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viernes, enero 03, 2014

Cuba destina 49 % del presupuesto a salud y educación

Lo que no todos hemos “pre-supuesto”
Pastor Batista Valdés
No creo que haya otro lugar donde, en condiciones tan adversas desde el punto de vista financiero y económico, el Estado destine el 49 % de su presupuesto anual a algo tan sensible y vital para el ser humano, como la salud y la educación.
Estadísticas presentadas en las recientes sesiones del Parlamento cubano dan cuenta de una cifra superior a los 15 mil 500 millones de pesos en el 2014 para gastos en función de la vida y del saber.
Tal deferencia no constituye “novedad” para quienes, año tras año, oímos hablar de montos proporcionalmente similares con el noble propósito de que ningún niño fallezca por falta de asistencia y de atención médicas, que los abuelos vivan no solo más sino también un poco mejor… y que todos tengamos igual posibilidad, derecho (y hasta el deber) de arrancarnos la ignorancia a ritmo de pupitre, pizarrón, maestro y computadora.
Pero no por común hay que subestimar o apartar esa realidad de las meditaciones que bien caben dentro de las personas agradecidas.
Esos 15 mil millones de pesos son míos (tuyos, de todos), pero… ¿De dónde han salido? ¿Hemos aportado todos por igual para respaldar ese privilegio prácticamente único de los cubanos? ¿Usamos de forma verdaderamente eficiente esos fondos en cada escuela, consultorio médico, policlínico, hospital?
Una respuesta, bastante discreta o conservadora, podría ser: “No siempre ni en todas partes ocurre así”.
Solo por gratitud —y el cubano siempre lo ha sido— vale la pena corresponder ese 49 % de Derecho Humano puro, mediante mucha consagración, rigor y eficiencia por parte de quienes organizan, dirigen, hacen salud y educación para el pueblo.
Vale la pena que, con la lógica de nuestro entorno específico, los empresarios razonen de una vez que cumplir los planes productivos, crecer, no gastar por gusto, generar exportaciones y no tener que comprar lo que puede producir el país… no es un capricho de alguien, ni una frase de moda, sino el único modo posible de generar riqueza, mejorar las condiciones de la empresa, aportar más al presupuesto, aumentar la calidad de vida, tener más salud, educación, seguridad social y otros beneficios dentro de la propia casa, para sí mismo y para el hijo o los nietos que comparten techo, horas, espacio, necesidades, aspiraciones y esperanzas.
No hay una mina subterránea, ni un ánfora a ras de banca nacional que al ser frotada dé billetes. Cada peso que circule debe estar respaldado por riqueza real. Lo otro sería mentira e inflación y Cuba no se marea girando en esa órbita. La riqueza solo brota del trabajo: manual, tecnológico, intelectual… en estructuras y formas estatales o no… ¡Pero trabajo al fin!
¿De dónde, si no de él, seguirán emergiendo esos más de 15 mil 500 millones de pesos (y se necesitaría más incluso) para salvar vidas y crear conocimiento; los más de 2 mil 400 millones de pesos con que el país seguirá subsidiando precios minoristas, el beneficio a aproximadamente dos millones de personas por medio de la seguridad social o lo que de forma paralela se destina a asistencia social?
La hora es de aporte justo, no de injusta succión que desangra economías. Por ello, mientras el sector empresarial hace su parte (y no puede haber palidez en la exigencia), será preciso también acentuar el rigor en torno al deber tributario, al aporte de los trabajadores por cuenta propia, el rol de la Oficina Nacional de Administración Tributaria, tocar con la mano de verdad el asunto de las declaraciones juradas y sobre todo el inaceptable fenómeno de las subdeclaraciones, que engañan al país, le restan salud a la economía y enferman la mente humana.
Vivir de espalda a esos retos es como andar a ciegas, incurrir en la ingratitud o suponer —en el mejor de los casos— que nuestros hijos van a la escuela, son saludables o tendrán garantizado su futuro por obra y gracia de la casualidad. Y cualquier persona sensata, agradecida y “con dos dedos de frente”, sabe muy bien que no es así.

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