es decir, corto y sobre objetivos muy concretos, ello engendra un alto riesgo de propagación del conflicto en la zona y en la propia Siria, con la posibilidad de que su país se vea arrastrado a prolongados ataques en una espiral de violencia. El rol crucial de Siria en el corazón de Medio Oriente implica que también habrá consecuencias políticas a largo plazo. Este conflicto alentará una guerra entre Irán y sus rivales árabes sunitas en la región, dado que el régimen sirio es alauí y la mayoría del país es sunita, también existe el riesgo de que derive en una sangrienta batalla sectaria, como ocurrió en Irak, lo que podría desestabilizar aún más a la región. Ante la inestabilidad en Medio Oriente, surge la preocupación de que Al Qaeda y otros grupos militantes de línea dura pudieran llenar los posibles vacíos de poder o que suplan a los Estados fallidos.
La experiencia histórica revela que las soluciones de fuerza no han llevado la paz ni a la democracia en esa región. Persiste el escepticismo ante argumentos prefabricados que al igual que en el 2003, justificó la intervención militar en la guerra en Irak. Hay muchas posibilidades de que, si Estados Unidos ataca a Siria, también se vea involucrado Israel con consecuencias catastróficas para la región. Siria es un aliado de Irán y una guerra perjudicará significativamente las relaciones entre Estados Unidos con Rusia y China.
Este conflicto tendría un impacto negativo en los mercados financieros, incluso provocaría el aumento de los precios del petróleo. Además la entrada de Estados Unidos en guerra contra Siria sin aprobación del pueblo y el Congreso estadounidense ni de Naciones Unidas hará perder la poca credibilidad en el manejo de crisis internacionales. Incluso aumentará el disenso entre países europeos que se niegan a participar de cualquier forma en acciones militares contra Siria sin la sanción de la ONU. Las consecuencias de una eventual intervención en Siria son impredecibles, resulta poco probable que una victoria de los rebeldes logre una paz de larga duración, tal como sucedió en Libia que tras la operación aérea de OTAN se vio inmerso en una guerra civil.
En momento de grandes déficits en la economía estadounidense, el complejo militar industrial está determinado a probar el poder destructivo de misiles de alcance intermedio lanzados desde la flota marina. Precisan hacer ostensible un escenario real para medir la capacidad de fuego de municiones, precisión de radares, cañones, aviones, helicópteros y guías de satélites sobre blancos con vidas humanas.
La comunidad internacional se muestra reticente ante la falta de legitimidad y consenso, por ironías del destino el Premio Nobel de la Paz 2009, quien fuera galardonado por el Comité Noruego destacando sus "esfuerzos extraordinarios por reforzar la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos". Hoy el Presidente Barak Hussein Obama hace un llamado a la guerra alegando que “si no hay una respuesta (bélica) estamos enviando una señal que pone en peligro nuestra seguridad nacional”.
La dinámica de la crisis en Siria, dan poco espacio a la diplomacia internacional y al multilateralismo en favor de la paz, de allí que sea indispensable restituir la confianza para encausar soluciones negociadas, en consonancia con los llamados del Papa Francisco, Unasur y el movimiento pacifista internacional, bajo la convicción de que la proscripción del uso de la fuerza es posible con el imperio de la sensatez sobre la emotividad de las circunstancias.
El pueblo de Siria está inmerso en una espiral de violencia, una crisis humanitaria, cuyo régimen encabezado por Bachar al Asad enfrenta desde hace dos años levantamientos y una guerra civil contra rebeldes armados por países con intereses en la región. Un conflicto interno que ha cobrado la vida de 17.000 personas, la mayoría civiles, con más de 170.000 refugiados que han buscado amparo en los vecinos fronterizos de Iraq, Turquía y Jordania.
La retórica ha subido de intensidad dejando claro la determinación de Washington en intervenir militarmente en Siria, sin la aprobación de la ONU. Una respuesta militar a una escalada de la violencia bajo cualquier excusa para hacer valer sus intereses estratégicos en la región actuando al margen del Derecho Internacional y del principio de solución pacifica de las controversias, que es la piedra angular de la ONU. Estados Unidos no ha podido persuadir al Consejo de Seguridad de la ONU a que se autorice una intervención ante la oposición y el veto de China y Rusia. No existe consenso internacional, la mayoría de países dudan en intervenir militarmente, a excepción de Arabia Saudita y Qatar que bajo gobernantes sunitas, están enviando armas a la oposición.
La periodista de Associated Press, Dale Gavlak ha revelado que rebeldes sirios de Guta, un suburbio de Damasco, han declarado que fueron los responsables por el accidente con armas químicas de 21 de agosto que los países occidentales atribuyen al Gobierno de Bashar Al-Assad. Las armas químicas les fueron entregadas por el jefe de la Inteligencia saudí, el príncipe Bandar bin Sultán.
Pese a que Obama ha prometido que su incursión militar será de carácter “limitado”, es decir, corto y sobre objetivos muy concretos, ello engendra un alto riesgo de propagación del conflicto en la zona y en la propia Siria, con la posibilidad de que su país se vea arrastrado a prolongados ataques en una espiral de violencia. El rol crucial de Siria en el corazón de Medio Oriente implica que también habrá consecuencias políticas a largo plazo. Este conflicto alentará una guerra entre Irán y sus rivales árabes sunitas en la región, dado que el régimen sirio es alauí y la mayoría del país es sunita, también existe el riesgo de que derive en una sangrienta batalla sectaria, como ocurrió en Irak, lo que podría desestabilizar aún más a la región. Ante la inestabilidad en Medio Oriente, surge la preocupación de que Al Qaeda y otros grupos militantes de línea dura pudieran llenar los posibles vacíos de poder o que suplan a los Estados fallidos.
La experiencia histórica revela que las soluciones de fuerza no han llevado la paz ni a la democracia en esa región. Persiste el escepticismo ante argumentos prefabricados que al igual que en el 2003, justificó la intervención militar en la guerra en Irak. Hay muchas posibilidades de que, si Estados Unidos ataca a Siria, también se vea involucrado Israel con consecuencias catastróficas para la región. Siria es un aliado de Irán y una guerra perjudicará significativamente las relaciones entre Estados Unidos con Rusia y China.
Este conflicto tendría un impacto negativo en los mercados financieros, incluso provocaría el aumento de los precios del petróleo. Además la entrada de Estados Unidos en guerra contra Siria sin aprobación del pueblo y el Congreso estadounidense ni de Naciones Unidas hará perder la poca credibilidad en el manejo de crisis internacionales. Incluso aumentará el disenso entre países europeos que se niegan a participar de cualquier forma en acciones militares contra Siria sin la sanción de la ONU. Las consecuencias de una eventual intervención en Siria son impredecibles, resulta poco probable que una victoria de los rebeldes logre una paz de larga duración, tal como sucedió en Libia que tras la operación aérea de OTAN se vio inmerso en una guerra civil.
En momento de grandes déficits en la economía estadounidense, el complejo militar industrial está determinado a probar el poder destructivo de misiles de alcance intermedio lanzados desde la flota marina. Precisan hacer ostensible un escenario real para medir la capacidad de fuego de municiones, precisión de radares, cañones, aviones, helicópteros y guías de satélites sobre blancos con vidas humanas.
La comunidad internacional se muestra reticente ante la falta de legitimidad y consenso, por ironías del destino el Premio Nobel de la Paz 2009, quien fuera galardonado por el Comité Noruego destacando sus "esfuerzos extraordinarios por reforzar la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos". Hoy el Presidente Barak Hussein Obama hace un llamado a la guerra alegando que “si no hay una respuesta (bélica) estamos enviando una señal que pone en peligro nuestra seguridad nacional”.
La dinámica de la crisis en Siria, dan poco espacio a la diplomacia internacional y al multilateralismo en favor de la paz, de allí que sea indispensable restituir la confianza para encausar soluciones negociadas, en consonancia con los llamados del Papa Francisco, Unasur y el movimiento pacifista internacional, bajo la convicción de que la proscripción del uso de la fuerza es posible con el imperio de la sensatez sobre la emotividad de las circunstancias.
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