Una gran orgía de los sentimientos
Por Paquita Armas Fonseca
Cincuenta y cinco años atrás (se dice fácil) monté en un caballo blanco y cremita, “un penco” al decir de mi Papá que lo atendía “a piso”, algo así como estar pendiente del animal en la finca El tanque que le cuidaba a un casi terrateniente holguinero. Allí pasé desde mis tres o cuatro años hasta los nueve. Mis padres no me dejaban ir sola al fondo, porque en el límite de lo que era el barrio La chomba había un burdel, dicho en forma fina, (bayú era como decían mis viejos y mis hermanos) al que iban guardias de Fulgencio Batista y a cada rato había una bronca, con tiros y todo.
Pero en El tanque tuve el privilegio de ver a los primeros barbudos. Eso sucedió cuando andaba por siete años y meses, recuerdo como recostaban taburetes a la pared de enfrente, y mi madre les decía que recordaran que a unos quinientos metros llegaban las patrullas batistianas. Ellos reían y le decían “Cacha, esos bichos nos tienen tanto miedo que ni aquí suben”. Era cierto a finales de diciembre de 1958 los rebeldes rodeaban casi todas las ciudades orientales, además estaba oscuro por los apagones. A mí me gustaba que ellos llegaran porque había uno que tenía la barba negra, larga y espesa, como me imaginaba a los reyes magos, y aquel hombre, Felo, dejaba que yo halara sus pelos.
Vuelvo al penco, el caballo pinto en el que mi padre me subió, para ir hasta los límites de la ciudad, el día primero de enero de 1959. Yo vencí el miedo que le tengo a esos cuadrúpedos, pero como se llevaba tan bien con Papi no lo pensé mucho, además ¿Quién tiene temor y sentido del peligro a los ocho años?
El camino estaba lleno, mucha gente iba a pie, todos se felicitaban y ahora lo recuerdo como una gran orgía de los sentimientos. Los viva a Cuba, a los rebeldes, a Fidel se mezclaban en timbres de voces distintas. Hubo también llanto de alegría y algún deseo de venganza que lo sentí en expresiones de personas que habían perdido un familiar o su casa.
La ida la puedo contar detalle a detalle: mi encuentro con muchos más rebeldes, llenos de collares de Santa Juana, de hecho me regalaron dos, uno anda por algún esquinero de la casa. Del regreso no recuerdo absolutamente nada. Supongo que dormida haría el tramo hasta El tanque.
Los días que siguieron fueron de euforia total. Mi madre con algún miedo porque aún quedaban casquitos armados. Y yo tuve un seis de enero especial. Aún creía en los reyes magos. Nunca entendí por qué si era tan buena alumna me tenía que conformar con una muñequita de plástico y plumas en la cintura, pero el primer día de reyes de la Revolución mi hermano se disfrazó –es una metáfora, claro- de Baltazar y al despertar tuve una muñeca grande, rubia, vestida de azul. El primogénito pidió dinero prestado y a cada persona de la familia dejó un regalo incluso para él compró un radio, del que disfrutábamos todos.
Hasta la finca iban amigas de mi hermana, muchachas igual que ella, que se “repartían” los novios entre los héroes rebeldes. Casi todas decían que Camilo y el Che eran los más lindos. Yo me metía y aunque me mandaran a callar decía que el más lindo era Fidel. Luego entendí por qué: tiene un perfil greco latino perfecto y el carisma ideal para la conquista del alma de las mujeres y la admiración de los hombres, incluso de algunos muy especiales como los propios Camilo y Che que lo demostraron con creces.
Estoy segura de que no escuché el discurso, pero si comentarios de mi madre o mi padre sobre lo que dijo Fidel el 8 de enero acerca del futuro. Luego lo leí: “Creo que es este un momento decisivo de nuestra historia: la tiranía ha sido derrocada. La alegría es inmensa. Y sin embargo, queda mucho por hacer todavía. No nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil.”
Muy difícil ha sido, quizás mucho más de lo que se imaginó el propio Fidel. Sin embargo, hoy, cuando amigos están en crisis en países del primer mundo, veo este planeta totalmente patas arribas, recuerdo mi primera muñeca y mi viaje en busca de los rebeldes, las risas y la felicidad de aquellos momentos y paso revista a otros instantes de estas cinco décadas y media; digo que valió la pena, por nosotros y por los que vendrán.
Por Paquita Armas Fonseca
Cincuenta y cinco años atrás (se dice fácil) monté en un caballo blanco y cremita, “un penco” al decir de mi Papá que lo atendía “a piso”, algo así como estar pendiente del animal en la finca El tanque que le cuidaba a un casi terrateniente holguinero. Allí pasé desde mis tres o cuatro años hasta los nueve. Mis padres no me dejaban ir sola al fondo, porque en el límite de lo que era el barrio La chomba había un burdel, dicho en forma fina, (bayú era como decían mis viejos y mis hermanos) al que iban guardias de Fulgencio Batista y a cada rato había una bronca, con tiros y todo.
Pero en El tanque tuve el privilegio de ver a los primeros barbudos. Eso sucedió cuando andaba por siete años y meses, recuerdo como recostaban taburetes a la pared de enfrente, y mi madre les decía que recordaran que a unos quinientos metros llegaban las patrullas batistianas. Ellos reían y le decían “Cacha, esos bichos nos tienen tanto miedo que ni aquí suben”. Era cierto a finales de diciembre de 1958 los rebeldes rodeaban casi todas las ciudades orientales, además estaba oscuro por los apagones. A mí me gustaba que ellos llegaran porque había uno que tenía la barba negra, larga y espesa, como me imaginaba a los reyes magos, y aquel hombre, Felo, dejaba que yo halara sus pelos.
Vuelvo al penco, el caballo pinto en el que mi padre me subió, para ir hasta los límites de la ciudad, el día primero de enero de 1959. Yo vencí el miedo que le tengo a esos cuadrúpedos, pero como se llevaba tan bien con Papi no lo pensé mucho, además ¿Quién tiene temor y sentido del peligro a los ocho años?
El camino estaba lleno, mucha gente iba a pie, todos se felicitaban y ahora lo recuerdo como una gran orgía de los sentimientos. Los viva a Cuba, a los rebeldes, a Fidel se mezclaban en timbres de voces distintas. Hubo también llanto de alegría y algún deseo de venganza que lo sentí en expresiones de personas que habían perdido un familiar o su casa.
La ida la puedo contar detalle a detalle: mi encuentro con muchos más rebeldes, llenos de collares de Santa Juana, de hecho me regalaron dos, uno anda por algún esquinero de la casa. Del regreso no recuerdo absolutamente nada. Supongo que dormida haría el tramo hasta El tanque.
Los días que siguieron fueron de euforia total. Mi madre con algún miedo porque aún quedaban casquitos armados. Y yo tuve un seis de enero especial. Aún creía en los reyes magos. Nunca entendí por qué si era tan buena alumna me tenía que conformar con una muñequita de plástico y plumas en la cintura, pero el primer día de reyes de la Revolución mi hermano se disfrazó –es una metáfora, claro- de Baltazar y al despertar tuve una muñeca grande, rubia, vestida de azul. El primogénito pidió dinero prestado y a cada persona de la familia dejó un regalo incluso para él compró un radio, del que disfrutábamos todos.
Hasta la finca iban amigas de mi hermana, muchachas igual que ella, que se “repartían” los novios entre los héroes rebeldes. Casi todas decían que Camilo y el Che eran los más lindos. Yo me metía y aunque me mandaran a callar decía que el más lindo era Fidel. Luego entendí por qué: tiene un perfil greco latino perfecto y el carisma ideal para la conquista del alma de las mujeres y la admiración de los hombres, incluso de algunos muy especiales como los propios Camilo y Che que lo demostraron con creces.
Estoy segura de que no escuché el discurso, pero si comentarios de mi madre o mi padre sobre lo que dijo Fidel el 8 de enero acerca del futuro. Luego lo leí: “Creo que es este un momento decisivo de nuestra historia: la tiranía ha sido derrocada. La alegría es inmensa. Y sin embargo, queda mucho por hacer todavía. No nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil.”
Muy difícil ha sido, quizás mucho más de lo que se imaginó el propio Fidel. Sin embargo, hoy, cuando amigos están en crisis en países del primer mundo, veo este planeta totalmente patas arribas, recuerdo mi primera muñeca y mi viaje en busca de los rebeldes, las risas y la felicidad de aquellos momentos y paso revista a otros instantes de estas cinco décadas y media; digo que valió la pena, por nosotros y por los que vendrán.
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