Por Enrique Ojito Linares y Arelys García Acosta/Tomado de Rebelión
Como resultado de la ronda secreta de conversaciones oficiales entre La Habana y Washington y gracias a la solidaridad mundial, Gerardo Hernández junto a Antonio Guerrero y Ramón Labañino, pisó tierra cubana hace dos años —el 17 de diciembre de 2014— y con ello dejó atrás una historia de injusticia de más de tres lustros en el país norteño
Desde que Gerardo Hernández Nordelo sintió en sueños que intentaban forzar la cerradura de la puerta del apartamento en North Miami Beach, hasta que la derribaron y se le vinieron encima los hombres del Special Weapons and Tactics (SWAT) para esposarlo, apenas transcurrió lo que un caballo de pura raza árabe tarda en saltar una valla en busca de la meta. Aquel 12 de septiembre de 1998, al oficial de la Dirección de Inteligencia cubana, cercado por ametralladoras en su pequeña casa, le revisaron hasta la boca con una linterna.
—¿Para qué?, indagué con las cejas arqueadas semanas atrás.
—Parece que habían visto las películas de James Bond, y creían que tenía cianuro en la boca, nos comentó Gerardo, y luego soltó una carcajada en medio de su oficina en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI) Raúl Roa García, en La Habana, donde conduce la vicerrectoría de Extensión Universitaria desde mayo último, por supuesto, lejos de las tensiones que implicó dirigir la red Avispa —bajo los seudónimos de Giro y Giraldo— que operó en la década de los 90 del pasado siglo en la Florida con el fin de evitar acciones terroristas contra nuestro país, organizadas por la Fundación Nacional Cubano Americana, Alpha 66, Hermanos al Rescate, Comandos F-4, Movimiento Democracia…
Esa tarde de octubre, ni mis imprevistas pupilas dilatadas en un turno médico en la capital arruinarían el diálogo con el Héroe de la República de Cuba, uno de los Cinco; mis ojos se los cedía nuevamente a Arelys, colega y esposa, atenta a la grabación, al cuestionario elaborado a cuatro manos y a cada detalle del local, donde, en una de sus paredes —me diría después ella— colgaban tres guayaberas, listas ante cualquier emergencia laboral.
Por ahora, ni la calvicie ni el asomo del chivo que remata el mentón permanecen al alcance de mi vista. Solo escucho su voz resuelta, límpida y que se quiebra virilmente cuando le tocan los pasajes y los seres más íntimos de sus 51 años de vida.
Periodista (P): ¿Es cierto que su papá era un hombre recto?
Sí, mi papá era bastante recio; el viejo siempre fue quien puso el orden en la casa. Vivía para trabajar. Me sobran recuerdos de mi mamá tocándome la puerta del cuarto los domingos a las siete de la mañana: ‘Gera, Gera, te llama tu papá para que lo ayudes’. Era para chapear el patio, limpiar el carro. Me sabían bien amargas aquellas levantadas después de haber estado en una fiesta por la madrugada. El viejo (fallecido en 1991) siempre estaba haciendo algo en la casa. No era ni carpintero ni plomero, pero hacía de todo.
Cuando uno es muchacho no valora mucho el comportamiento del padre. No soy carpintero, pero sé manejar el serrucho, el taladro. Hoy le agradezco eso al viejo; él comenzó como obrero en una tenería y se retiró siendo director de la Empresa Tenería Habana.
Mi mamá (fallecida en 2009) siempre fue ama de casa. Vino con 15 años de Islas Canarias, y tenía muy buen sentido del humor y unos sentimientos muy nobles, al borde de la ingenuidad. Cada vez que le decían: “Gerardito está saltando techos de guaguas” —en un cementerio de guaguas viejas que había en el barrio—, allá iba a encenderme con una chancleta. Mi mamá era un pedazo de pan; lo más que me decía era: “Tú vas a ver cuando venga tu papá”.
P: ¿A qué argumentos apeló usted para justificar su ausencia a la hora de salir a cumplir su misión en la Florida?
Adriana y yo vivíamos con mi mamá. A ella le hice la misma historia: voy a ser diplomático, pasaré unos estudios en Argentina. Como estamos viviendo años tan difíciles del período especial, no me puedo llevar a mi esposa.
— I —
A partir de febrero de 1994, Gerardo Hernández Nordelo traspapeló deliberadamente su identidad para ingresar a Estados Unidos. En lo adelante respondería por otro nombre de pila: Manuel Viramóntez; no había nacido en un hospital habanero, sino en uno de Texas, antes de sus padres retornar a Puerto Rico en 1970; en lugar de Relaciones Internacionales, estudió Mercadotecnia. En su leyenda de oficial de la Inteligencia cubana era un hombre poco afortunado en el amor, todo lo contrario de su sólido matrimonio con Adriana Pérez O’Connor, con quien se casó en 1988.
Solo podía despojarse del personaje del boricua Viramóntez cuando se internaba en su apartamento, de apenas un cuarto, en 18 100 Atlantic Boulevard. Al menos entre aquellas cuatro paredes de concreto era Gerardo Hernández Nordelo, el mismo que ahora está sentado frente a nosotros.
P: ¿Qué resultó lo más difícil a la hora de asumir el personaje de Manuel Viramóntez?
Fue difícil quitarse el cubano, la mancha de plátano, y asumir el acento y el lenguaje puertorriqueños. Eso requirió de bastante preparación en Cuba, y allá en el terreno, donde tenía que seguir estudiando. En general, tuve que hacerme no de una; sino de varias historias (identidades), y cada una con sus propios familiares, amistades, trayectorias laborales, sus propias escuelas, maestros…
—¿En qué escuela estudiaste? ¿Qué ómnibus abordabas?…
Las preguntas en ráfaga a Gerardo no vienen de nosotros. Recuerda que plantado delante de él aquella mañana del 12 de septiembre de 1998 se encontraba Héctor Pesquera, director del Buró Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés) para el Distrito Sur de la Florida.
—Tu labor para el servicio de Inteligencia de Cuba ya terminó; la mejor posición tuya es pasarte de bando, le aconsejaba el hombre de cara cuadrada y de barba canosa de oreja a oreja.
—No sé de lo que usted habla. Yo soy puertorriqueño.
“Ahí empezó a sulfatarse —rememora Gerardo—, hasta que no aguantó más y dio un puñetazo en la mesa: ‘Tú no eres boricua, boricua soy yo. Te vas a podrir en la prisión, Cuba no hará nada por ti; no reconocerá nunca que te mandó con pasaporte falso. Tú sabes lo que dice esta profesión: Si te cogieron, te jodiste’”.
P: Usted sacó de las casillas a Héctor Pesquera. ¿Por qué le sobrevino la impotencia a él, quien, dicho sea de paso, a los primeros que les avisó del arresto fue a Ileana Ros-Lehtinen y a Lincoln Díaz-Balart?
Su impotencia en ese momento tenía que ver con la mostrada también por el resto de las autoridades estadounidenses durante tantos años. Esa impotencia condujo al ensañamiento contra nosotros. Ellos no querían tener a tantas personas en prisión y que llegaran a convertirse en héroes para su pueblo.
El objetivo era lograr que alguno de los Cinco se pasara de bando. La razón era sencilla: estábamos viviendo los años difíciles del período especial, cuando muchas personas no apostaban por la supervivencia de la Revolución cubana; para algunos nada más hacía falta darle el tiro de gracia.
¿Cuánto hubiera significado para ellos poder sentar frente a las cámaras a un oficial de Inteligencia de Cuba a leer el guion que querían ponernos delante?, y entonces decir: “Yo si sé que Cuba tiene armas químicas” o “Yo sé que Cuba tiene un plan para lanzar armas biológicas contra Estados Unidos”. Cualquier acusación de ese tipo hubiera sido motivo suficiente para una campaña y una invasión posterior a nuestro país. Su sueño dorado era que uno de los Cinco traicionara; de ahí, la impotencia tan grande de ellos. Ninguno de nosotros se prestó para su juego.
P: ¿Hoy por hoy puede decirse que ya usted se sobrepuso al hecho de ver frustrada la red que encabezó?
Lo ideal hubiera sido que no nos hubieran descubierto, y la historia hubiera sido muy diferente. Hay que ser realistas; más allá de cualquier error que pudo haber habido de personas, eran años de carencia de recursos tremenda; había que inventar para poder cumplir con las tareas, y todo eso influyó un poco. Lo significativo es que hubo cosas que jamás pudieron descubrir. No es que nos sirva de consuelo ni mucho menos.
Por largo tiempo el FBI siguió los pasos de la red, incluso entró en más de una oportunidad al apartamento de usted. ¿Nunca le rondó la sospecha de estar vigilado?
Yo vi cosas raras, incluso una de las fotos más simpáticas que se pusieron en el juicio fue tomada desde el ojo mágico de la puerta del apartamento de enfrente al mío. Siempre decía: Ahí adentro… Un día le pregunté al dueño del edificio o al mánager y me dijo: “Ese apartamento lo usan para vacacionar nada más y vienen en los meses de verano”. Eso no es raro en Miami Beach. Siempre sospeché, incluso llegué a poner alguna presillita para ver si la puerta se abría o no. No funcionó. La vi movida un día, pero dije: ¿y si la abrió el mánager para limpiar? Un par de veces traté de mirar por el ojo mágico y ahí, efectivamente, estaba un operativo del FBI.
Otro ejemplo: veía bastante sospechoso a un vagabundo que andaba siempre con un carrito de supermercado alrededor de los bajos de mi edificio, con vista a mi ventana. Me decía: si ese hombre me está vigilando, está en el lugar correcto. Pero al mismo tiempo pensaba en que Miami estaba lleno de vagabundos. ¿Qué hago? ¿Informo al Centro Principal que hay un vagabundo debajo de mi ventana? Me van a decir que estoy “paniquiao”.
¿Qué pasa? Cuando tú estás cumpliendo una misión de ese tipo, por una parte, no puedes desestimar ninguna señal; pero, por otra, antes de lanzar una alarma, tienes que poseer elementos de peso. Ellos quizás sean el servicio de Contrainteligencia con mayores recursos en el mundo; estando en su terreno, es muy difícil escaparte una vez que se te montan. Resulta difícil detectar que te hicieron un registro ilegal, porque tienen toda la preparación y las condiciones para hacerlo. Eso es igual que aquí; si nuestro servicio de Contrainteligencia se le monta a alguien que está haciendo labor de espionaje, no escapa.
Muchas cosas de nuestro trabajo nunca fueron descubiertas; se los digo con toda modestia, no por mí, sino por lo que les corresponde a todos los compañeros que nos prepararon. Se hicieron cosas muy bien hechas profesionalmente. Oficiales de chequeo y contrachequeo de ellos que participaron en el juicio como testigos reconocieron que abortaron un número considerable de sus operaciones por nuestras medidas.
Nuestro caso tiene su particularidad; nos tocó a nosotros (Ramón Labañino, Fernando González, Antonio Guerrero y René González también) ser los conocidos y tener el cariño de buena parte del pueblo; pero detrás hay muchos compañeros que cumplieron tareas tan o más importantes que las nuestras. Las personas que intervinieron en nuestra preparación y en la de otros merecen todo el respeto, a pesar de que sus nombres no puedan conocerse.
P: ¿Cómo pudo sobrevivir a los 17 meses en el “hueco”, en el Centro Federal de Detención, donde algunos prisioneros se volvieron locos literalmente?
En la prisión comprobamos que el ser humano tiene capacidades inimaginables, que salen en los momentos más difíciles. Me cuesta trabajo darme cuenta de cuántas reservas uno tuvo que sacar para hacerle frente a aquella situación. No solo se trata de que estés encerrado en un lugar bastante pequeño, a veces sin la adecuada ventilación, como me ocurrió en Lompoc, cuando me metieron en la “caja”: aguas albañales chorreando por la pared, sin saber si era de día o de noche, sin ventanas, la luz encendida las 24 horas, en calzoncillos, descalzo, sin nada que leer, sin nada con que escribir.
¿Cómo uno pudo resistir? Hoy me hago la pregunta, pero cuando estás viviendo ese momento, sabes que no puedes flaquear. Sacaba la cuenta: si me da un ataque de pánico, me desmayo. Y si me rompo la cabeza y me desangro; el guardia ni se aparece por aquí. ¿Qué publicará mañana The Miami Herald? Eso será una decepción para la gente del mundo entero que allá afuera está luchando por uno; esa gente espera que resistamos. ¡Qué clase de papelazo! Tenía que llamarme a contar: Gerardo, ¿qué te está pasando? No se te pueden aflojar las patas ahora.
Hubo instantes de falta de aire, de coger un poco por la rendija de la puerta, con otro preso dentro de la celda enchumbado en sudor. En nosotros —a diferencia de otros prisioneros que allí se cortaron las venas, que se ahorcaron, por ejemplo, el salvadoreño Walter Hernández— había algo que marcaba el contraste: teníamos un tremendo apoyo afuera. No era solo el de tu familia. Muchos presos nos manifestaban: “Ustedes tienen un pueblo detrás”.
Llegaba el momento en que te decías: Espérate, espérate, espérate. Ni Mandela se mató, ni se cortó las venas. Tú puedes crecerte y seguir su ejemplo. Te dabas toda esa psicoterapia solo.
P: A lo único que tuvo acceso fue a la Biblia…
En la primera etapa en el “hueco” no nos dejaban tener nada para leer ni para escribir; pero había un capellán en la prisión que pasaba todos los domingos. Algunos le entregaban por escrito la petición de una Biblia; entonces me dije: si esto es lo único que puedo leer, es lo que leeré. Hice la petición formal y me llegó en una bolsa presillada. Cuando la abrí y la empecé a hojear, “casualmente” venía una tarjeta con los teléfonos del FBI anotados. Me pregunté: ¿es casualidad? Con tantos prejuicios que ellos viven, quizás pensaron: “Si este comunista ya está pidiendo la Biblia es porque lo tenemos partí’o”.
— II —
Cuando el barco se hunde, las ratas se tiran. Hernández Nordelo lo recuerda en tono que cierra a cal y canto el humorista congénito que vive en él. Sancionado a dos cadenas perpetuas más 15 años de cárcel, Gerardo conoce la versión de los hechos de quien se atribuye la delación al FBI de la existencia de la red cubana, sobre cuyo número real de integrantes más de un libro y diversos medios de comunicación han hecho conjeturas.
Las evidencias hablan de cinco miembros —dos matrimonios incluidos— que optaron por “negociar” con la Fiscalía y declararse culpables a cambio de condenas menos severas: en el rango de tres años y medio a siete de prisión. Fue complejo ese momento, admite Gerardo, el único que los conocía a todos. “Cinco no resistieron las presiones y decidieron cooperar con las autoridades en contra nuestra. El daño no fue tan grande desde el punto de vista operativo; debido a la compartimentación no sabían tanto. La Fiscalía solo pudo sentar a uno de ellos en la corte para testificar contra nosotros”.
“No me regocijo mucho en hablar de ellos”, refiere también Hernández Nordelo, quien llegó a solicitarle al Centro Principal en La Habana de manera personal en uno de sus viajes a Cuba y por escrito la posibilidad de que su esposa Adriana Pérez fuera procesada para unirse a él en el cumplimiento de su misión en la Florida. Al final —como apunta Stephen Kimber, en Lo que yace a través del mar—, no recibió respuesta a su pedido.
El jefe de la red no solo permaneció al tanto de la recepción y el posterior envío de la información a Cuba; sino de la vida personal de los agentes con lógica repercusión en sus funciones; por ejemplo, cuando Tony solicitó permiso para vivir en la casa de Maggie Becker, o el caso de René que ansiaba reunirse con Olga y su hija Irmita en Estados Unidos.
P: ¿Cómo podía lidiar con la vida personal de los agentes?
Tanto los oficiales como nuestros agentes llevan una doble vida, y en la real, el vínculo más cercano que ellos tienen con su “yo”, con su Patria, eres tú, el oficial que los diriges. Por lo tanto, tú trabajo no es solo orientarlos en cuestiones operativas, transmitirles instrucciones del Centro Principal o canalizar la información colectada por ellos; sino conocer, también, los problemas que los afectan, sus preocupaciones. En fin, nos vimos envueltos en situaciones en las que teníamos que aconsejar a los compañeros, darles ánimos en determinadas circunstancias, participar un poco más en su vida personal. Son problemas que no están en el programa de las situaciones operativas; pero hay que estar preparado. Hay cosas que las consultas con el Centro; pero existen otras que no permiten espera y tienes que tomar decisiones.
Es una labor compleja; en la vida cotidiana a uno se le presentan situaciones difíciles de por sí; te puedes imaginar en una vida como esa, donde el éxito de una misión depende, igualmente, del bienestar psicológico de la persona.
Mediados de febrero, 1998. No muy hábil en los quehaceres domésticos, Gerardo seguramente esa noche apeló a las salvadoras hamburguesas. Con un pulóver de mil salidas, se sentó a la mesa, donde si algo no faltaban eran ediciones de El Nuevo Herald, que auscultaba diariamente con ojos microscópicos para descubrir el mínimo indicio en contra de Cuba. Más tarde, puso oído al radio SONY de onda corta; el código en que transmitían desde Cuba era para él. Con la ayuda de la computadora, empezó a descifrar el escueto mensaje. De súbito, el estremecimiento.
“De golpe, solo en aquel apartamento, fue que conocí la noticia de la muerte de mi hermana María del Carmen en un accidente de aviación (a pocos kilómetros de Fomento, Sancti Spíritus). Había variantes para ir a Cuba: aplicar un plan de fuga, de emergencia. Operativamente era muy complicado volver; hacía poco había ido. Tampoco había manera de llegar a tiempo al funeral. Mandé a decir que me preocupaba la situación de la familia, que me informaran de la reacción de mi mamá, que en honor a mi hermana me mantenía en mi puesto. Ella llegó a ser teniente coronel de las Fuerzas Armadas; se graduó en el ITM (Instituto Técnico Militar) y terminó siendo jefa de cátedra de allí. A ella le debo mucho de mi formación política y humana”.
8 de junio de 2001. El jurado de la Corte Federal del Distrito Sur de la Florida dictaminó: culpables. En ocho letras habitaban seis meses de juicio contra los Cinco antiterroristas cubanos, quienes —desde la visión del Sun Sentinel— no vivían el mundo glamuroso de Jame Bond, de los superespías de las películas que disfrutaban de noches de cocteles, de autos de lujo. Gerardo telefoneó a Adriana.
—Mi reina, todo terminó. ¿Ya lo sabes? Culpables todos de todos los cargos.
—Tranquilo, sabíamos que iba a ser así; hay que seguir adelante.
—¿Tú sabes lo que nos espera? No bajo de cadena perpetua.
P: Gerardo, al rememorar aquel momento Adriana relató que a usted le tembló la voz. ¿Síntoma de flaqueza?, le preguntamos para ahondar más en su estatura humana.
“No. Era un momento tenso; le estaba diciendo a Adriana: apriétate los pantalones para lo que viene. A veces me tiembla la voz cuando hablo de mi mamá, de lo que ella sufrió, o de Adriana, por lo que pasó, o de la muerte de mi hermana; pero no me tiembla la voz cuando hablo del ‘hueco’, de los sustos que pasé, de los muertos que vi en la cárcel”.
— III —
A más de 130 kilómetros al noreste de Los Ángeles, California, el Complejo Penitenciario Federal de Victorville parece una fortaleza militar encajada en el sur del desierto de Mojave: cercas eléctricas letales, torres de vigilancia por doquier, altos muros, puertas de metal, controles electrónicos. Necesario alarde para la máxima seguridad. Entre los convictos, asesinos, traficantes de drogas, líderes de bandas de crimen organizado, hasta un condenado por piratería aérea y, paradójicamente, el preso 58739-004, Gerardo Hernández Nordelo o “Cuba”, guía de una red antiterrorista.
P: ¿Cómo imponía respeto en medio de un ambiente tan hostil?
En la cárcel tienes que demostrar que eres un preso diferente, y lo haces no usando drogas ni alcohol, ni apostando; todo eso es muy habitual en las prisiones. Los presos sabían que no estaba allí por crímenes comunes. Además, poco a poco se va regando la voz de quién tú eres.
Un día, cuando yo era relativamente nuevo en la prisión de Victorville, salió un artículo en The Miami Herald, titulado “El espía puede tener la llave”, que decía más o menos: “Según fuentes de la Fiscalía que no quisieron ser identificadas, el espía Gerardo Hernández tiene la llave para poner una acusación en cortes americanas contra Fidel Castro por el derribo de las avionetas del 24 de febrero de 1996 (…) Una fuente del FBI dijo que él sabe que eso significaría su salida de prisión (…)”. En otras palabras, era una manera de recordarte de que estás preso porque tú quieres.
Cuando el artículo empezó a circular en prisión, y los prisioneros lo vieron, se dijeron: “Este tipo está haciendo dos cadenas perpetuas más 15 años, y tiene la llave de su celda en la mano; hay que respetarlo”. Eso nos pasó a los Cinco, en todas las cárceles donde estuvimos. El sistema judicial de Estados Unidos estimula a que no vayas a juicio, a que busques algún tipo de negociación con el gobierno, y los Cinco no entramos en arreglo.
P: ¿Algunos prisioneros no se le acercaban?
Hubo jóvenes sin mucha escuela que se me acercaban: “Coño, Cuba, yo tengo dos cadenas perpetuas igual que tú; sin embargo, tenemos una gran diferencia, te puedes morir aquí feliz. No hay un día en que yo no me arrepiente de haberme desgraciado la vida. Tú lo hiciste por una buena causa, y yo por vender drogas y querer buscar dinero”.
Dentro de la prisión, conocimos a gente inocente del crimen por el cual están detenidos: allí están dos casos de cadenas perpetuas; te lo digo después de haber estudiado sus documentos. Sin embargo, no tienen dinero para pagar a un buen abogado, y abogados que ven el caso saben que destapar esa caja de Pandora significa enemistarse con los jueces y el sistema.
Tuve experiencias positivas de saber que le estaba haciendo un bien a alguien, en el caso de cubanos; por ejemplo, Angelito, que se lo habían llevado siendo niño por el Mariel y había perdido a su familia allá —su madre, que se lo llevó con un padrastro, había muerto—. Él había perdido todo contacto son su familia en Cuba. Por carta, a través de mi familia, pudimos localizársela y hacer que después de muchos años se reanudaran las comunicaciones. Eso pasó con dos o tres muchachos allá.
Muchos de los presos en ese lugar son víctimas del sistema; fueron forzados por las circunstancias a delinquir y están pagando las consecuencias. La gran mayoría de los cubanos fue para Estados Unidos siguiendo los cantos de sirena y creyendo que los dólares se dan en las matas allá. Hay veces que tienen dos y tres trabajos, se rompen el lomo para poder subsistir, y ellos quisieron hacer dinero fácil y cayeron en ilegalidades.
P: Usted ha referido que vio más muertos en la cárcel que cuando cumplió misión internacionalista en Angola. ¿A qué estaban asociados esos hechos?
A todo un poco, a deudas, drogas, incluso, Mike Johns, un muchacho americano, no fue ni siquiera por droga, fue porque un preso quería ver un canal en el televisor y él otro. Se fueron para el cuarto a tirarse unos golpes, y el otro preso le dio dos punzonazos. Lo dejaron tirado en su cama, con miedo a avisarle al guardia, y se desangró; lo sacaron muerto delante de nosotros.
Cuesta trabajo creer, en el patio interior, en Victorville, había veces que estaban congregadas 600, 700 personas, y a la hora de entrar daban una señal y todo el mundo pasaba por una puerta de la cerca, que no era más ancha que esa, y nadie chocaba hombro con hombro, a pesar de ir apurados para coger las duchas, para llamar por teléfono. Si alguien chocaba, los dos se viraban y los dos se pedían disculpas. Son códigos que se usan. Un pisotón podía ocasionar una bronca, una bronca podía causar una guerra entre dos pandillas y muertos. Al final, cuando echas la película para atrás, todo empezó por un pisotón; así de complicada es la vida en esos lugares, y nosotros sobrevivimos al ambiente hostil de la prisión.
P: ¿Qué gestos de solidaridad lo ayudaron a resistir?
Recibimos todo tipo de gesto solidario, tanto de Cuba como del propio Estados Unidos y de otros lugares del mundo, hasta de niños. Poco antes de que me liberaran, recibí una carta de un niño afroamericano. Era el Día de los Veteranos, que lo celebran en Estados Unidos para rendirle honores a quienes han participado en sus guerras en defensa de los supuestos intereses del país. Parece ser que en una escuela pobre en Nueva York —si mal no recuerdo—, la maestra le indicó a los alumnos que redactaran una carta dedicada a algún veterano, por supuesto, del ejército norteamericano; sin embargo, me la envió. La carta del niño comenzaba diciendo: “Señor Hernández, (…) mi papá me dijo que usted había participado en la guerra en Angola, y que está preso por defender a su pueblo del terrorismo”. Ese fue uno de los gestos más conmovedores en más de 16 años de prisión; es verdad, la solidaridad nos ayudó a resistir.
Miles de personas en el mundo hicieron suya la causa por el regreso de los Cinco. (Foto: Bill Hackwell)
— IV —
Ni con dos vidas, Gerardo cumpliría su extrema condena. Por ello, solo pensaría en el retorno en el justo instante en que el avión tocara tierra cubana. Más de una vez se lo dijo. No obstante, comenzó a creerlo al ver de nuevo a Ramón Labañino y a Antonio Guerrero en un hospital carcelario de Carolina del Norte el 16 de diciembre de 2014.
Ese reencuentro era resultado de las negociaciones secretas entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos, iniciadas en 2013. El día 17, apenas la aeronave trajo de vuelta a Gerardo, Tony y Ramón a la isla, otra partió con destino a Maryland llevando a bordo al contratista estadounidense Alan Gross, quien purgaba una sanción de 15 años de cárcel aquí por el delito de Actos contra la Independencia o la Integridad del Estado.
Precisamente, luego de que Judith Gross visitara a su esposo en La Habana, la administración norteamericana autorizó a Adriana a ver a Gerardo en Victorville, en septiembre del 2010, de manera secreta, sin concederle visa, bajo condiciones muy estrictas en cuanto a sus movimientos allá. “Obviamente —como indica el Héroe cubano— eso se mantuvo bastante discreto para evitar lo que aun así pasó: que Ileana Ros protestara”. Dos veces más —la última ocurrió en septiembre de 2014—, Pérez O’Connor viajó a Estados Unidos; ello les “generó un conflicto”; “de cierto modo íbamos a mentir”, admitió él. La salida: insistir en el derecho de su compañera a la visa.
P: De hoy para mañana, usted, Ramón y Antonio volvieron a Cuba. ¿Qué manías o costumbres trajo a casa?
Ninguno de nosotros tuvo necesidad de ver a un psicólogo, después de tantos años y de tantas cosas por las cuales pasamos; pero sí hay cuestiones difíciles de eliminar. En una ocasión Adriana me dijo: “Me he dado cuenta de que te bañas al revés”. ¿Cómo que al revés? “Todo el mundo se baña de frente para el chorro y tú te bañas de espaldas al chorro”. Aún después de decírmelo no he podido quitarme la costumbre.
En prisión el momento de la ducha es uno de los más vulnerables. No pocos ataques, puñaladas, se dan ahí; escogen esa oportunidad porque no tienes nada arriba de ti con que defenderte. Se usa ir a la ducha con las botas puestas, aunque vayas en short, y con las chancletas debajo del brazo. Antes de salir de la ducha te pones tus botas otra vez, porque te puede agarrar una bronca en el camino, que a veces es para ti y a veces no, y no es lo mismo defenderte con un par de botas que con unas chancletas. Claro, no me baño con las botas en mi casa (RÍE).
También se me ha quedado hablar un poquito alto a veces, dar respuestas quizás bruscas en ocasiones ante situaciones que no lo ameritan. Cuesta trabajo quitarse algunas costumbres y manías, pero no hay nada que te afecte la vida ni mucho menos.
P: ¿Quedó alguna amistad entre ustedes —incluida Adriana— y el senador Patrick Leahy y su esposa Marcelle Pomerleau, claves en el nacimiento de Gema?
No te digo amistad, pero sí hemos intercambiado mensajes de agradecimiento de nuestra parte. El senador y su esposa representan a muchos estadounidenses de buen corazón que nos apoyaron, como los miembros del Comité Nacional por la Libertad de los Cinco, los del Comité Internacional… Ese matrimonio representa a las personas que supieron identificar una causa justa y nos apoyaron, más allá de sus ideas políticas y creencias. No conocen a Gema personalmente, pero están muy satisfechos de haber contribuido a que esa niña exista.
P: ¿Por fin Adriana ya le escribió el poema que usted le ha pedido?
Todavía me lo debe (SONRÍE). Cuando se lo recuerdo, me dice: “Bueno, pero te di una niña preciosa”. Realmente estamos muy contentos con nuestra hija y con los dos que acaban de nacer. La gente dice: “Ojalá que sean tan lindos como la hermana”, y les digo: caballero, Gema rompió el molde. Segundas y terceras partes nunca fueron iguales; aunque los niños son bellos siempre.
P: En la foto del retorno faltó su mamá. ¿Cómo se suple la ausencia de una madre?
No, la ausencia de una madre no se suple. Lamento todos los días que no haya podido disfrutar la victoria. Mi homenaje para ella es seguir siendo el ser humano que quiso que yo fuera. Cuando soñaba con el regreso, mi vieja estaba siempre en esa foto.
— V —
Aseguran que cuando Carmen Nordelo se encontraba en cama con la memoria extraviada, solo reconocía una voz; le llegaba desde Victorville, vía telefónica. La lágrima en su rostro lo revelaba. Era su Gerardito, el mismo que ella y su esposo llevaron más de una vez desde niño a Gavilanes, en Fomento, Sancti Spíritus, para visitar la familia Peñate Orozco.
“Ese fue mi primer contacto con la campiña cubana; fue algo que me marcó para toda la vida —nos comenta—. Si bien soy de un barrio de las afueras de La Habana, por el parque Lenin, donde podías ver vacas y chivos, no es lo mismo disfrutar de la belleza de nuestras montañas, de nuestras palmas reales.
“Constituyó una experiencia extraordinaria subir aquellas lomas, unas veces a caballo, otras en la guarandinga; tú veías las gomas que estaban casi en el borde del precipicio, y mirabas para abajo y decías: “¡Ay!, mi madre”, y dormir en un lugar alumbrándote con mechones de luz brillante. Allí me bañé por primera vez en un río y tomé agua de un manantial. Hoy en día tengo la casa
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