Por: Patricio Montesinos
Lejos de conseguir con el “Garrote y la
Zanahoria” sus objetivos de dominación en América Latina y hacer ver al
mismo tiempo que “Washington es el Dios Redentor”, Estados Unidos puede
salir vilipendiado y con la cabeza baja entre los hombros de la Cumbre
de las Américas de Panamá, en abril venidero.
Analistas políticos ya auguran que si la
administración norteamericana del presidente Barack Obama no varía su
posición hostil hacia la Patria Grande, la reunión de Panamá, auspiciada
por la Organización de Estados Americanos (OEA), pasará a la historia
como la “Cumbre de la discordia”, y del sepelio definitivo de esa vieja y
controvertida institución “Made in USA”.
El presidente de Bolivia, Evo Morales,
adelantó que antes del referido cónclave Obama debe pedir perdón a
Venezuela por sus recientes peligrosas amenazas contra la patria de Hugo
Chávez y el gobierno del mandatario Nicolás Maduro.
Morales demandó a su vez al actual
inquilino de la Casa Blanca que debe levantar el fracasado e ilegal
bloqueo que impone a Cuba desde hace más de cinco décadas, previo al
encuentro cimero de la OEA.
El líder boliviano también llamó al
Pentágono a retirar las bases militares que mantiene en países
latinoamericanos como Perú, y Colombia, y otros centroamericanos, y que
constituyen un riesgo para la paz regional.
Por su parte, la Unión de Naciones del
Sur (UNASUR), en su encuentro extraordinario de Cancilleres celebrado
este sábado en Quito, Ecuador, solicitó a Estados Unidos derogar el
Decreto expedido por Obama, en el cual consideró el caso de Venezuela
como una “amenaza extraordinaria e inusual” a su seguridad nacional.
Esa determinación del jefe de la Casa
Blanca ha desatado una ola de repudio en el mundo, en general, y en la
Patria Grande, en particular, que puede llegar a transformarse en un
verdadero tsunami para la Cumbre de Panamá, y especialmente para la
delegación norteamericana.
Escasas opciones tiene Washington para
atemperar los ánimos de la mayoría de los gobiernos de América Latina, y
especialmente de los progresistas, que han calificado el Decreto de
Obama contra Venezuela como una intimidación de guerra, y una
desfachatada injerencia en los asuntos de la región.
A la administración norteamericana le
queda poco menos de un mes para adoptar otra postura, y dejar de
presionar a alguno que otro ejecutivo débil, con la pretensión de que
Obama no sea vapuleado en el cónclave panameño.
O Washington se retracta de su conducta
agresiva, o la Cumbre de las Américas puede irse ¡al carajo!, como diría
Chávez, al igual que la OEA, a cuyo velorio estamos asistiendo ya desde
hace algún tiempo.
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