Por Euclides Fuentes Arroyo
Quienes tratan en vano de justificar los crímenes de lesa humanidad del imperialismo en nombre de ese mito de unas auto proclamadas libertad, democracia y derechos humanos, asumen la misma doble moral de los altos prelados de la iglesia que por todos los medios a su alcance, ocultaron y protegieron a los curas pederastas que arruinaron las vidas de niños que hasta convertirse en hombres han cargado con el bochornoso trauma inducido sobre el engaño al convencerlos que debían aceptarlo por ser mandato del Señor.
Qué vergüenza que algunos que se dicen químicamente puros y ponderan su narcisismo intelectual, repetitivo y falaz, vean asomos de dictadura solo en países de nuestra América donde sus pueblos, hastiados de ser abusados por las minorías privilegiadas que se hicieron del poder desde el instante mismo en que desataron las coyundas del colonialismo, ocultan y hasta aplauden que el imperio recurra a esos mismos sectores cómplices de sus delitos contra la voluntad de las mayorías.
Descargan su odio clasista satanizando a los gobiernos progresistas, se guarda silencio ante hechos consumados como la erradicación del analfabetismo, la atención gratuita y de calidad a los desvalidos, en materia de salud, la reducción, a niveles ínfimos, de la mortalidad infantil, el avance científico, la prestación de mejores condiciones laborales, una justicia que reconoce que en la relación obrero patronal la ventaja está en manos del empleador y el punto débil en el trabajador. Los esfuerzos por mejoras salariales y la dotación de viviendas decorosas frente a la avaricia de los casa tenientes, así como la política de que la tierra debe ser para quien la trabaja y no para los geófagos que la acaparan, provocan en la escatofagia cataratas de diatribas..
No se rechaza la insensibilidad humana de quienes destruyen costas, ríos, montañas y todo el medio ambiente para dar paso a proyectos hidroeléctricos, mineros e inmobiliarios que se traducen en cuentas millonarias para unos pocos mientras siembran miseria, dolor y muerte para los muchos Tampoco se repudia el saqueo de los recursos naturales en las venas abiertas de América Latina como enseñó Eduardo Galeano.
No existe libertad en el país que dice ser un ícono de ella pues se priva a sus ciudadanos a viajar a una isla cercana para llenar cometidos culturales, educativos, científicos o deportivos. Imponen listados de naciones en donde, según ellos, no se respetan los derechos humanos, pero en los Estados Unidos persiste la discriminación racial contra las minorías negras, hispano parlantes y de migraciones de diversas latitudes. Todo esto lo disimula la canalla mediática que con vastas fortunas financia sus múltiples voceros de uno a otro confín del subcontinente.
Hay odiosa virulencia contra los estadistas que protegen los patrimonios de esos pueblos que durante una centuria favorecieron los intereses del imperio voraz y parasitarias clases dominantes, mientras se felicita la explotación del hombre por el hombre, se glorifica el culto al becerro de oro de quienes lucran con la hambruna colectiva, a través de las importaciones de alimentos para favorecer a sus empresas, mientras se condena a la desaparición del hombre del campo que con trabajo y sudor fertiliza la tierra que los produce. Todo ello en nombre de una “democracia” excluyente y selectiva; de una libertad inexistente en donde el ciudadano común no tiene privacidad porque los terribles mecanismos del poder diabólico que posee la tecnología no lo permite. Los teóricos de esa falacia que denominan derechos humanos no quieren reconocer, como dice la estudiante y madre venezolana Alicia Katherine Ochoa, “desde cuando los oligarcas que nos condenan al hambre y la pobreza, y el pueblo que sufre esos males, podemos sentir y pensar lo mismo? No existe un “alma venezolana” panameña o estadounidense, existe la conciencia revolucionaria (y en este caso también patriótica y de clase) de los trabajadores y el pueblo, los oprimidos que luchamos por un mundo sin explotación y con justicia”. En fin, hablan pestes de Fidel, de Chávez y ni las mujeres como Dilma y Cristina se salvan, pero cobardemente callan los genocidios y torturas de los Bush, padre e hijo, Reagan, Nixon y el nuevo inquilino de la Casa Blanca.
Euclides Fuentes Arroyo, ced. 7-44-677.
Quienes tratan en vano de justificar los crímenes de lesa humanidad del imperialismo en nombre de ese mito de unas auto proclamadas libertad, democracia y derechos humanos, asumen la misma doble moral de los altos prelados de la iglesia que por todos los medios a su alcance, ocultaron y protegieron a los curas pederastas que arruinaron las vidas de niños que hasta convertirse en hombres han cargado con el bochornoso trauma inducido sobre el engaño al convencerlos que debían aceptarlo por ser mandato del Señor.
Qué vergüenza que algunos que se dicen químicamente puros y ponderan su narcisismo intelectual, repetitivo y falaz, vean asomos de dictadura solo en países de nuestra América donde sus pueblos, hastiados de ser abusados por las minorías privilegiadas que se hicieron del poder desde el instante mismo en que desataron las coyundas del colonialismo, ocultan y hasta aplauden que el imperio recurra a esos mismos sectores cómplices de sus delitos contra la voluntad de las mayorías.
Descargan su odio clasista satanizando a los gobiernos progresistas, se guarda silencio ante hechos consumados como la erradicación del analfabetismo, la atención gratuita y de calidad a los desvalidos, en materia de salud, la reducción, a niveles ínfimos, de la mortalidad infantil, el avance científico, la prestación de mejores condiciones laborales, una justicia que reconoce que en la relación obrero patronal la ventaja está en manos del empleador y el punto débil en el trabajador. Los esfuerzos por mejoras salariales y la dotación de viviendas decorosas frente a la avaricia de los casa tenientes, así como la política de que la tierra debe ser para quien la trabaja y no para los geófagos que la acaparan, provocan en la escatofagia cataratas de diatribas..
No se rechaza la insensibilidad humana de quienes destruyen costas, ríos, montañas y todo el medio ambiente para dar paso a proyectos hidroeléctricos, mineros e inmobiliarios que se traducen en cuentas millonarias para unos pocos mientras siembran miseria, dolor y muerte para los muchos Tampoco se repudia el saqueo de los recursos naturales en las venas abiertas de América Latina como enseñó Eduardo Galeano.
No existe libertad en el país que dice ser un ícono de ella pues se priva a sus ciudadanos a viajar a una isla cercana para llenar cometidos culturales, educativos, científicos o deportivos. Imponen listados de naciones en donde, según ellos, no se respetan los derechos humanos, pero en los Estados Unidos persiste la discriminación racial contra las minorías negras, hispano parlantes y de migraciones de diversas latitudes. Todo esto lo disimula la canalla mediática que con vastas fortunas financia sus múltiples voceros de uno a otro confín del subcontinente.
Hay odiosa virulencia contra los estadistas que protegen los patrimonios de esos pueblos que durante una centuria favorecieron los intereses del imperio voraz y parasitarias clases dominantes, mientras se felicita la explotación del hombre por el hombre, se glorifica el culto al becerro de oro de quienes lucran con la hambruna colectiva, a través de las importaciones de alimentos para favorecer a sus empresas, mientras se condena a la desaparición del hombre del campo que con trabajo y sudor fertiliza la tierra que los produce. Todo ello en nombre de una “democracia” excluyente y selectiva; de una libertad inexistente en donde el ciudadano común no tiene privacidad porque los terribles mecanismos del poder diabólico que posee la tecnología no lo permite. Los teóricos de esa falacia que denominan derechos humanos no quieren reconocer, como dice la estudiante y madre venezolana Alicia Katherine Ochoa, “desde cuando los oligarcas que nos condenan al hambre y la pobreza, y el pueblo que sufre esos males, podemos sentir y pensar lo mismo? No existe un “alma venezolana” panameña o estadounidense, existe la conciencia revolucionaria (y en este caso también patriótica y de clase) de los trabajadores y el pueblo, los oprimidos que luchamos por un mundo sin explotación y con justicia”. En fin, hablan pestes de Fidel, de Chávez y ni las mujeres como Dilma y Cristina se salvan, pero cobardemente callan los genocidios y torturas de los Bush, padre e hijo, Reagan, Nixon y el nuevo inquilino de la Casa Blanca.
Euclides Fuentes Arroyo, ced. 7-44-677.
No hay comentarios:
Publicar un comentario