Desde CubaHora
El pueblo venezolano celebra hasta el próximo 14 de febrero las fiestas carnavalescas, pero sin descuidar un instante la defensa nacional ante el acoso y las amenazas que sufre el gobierno revolucionario de Nicolás Maduro por parte de Estados Unidos, la Unión Europea, el llamado Grupo de Lima y la dividida e irrespetuosa oposición interna, entre otros actores políticos.
Son los carnavales fiestas tradicionales que se celebran en los 23 estados del país como una suerte de respiro colectivo bajo la protección de distintos cuerpos armados y civiles puestos en función de que el jolgorio sea en paz, dada la violencia demostrada estos años por la derecha opositora.
El pueblo revolucionario venezolano, poseedor de una resistencia admirable, conoce que se avecinan meses de una lucha difícil, y sobretodo peligrosa, pues los acontecimientos de los últimos días vislumbran graves riesgos para Venezuela, incluida la agresión armada por fuerzas extranjeras.
El gobierno del ultraderechista Donald Trump y sus asesores de igual ideología no desean –porque no les conviene- cooperar con el gobierno legítimo de Caracas para encontrar una salida civilizada al conflicto con la desunida y violenta oposición interna, aunque Caracas no se lo ha pedido.
Con la injerencia militar extranjera, que costaría miles de vida de ambos lados, ellos pretenden reinstalar lo que catalogan de democracia.
Saben que incluso no tienen que sacrificar ni un marine, pues hay varios regímenes de derecha fronterizos con Venezuela incluso –con bases militares estadounidenses en su territorio- dispuestos a derrocar a Maduro, apoderarse de las mayores reservas de petróleo a nivel mundial (que quedarían en manos norteamericanas). Si se concreta, también busca situar en lugar del presidente revolucionario a un títere de la Casa Blanca. Esa es la teoría imperialista, pero la realidad es otra.
La sucia guerra desatada desde 1998 primero contra el fundador de la Revolución Bolivariana, el presidente Hugo Chávez, y ahora contra su sucesor electo en las urnas hace cuatro años, posee un perfil morboso.
Está destinada a matar de hambre a la población, negándole incluso medicamentos, un bloqueo financiero y comercial destinada a destruir la economía, ya de por si en dificultades, violencia callejera con centenares de muertos y heridos, amenazas de organizaciones políticas que desvirtúan las funciones para las que fueron creadas, como la Organización de Estados Americanos (OEA), y la Unión Europea.
La supuesta preocupación de estos actores es la llamada carencia de libertad y de derechos humanos en el país cuyo presidente ha llamado 400 veces a los partidos opositores a la mesa de dialogo en aras de devolverle la tranquilidad a los ciudadanos y llevar adelante planes económicos inclusivos, con la participación en ellos de distintos sectores importantes, y sobretodo el trabajo mancomunado para equilibrar la economía interna.
La derecha internacional acusa a Venezuela, que en los últimos 18 años escogió el camino de la Revolución como proyecto de cambios, de ser una dictadura, lo cual se contradice con que Venezuela es la nación latinoamericana que ha realizado más elecciones y referendos, tanto con Chávez como con Maduro. Doscientas veces fueron los venezolanos a las urnas y solo perdieron en dos ocasiones.
Venezuela, que ha proclamado en estas casi dos décadas su vocación de paz, que insiste aún en el diálogo con sus enemigos ideológicos y de clase, es hostigada de manera brutal por el interés de Estados Unidos de apoderarse de sus riquezas naturales.
Es risible, sino fuera tan peligroso, que la mayor potencia militar mundial proclame, como hizo la resolución dictada por el ex mandatario Barak Obama, Venezuela constituye una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional de su país.
En lenguaje claro ello significó, y significa, que Trump está amparado (y si no lo estuviera también lo haría) para en cualquier momento lanzar un ataque armado contra la nación suramericana, con el apoyo de los gobiernos derechistas de Suramérica y sus socios europeos.
La OEA no pudo complacer a sus compradores de Washington. La diplomacia venezolana hizo gala de su maestría y derrumbó, apoyado por países del Caribe y de la región, las mentiras esgrimidas por esa organización con el fin de implantar en suelo venezolano la Carta Democrática, una puerta de entrada libre para la soldadesca extranjera.
Solo en Colombia, país fronterizo, con el presidente derechista Juan Manuel Santos, declarado archienemigo de la Revolución Bolivariana, posee nueve bases militares de acción rápida.
Cada día suben de tono las críticas de Santos –con un endilgado e inmerecido Premio Nobel de la Paz- al jefe del gobierno de Caracas por la conducción del país mientras él, con absoluto irrespeto, engañó a las fuerzas guerrilleras con un Acuerdo de Paz, destruido en un año por los asesinatos de quienes entregaron sus armas de buena fe, en tanto se muestra impasible ante el fortalecimiento de los grupos paramilitares homicidas.
La reciente gira por cinco países latinoamericanos de Rex Tillerson, secretario de Estado del gobierno Trump, impresiona como el preámbulo de los toques finales de un plan que recuerda el derrocamiento, por órdenes de Washington, del presidente legítimo de Chile, Salvador Allende, en 1973.
Tillerson viajó el pasado día primero a México, Argentina, Perú Colombia, y Jamaica. Para los caribeños, la visita del Secretario tuvo doble propósito: tantear el camino para que retiren su apoyo a Venezuela y acabar con Petrocaribe, un organismo fundado por Chávez para facilitarle a las débiles economías de esa región el crudo a precios preferenciales al Caribe cuando les era imposible adquirirlo por los altos precios que derrumbarían sus economías. Aunque su agenda, supuestamente, tocaría solo asuntos bilaterales, el Secretario confirmó en cada una de sus visitas las acciones contra Venezuela.
En México, donde Estados Unidos impone la construcción de un muro para impedir la emigración desde Sur y Centroamérica –que Trump insiste en sea pagado por los mexicanos- confirmó que ¨usará todas sus herramientas políticas, diplomáticas y económicas para enfrentar la situación en Venezuela¨.
Fue más lejos en su injerencismo. Declaró: “En la historia de Venezuela y en otros países de América Latina y Suramérica muchas veces el ejército ha hecho el cambio cuando las cosas están mal, y si el liderazgo ya no puede servir a la gente nunca más, ellos manejarán una transición pacífica. Si ese será el caso aquí, no se, de nuevo nuestra posición es que Maduro debe volver a su constitución y seguirla, si él no es reelegido por la gente”.
De inmediato, la Fuerza Armada Nacional de Venezuela se pronunció y apoyó a su Presidente y Comandante en Jefe, en tanto criticó a Tillerson, quien, opinó el Estado Mayor, ¨no tiene autoridad alguna para opinar sobre nuestro país¨.
La prepotencia de los imperialistas norteamericanos carece de límites. No le bastó alentar un golpe de estado militar, sino que le aconsejó al Mandatario que ¨si la cocina se calienta demasiado se traslada a Cuba donde sus amigos le prepararán una hacienda sobre la playa y puede tener una vida agradable allá¨.
Si existen dudas confirmadas de científicos estadounidenses sobre la salud mental del presidente Trump, al leer las declaraciones de este funcionario se sobreentiende que anda por los mismos rieles.
En Argentina, amenazó con sancionar la venta de petróleo venezolano, ¨y si es una medida, precisó, que pudiera llevar ¨esto¨(al gobierno revolucionario) a su fin o a agilizar ese fin.
Cada una de las barrabasadas de Tillerson recibió las adecuadas respuestas de las cancillerías de Venezuela, Cuba y de Brasil, en tanto Maduro afirmó que su pueblo estaba preparado para defender la libertad y la soberanía ante las amenazas que Trump y Mauricio Macri, el presidente derechista de Argentina, estudiaban imponer sanciones petroleras conjuntas.
Las naciones visitadas por el Secretario de Estado forman parte del llamado Grupo de Lima, creado por regímenes que en el seno de la OEA, aunque fracasaron, solicitaron medidas injerencistas y de fuerza contra Venezuela el pasado año y siguen aun mantienen un plan de hostigamiento.
Algunos analistas recuerdan que el Comando Sur está reclutando personal de la Fuerza Aérea de Estados Unidos en Panamá con el evidente propósito –afirmó el politólogo argentino Atilio Borón- de atacar a Venezuela.
Mientras el Pentágono valora los pro y los contra de una política de fuerza, Chile suspendió de manera indefinida su participación en el diálogo del gobierno y varios partidos de la oposición venezolana en Santo Domingo con el infantil pretexto de que en Caracas, “no se han acordado condiciones mínimas para una elección presidencial democrática y una normalización institucional.”
En enero pasado, el Departamento del Tesoro sancionó a cuatro altos funcionarios venezolanos: Rodolfo Marco Torres, miembro de la Junta Directiva de estatal petrolera PDVSA y actual gobernador de Aragua; Francisco Rangel Gómez, miembro de la Junta Directiva de PDVSA y exgobernador de Bolívar; Gerardo José Izquierdo Torres, ministro de Estado para la Nueva Frontera de Paz; y Fabio Enrique Zavarse Pabón, comandante de la Zona Operativa de Defensa Integral Capital.[3]
Ese mismo mes, la sumisa Unión Europea (UE) cumplió su parte con Washington y formalizó sanciones – que implican congelación de fondos y la prohibición en entrar a cualquier país miembro del bloque- a Diosdado Cabello, vicepresidente del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV); Mikel Moreno, presidente del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ); Néstor Reverol, ministro de Interior, Justicia y Paz; Gustavo Enrique González, jefe del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN); Tibisay Lucena, presidenta del Consejo Nacional Electoral (CNE); Tarek William Saab, Fiscal General; y Antonio José Benavides Torres, ex comandante general de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB).
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