Juan Nicolás Padrón - Cuba Contemporánea.- Gracias a Leonardo Padura (La Habana, 1955), la literatura cubana tiene su detective; antes de él, la narrativa insular de corte policial había tenido sus novelas, unas pocas memorables, otras intrascendentes, algunas lamentables, pero no contaba con un Sherlock Holmes, un Hércules Poirot, un inspector Maigret, un Pepe Carvalho, un Héctor Belascoarán, un Kurt Wallander, un Philip Marlowe, ni siquiera con un pedante Philo Vance. Padura creó a Mario Conde, que ha sobrevivido hasta a los intentos de su autor de asesinarlo.
Y para muchísimos de sus seguidores, eso explica con creces que recientemente se convirtiera en el Premio Nacional de Literatura más joven de Cuba –poco antes había sido el primer cubano invitado a participar en la Semana de Autor de la Casa de las Américas–, aunque, además de la saga de Conde, haya escrito ensayos, cuentos, un periodismo que se cuenta entre los mejores de las últimas décadas en la Isla, una novela dedicada al poeta romántico José María Heredia y otra protagonizada por el asesino de León Trotsky.
Abusando de su tiempo, ocupado en una nueva novela y supongo que en atender muchísimas solicitudes de este tipo luego de su premio cubano, que recibió en la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña, en La Habana, durante la Feria del Libro iniciada el 14 de febrero, le envié a Padura cinco preguntas que con su habitual gentileza respondió precisa y rápidamente.
CC: ¿Cómo es la relación de Padura con Mario Conde; cómo te permite no hacer literatura policial, sino, simple y llanamente, literatura?
LP: Cuando yo comencé a escribir Pasado perfecto, en 1990, tenía algo muy claro en mi mente: quería escribir una novela policial, ma non troppo, una novela que, desde lo policial, estableciera un diálogo con lo social, una novela policial cubana que no se pareciera a las novelas policiales cubanas, pero, sobre todo, quería escribir una novela. El resto era prescindible, negociable, ajustable, pero no lo novelesco, lo literario. Muchas veces la crítica, los lectores, pero sobre todo los mismos escritores han considerado que ciertos «géneros», entre ellos el policial, no son suficientemente serios y artísticos. Y eso es un grandísimo error. Lo «genérico» no decide la calidad literaria de un texto, sino la intención y la ambición del autor, y, por supuesto, su capacidad. En la historia de la novela policial los ejemplos de buena literatura sobran: Hammett, Chandler, Sciacia, Vázquez Montalbán, Rubem Fonseca, Hennig Mankell… y ejemplos de mala literatura en «formatos» más prestigiados, no solo sobran, sino que hasta zozobran…
Desde esa intención me puse a escribir una novela en la que había un delito, incluso un crimen, pero sobre todo había unas historias de vidas, una experiencia generacional en un momento en que las cosas en Cuba entraban en un túnel del cual nadie sabía cómo saldríamos, aunque el tránsito –eso sí lo sabíamos– iba a ser terrible. Teníamos que ya el Muro de Berlín no existía y estábamos ante la inminencia de la implosión del socialismo en Europa del Este, con todo lo que podía significar (eso también lo sabíamos) para la Isla, que se había hecho absolutamente dependiente de sus relaciones económicas con aquel bloque. La incertidumbre del futuro, las experiencias difíciles o amables del pasado, y la tragedia del presente estaban tocando muy directamente a mi generación en el momento en que entraba en su madurez intelectual… y no teníamos un clavo del cual agarrarnos.
Mario Conde vino entonces en mi ayuda. Desde su perspectiva pude comenzar a armar una novela en la que recorría el espíritu de mi generación y al final, casi de forma casual, se descubría un crimen, pero antes se había descubierto algo más trascendente y terrible: la presencia del oportunismo, el arribismo, la doble moral, la corrupción como componentes de una sociedad en la que esos males se habían hecho endémicos, tanto, que todavía hoy los padecemos en cantidades que también zozobran. Es decir, que vivíamos en una sociedad en la que el discurso y la realidad no siempre se comunicaban…
El resto era mi esfuerzo por escribir lo mejor posible, un esfuerzo que siempre he puesto en cada cosa salida de mis manos, pues estoy convencido de que cada una de mis novelas es la mejor novela que he sido capaz de escribir mientras la escribía, y que si no es mejor se debe a mi incapacidad, no a mi voluntad y entrega al trabajo.
Y a partir de ahí empieza la historia. Pasado perfecto me quedó bastante bien (digo yo), y cuando me lancé a escribir la segunda aventura de Conde, Vientos de cuaresma, sabía que podía hacerla aún más literaria, más densa artísticamente, y lo intenté… y lo sigo haciendo hasta hoy, cuando estoy terminando una novela absolutamente literaria que se llamará Herejes y será la octava entrega del personaje de Mario Conde.
CC: Tu época en el periódico habanero Juventud Rebelde es todavía recordada con nostalgia por quienes te leímos, y tu actual periodismo de opinión es muy poco conocido por tus lectores cubanos. ¿Son las novelas una vía para llegar también con tu opinión sobre la realidad de la Isla a esos lectores?
LP: Yo he tenido una gran fortuna como periodista… aunque nunca fui ni he sido en puridad un periodista, mejor dicho, un reportero… Me gradué en 1980 de la especialidad de Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Filología, y ese mismo año empecé a trabajar en El Caimán Barbudo, un mensuario que llegó a ser, en aquel momento, la publicación cultural más importante de Cuba. En el año 1983 fui «trasladado» a Juventud Rebelde, donde estuve por seis años y conseguí, con otro grupo de colegas, convertir ese vespertino no solo en el periódico más importante de Cuba, sino en una referencia en el periodismo cubano posterior a 1959 –que tan poco interesante ha sido, por cierto. Y luego estuve cinco años en La Gaceta de Cuba, cuando la revista se tornó la publicación cultural más importante del país… Pero en esos medios nunca hice un periodismo de participación social. O bien era periodismo cultural o de investigación histórica, también conocido como periodismo literario, con el cual miré más el pasado cubano que su presente.
Solo a partir de 1996, cuando establezco una relación sistemática con la agencia de prensa IPS –que mantengo hasta hoy– pude comenzar a escribir con mayor libertad y frecuencia de los problemas de la sociedad cubana, a veces desde los conflictos de la cultura, otras desde los propios fenómenos de la realidad –en relación con la economía, los comportamientos sociales, la religión, etc. Esas columnas, que se distribuyen desde la oficina cubana de IPS y desde la central de Roma, a través del servicio mundial de columnistas, junto a colaboraciones que he publicado en revistas y periódicos de muchas partes, me han permitido sostener una reflexión sobre los movimientos de la sociedad cubana contemporánea, que es muy rica, peculiar, contradictoria, incluso cambiante –aun cuando en momentos no haya habido ni voluntad ni intenciones de cambios. Ese trabajo me ha permitido dos cosas: liberar a mis novelas de una exigencia reflexiva o testimonial sobre el presente y, a la vez, perfilar mejor la reflexión y la crónica del presente que hago en mis novelas.
En el caso de las historias de Mario Conde la relación con la realidad, la visión crítica o conflictiva del presente, es una consecuencia directa de los mismos acontecimientos, personajes, situaciones que recojo en las novelas. Pero en otros libros más complicados y abarcadores, como La novela de mi vida o El hombre que amaba a los perros, donde trato de encontrar respuestas a problemas tan complejos como la pertenencia cultural, las esencias de la cubanía, los caminos por los que se pervirtió la utopía, la frustración de los sueños, el engaño personal y colectivo, no puedo simplemente convertirlos en conflictos históricos, sino que necesito traerlos hasta el presente, y problematizarlos con las condiciones de una sociedad como la cubana…
En resumen, literatura y periodismo se complementan en mi trabajo, y cada uno de ellos satisface una necesidad comunicativa de acuerdo con sus vías de concreción, de acuerdo con las exigencias de espacio y tiempo, y con las del lenguaje.
CC: Se dijo, hace un tiempo, que te convertirías en una especie de «asesor» del equipo de pelota Industriales. ¿Qué hay de eso?
LP: Fue algo que hablamos el actual director del equipo, Lázaro Vargas, y yo. Sería algo así como una asesoría desde la cultura, desde la sensibilidad y visión del aficionado que es además un conocedor del deporte. Hablamos mucho, de muchas cosas, pero luego la realidad frustró o pospuso el proyecto, pues la dinámica de un campeonato deportivo es muy intensa y complicada, y los tiempos de un escritor como yo son muy limitados… Pero algo haremos.
Soy un fanático absoluto de la pelota, me gusta, la sigo desde que era un niño y… sin poses ni vanidades: sé muchísimo de pelota. Pero, además, puedo verla desde fuera, sentirla en su dimensión espiritual y cultural, pues la pelota o béisbol es una parte esencial de la espiritualidad y la identidad cubanas, desde que llegó a Cuba en el siglo xix, se aclimató aquí con una velocidad de vértigo y muy pronto empezó a ser uno de los espacios más democráticos, extendidos, intensos de la manifestación de lo cubano.
CC: ¿Por qué tu fidelidad a Tusquets Editores y a Ediciones Unión?
LP: En esencia soy un hombre fiel: a mis ideas, mis amigos, mi mujer, mis gustos, mis fobias, mi barrio, mi casa, mis editoriales… Eso no quiere decir que no cambie, no evolucione y en ocasiones hasta me contradiga, porque la vida es cambiante y los seres humanos también lo somos…
En el caso de la fidelidad editorial las cosas son más sencillas –aunque en ocasiones pueden ponerse complicadísimas… Una editorial es un proyecto literario y comercial. Se publican libros, pero se venden libros. Para poder publicar un libro, tienes que vender ese u otros, pues si no es imposible obtener el capital para seguir existiendo. Por eso una editorial, cuando apuesta por un escritor desconocido en un contexto determinado, de alguna forma está haciendo una inversión muy arriesgada. Porque nada es más misterioso y caprichoso que el mercado editorial. Además de publicar tu libro, la editorial debe promoverte, buscar los modos de hacerte visible en un mercado que, en todo el mundo (no en Cuba) está sobresaturado de productos y muy mercantilizado. Esa editorial, entonces, corre el riesgo y espera algo a cambio. Una de las cosas que espera es continuidad, o sea, fidelidad por parte del autor por el cual han apostado. Y así se empeñan en promover un segundo, un tercer libro, hasta conseguir, o no, que ese autor se abra un espacio en el mercado editorial, en el conocimiento del lector, en la mirada de la prensa y la crítica… Y sería muy, muy poco leal que cuando el autor ha conseguido esa posibilidad, decida irse a otra editorial que cogería maduros, o por lo menos ya hechos, los frutos de un trabajo de varios años. No, no es justo. Por eso me he mantenido fiel a mi editorial española, pero también a la francesa, la italiana, la alemana, la griega, la inglesa, la danesa…
A esto se debe sumar el carácter de Tusquets como editorial y su relación con el autor. Desde el primer día en que puse un pie en su sede, en Barcelona, tuve la percepción, la seguridad, de que soy un escritor. Ellos te hacen sentir eso, que eres su trabajo, que eres lo más importante para la casa. Y trabajan mucho para conseguir hacerte visible. Primero con los textos, pues en Tusquets todavía se editan con mucho cuidado, con toda la profundidad posible, y siempre con la intención de hacer mejor el libro. Luego con la promoción, a través de la prensa, los festivales, la búsqueda de traducciones a otros idiomas (porque además hacen el trabajo de agentes literarios). Y, por último, te dan como recompensa su propio prestigio de editorial literaria, que es de los más elevados en el mundo hispánico… ¿Qué más se puede pedir? Lo otro que puedes pedir es que sean parte de tu vida, de tu familia, y mis editores españoles lo son: desde las cabezas editoriales hasta la señora que atiende el teléfono, hasta Gunter, el perro… ¿Cómo no serles fiel?
Respecto a Unión, ocurre lo mismo pero en otros sentidos: Unión ha
publicado todos mis libros sin cambiarme una palabra, ha defendido con la publicación el sentido de mi obra, que ha a veces ha sido visto en Cuba hasta con muy malos ojos –ojos políticos. Yo les agradezco esa defensa del modo que debo: publicando siempre con ellos.
CC: Adelántanos algo de Herejes.
LP: Herejes es una novela compleja, en muchos sentidos. No es histórica, no es policial, no es social… y es las tres cosas. Se trata de un intento de abordar los riesgos y consecuencias de la práctica del libre albedrío o la libertad individual por tres personajes en tres épocas distintas: un judío sefardí en la Amsterdam de 1640, un hombre que a pesar de las prohibiciones religiosas, se empeña en ser pintor; un judío asquenazí en la Cuba de los años 1940 y 1950, y en el Miami de los 60 hasta hoy, un hombre que debe tomar opciones muy importantes en su vida; y una joven emo, en la Cuba de hoy, que se integra a una tribu urbana porque quiere pertenecer a un clan en el que su voz, su decisión, sus deseos importen, mientras corta relaciones y amarras con el resto de la sociedad. De maneras más o menos visibles estos tres personajes tienen un mismo desafío en sus vidas y, dramática e históricamente, una conexión: un cuadro que pintó Rembrandt en 1647 y en el que reflejó la cara del aprendiz de pintor, mientras buscaba la cara humana de Jesús, el Cristo.
Para darle un sentido a esa historia, una proyección y un anclaje al presente cubano, me valí otra vez de la figura de Mario Conde, aunque como verás, es una novela diferente de las anteriores, más complicada, ambiciosa tal vez. En estos momentos de mi trabajo necesito ser ambicioso, ponerme metas literarias, buscar más allá de donde ya he estado, porque no quiero conformarme con revolverme en lo que sé hacer, sino experimentar con lo que no he hecho, y de eso se trata Herejes, en todos los sentidos: desde el estructural hasta el del lenguaje, desde la visualidad hasta los contextos, desde el plano filosófico hasta el de la cotidianidad en tres momentos de la historia muy distintos y, en ocasiones, distantes. Es una novela sobre la libertad y no podía hacer menos que tomarme libertades, romper ataduras para conseguir su escritura.
Y para muchísimos de sus seguidores, eso explica con creces que recientemente se convirtiera en el Premio Nacional de Literatura más joven de Cuba –poco antes había sido el primer cubano invitado a participar en la Semana de Autor de la Casa de las Américas–, aunque, además de la saga de Conde, haya escrito ensayos, cuentos, un periodismo que se cuenta entre los mejores de las últimas décadas en la Isla, una novela dedicada al poeta romántico José María Heredia y otra protagonizada por el asesino de León Trotsky.
Abusando de su tiempo, ocupado en una nueva novela y supongo que en atender muchísimas solicitudes de este tipo luego de su premio cubano, que recibió en la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña, en La Habana, durante la Feria del Libro iniciada el 14 de febrero, le envié a Padura cinco preguntas que con su habitual gentileza respondió precisa y rápidamente.
CC: ¿Cómo es la relación de Padura con Mario Conde; cómo te permite no hacer literatura policial, sino, simple y llanamente, literatura?
LP: Cuando yo comencé a escribir Pasado perfecto, en 1990, tenía algo muy claro en mi mente: quería escribir una novela policial, ma non troppo, una novela que, desde lo policial, estableciera un diálogo con lo social, una novela policial cubana que no se pareciera a las novelas policiales cubanas, pero, sobre todo, quería escribir una novela. El resto era prescindible, negociable, ajustable, pero no lo novelesco, lo literario. Muchas veces la crítica, los lectores, pero sobre todo los mismos escritores han considerado que ciertos «géneros», entre ellos el policial, no son suficientemente serios y artísticos. Y eso es un grandísimo error. Lo «genérico» no decide la calidad literaria de un texto, sino la intención y la ambición del autor, y, por supuesto, su capacidad. En la historia de la novela policial los ejemplos de buena literatura sobran: Hammett, Chandler, Sciacia, Vázquez Montalbán, Rubem Fonseca, Hennig Mankell… y ejemplos de mala literatura en «formatos» más prestigiados, no solo sobran, sino que hasta zozobran…
Desde esa intención me puse a escribir una novela en la que había un delito, incluso un crimen, pero sobre todo había unas historias de vidas, una experiencia generacional en un momento en que las cosas en Cuba entraban en un túnel del cual nadie sabía cómo saldríamos, aunque el tránsito –eso sí lo sabíamos– iba a ser terrible. Teníamos que ya el Muro de Berlín no existía y estábamos ante la inminencia de la implosión del socialismo en Europa del Este, con todo lo que podía significar (eso también lo sabíamos) para la Isla, que se había hecho absolutamente dependiente de sus relaciones económicas con aquel bloque. La incertidumbre del futuro, las experiencias difíciles o amables del pasado, y la tragedia del presente estaban tocando muy directamente a mi generación en el momento en que entraba en su madurez intelectual… y no teníamos un clavo del cual agarrarnos.
Mario Conde vino entonces en mi ayuda. Desde su perspectiva pude comenzar a armar una novela en la que recorría el espíritu de mi generación y al final, casi de forma casual, se descubría un crimen, pero antes se había descubierto algo más trascendente y terrible: la presencia del oportunismo, el arribismo, la doble moral, la corrupción como componentes de una sociedad en la que esos males se habían hecho endémicos, tanto, que todavía hoy los padecemos en cantidades que también zozobran. Es decir, que vivíamos en una sociedad en la que el discurso y la realidad no siempre se comunicaban…
El resto era mi esfuerzo por escribir lo mejor posible, un esfuerzo que siempre he puesto en cada cosa salida de mis manos, pues estoy convencido de que cada una de mis novelas es la mejor novela que he sido capaz de escribir mientras la escribía, y que si no es mejor se debe a mi incapacidad, no a mi voluntad y entrega al trabajo.
Y a partir de ahí empieza la historia. Pasado perfecto me quedó bastante bien (digo yo), y cuando me lancé a escribir la segunda aventura de Conde, Vientos de cuaresma, sabía que podía hacerla aún más literaria, más densa artísticamente, y lo intenté… y lo sigo haciendo hasta hoy, cuando estoy terminando una novela absolutamente literaria que se llamará Herejes y será la octava entrega del personaje de Mario Conde.
CC: Tu época en el periódico habanero Juventud Rebelde es todavía recordada con nostalgia por quienes te leímos, y tu actual periodismo de opinión es muy poco conocido por tus lectores cubanos. ¿Son las novelas una vía para llegar también con tu opinión sobre la realidad de la Isla a esos lectores?
LP: Yo he tenido una gran fortuna como periodista… aunque nunca fui ni he sido en puridad un periodista, mejor dicho, un reportero… Me gradué en 1980 de la especialidad de Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Filología, y ese mismo año empecé a trabajar en El Caimán Barbudo, un mensuario que llegó a ser, en aquel momento, la publicación cultural más importante de Cuba. En el año 1983 fui «trasladado» a Juventud Rebelde, donde estuve por seis años y conseguí, con otro grupo de colegas, convertir ese vespertino no solo en el periódico más importante de Cuba, sino en una referencia en el periodismo cubano posterior a 1959 –que tan poco interesante ha sido, por cierto. Y luego estuve cinco años en La Gaceta de Cuba, cuando la revista se tornó la publicación cultural más importante del país… Pero en esos medios nunca hice un periodismo de participación social. O bien era periodismo cultural o de investigación histórica, también conocido como periodismo literario, con el cual miré más el pasado cubano que su presente.
Solo a partir de 1996, cuando establezco una relación sistemática con la agencia de prensa IPS –que mantengo hasta hoy– pude comenzar a escribir con mayor libertad y frecuencia de los problemas de la sociedad cubana, a veces desde los conflictos de la cultura, otras desde los propios fenómenos de la realidad –en relación con la economía, los comportamientos sociales, la religión, etc. Esas columnas, que se distribuyen desde la oficina cubana de IPS y desde la central de Roma, a través del servicio mundial de columnistas, junto a colaboraciones que he publicado en revistas y periódicos de muchas partes, me han permitido sostener una reflexión sobre los movimientos de la sociedad cubana contemporánea, que es muy rica, peculiar, contradictoria, incluso cambiante –aun cuando en momentos no haya habido ni voluntad ni intenciones de cambios. Ese trabajo me ha permitido dos cosas: liberar a mis novelas de una exigencia reflexiva o testimonial sobre el presente y, a la vez, perfilar mejor la reflexión y la crónica del presente que hago en mis novelas.
En el caso de las historias de Mario Conde la relación con la realidad, la visión crítica o conflictiva del presente, es una consecuencia directa de los mismos acontecimientos, personajes, situaciones que recojo en las novelas. Pero en otros libros más complicados y abarcadores, como La novela de mi vida o El hombre que amaba a los perros, donde trato de encontrar respuestas a problemas tan complejos como la pertenencia cultural, las esencias de la cubanía, los caminos por los que se pervirtió la utopía, la frustración de los sueños, el engaño personal y colectivo, no puedo simplemente convertirlos en conflictos históricos, sino que necesito traerlos hasta el presente, y problematizarlos con las condiciones de una sociedad como la cubana…
En resumen, literatura y periodismo se complementan en mi trabajo, y cada uno de ellos satisface una necesidad comunicativa de acuerdo con sus vías de concreción, de acuerdo con las exigencias de espacio y tiempo, y con las del lenguaje.
CC: Se dijo, hace un tiempo, que te convertirías en una especie de «asesor» del equipo de pelota Industriales. ¿Qué hay de eso?
LP: Fue algo que hablamos el actual director del equipo, Lázaro Vargas, y yo. Sería algo así como una asesoría desde la cultura, desde la sensibilidad y visión del aficionado que es además un conocedor del deporte. Hablamos mucho, de muchas cosas, pero luego la realidad frustró o pospuso el proyecto, pues la dinámica de un campeonato deportivo es muy intensa y complicada, y los tiempos de un escritor como yo son muy limitados… Pero algo haremos.
Soy un fanático absoluto de la pelota, me gusta, la sigo desde que era un niño y… sin poses ni vanidades: sé muchísimo de pelota. Pero, además, puedo verla desde fuera, sentirla en su dimensión espiritual y cultural, pues la pelota o béisbol es una parte esencial de la espiritualidad y la identidad cubanas, desde que llegó a Cuba en el siglo xix, se aclimató aquí con una velocidad de vértigo y muy pronto empezó a ser uno de los espacios más democráticos, extendidos, intensos de la manifestación de lo cubano.
CC: ¿Por qué tu fidelidad a Tusquets Editores y a Ediciones Unión?
LP: En esencia soy un hombre fiel: a mis ideas, mis amigos, mi mujer, mis gustos, mis fobias, mi barrio, mi casa, mis editoriales… Eso no quiere decir que no cambie, no evolucione y en ocasiones hasta me contradiga, porque la vida es cambiante y los seres humanos también lo somos…
En el caso de la fidelidad editorial las cosas son más sencillas –aunque en ocasiones pueden ponerse complicadísimas… Una editorial es un proyecto literario y comercial. Se publican libros, pero se venden libros. Para poder publicar un libro, tienes que vender ese u otros, pues si no es imposible obtener el capital para seguir existiendo. Por eso una editorial, cuando apuesta por un escritor desconocido en un contexto determinado, de alguna forma está haciendo una inversión muy arriesgada. Porque nada es más misterioso y caprichoso que el mercado editorial. Además de publicar tu libro, la editorial debe promoverte, buscar los modos de hacerte visible en un mercado que, en todo el mundo (no en Cuba) está sobresaturado de productos y muy mercantilizado. Esa editorial, entonces, corre el riesgo y espera algo a cambio. Una de las cosas que espera es continuidad, o sea, fidelidad por parte del autor por el cual han apostado. Y así se empeñan en promover un segundo, un tercer libro, hasta conseguir, o no, que ese autor se abra un espacio en el mercado editorial, en el conocimiento del lector, en la mirada de la prensa y la crítica… Y sería muy, muy poco leal que cuando el autor ha conseguido esa posibilidad, decida irse a otra editorial que cogería maduros, o por lo menos ya hechos, los frutos de un trabajo de varios años. No, no es justo. Por eso me he mantenido fiel a mi editorial española, pero también a la francesa, la italiana, la alemana, la griega, la inglesa, la danesa…
A esto se debe sumar el carácter de Tusquets como editorial y su relación con el autor. Desde el primer día en que puse un pie en su sede, en Barcelona, tuve la percepción, la seguridad, de que soy un escritor. Ellos te hacen sentir eso, que eres su trabajo, que eres lo más importante para la casa. Y trabajan mucho para conseguir hacerte visible. Primero con los textos, pues en Tusquets todavía se editan con mucho cuidado, con toda la profundidad posible, y siempre con la intención de hacer mejor el libro. Luego con la promoción, a través de la prensa, los festivales, la búsqueda de traducciones a otros idiomas (porque además hacen el trabajo de agentes literarios). Y, por último, te dan como recompensa su propio prestigio de editorial literaria, que es de los más elevados en el mundo hispánico… ¿Qué más se puede pedir? Lo otro que puedes pedir es que sean parte de tu vida, de tu familia, y mis editores españoles lo son: desde las cabezas editoriales hasta la señora que atiende el teléfono, hasta Gunter, el perro… ¿Cómo no serles fiel?
Respecto a Unión, ocurre lo mismo pero en otros sentidos: Unión ha
publicado todos mis libros sin cambiarme una palabra, ha defendido con la publicación el sentido de mi obra, que ha a veces ha sido visto en Cuba hasta con muy malos ojos –ojos políticos. Yo les agradezco esa defensa del modo que debo: publicando siempre con ellos.
CC: Adelántanos algo de Herejes.
LP: Herejes es una novela compleja, en muchos sentidos. No es histórica, no es policial, no es social… y es las tres cosas. Se trata de un intento de abordar los riesgos y consecuencias de la práctica del libre albedrío o la libertad individual por tres personajes en tres épocas distintas: un judío sefardí en la Amsterdam de 1640, un hombre que a pesar de las prohibiciones religiosas, se empeña en ser pintor; un judío asquenazí en la Cuba de los años 1940 y 1950, y en el Miami de los 60 hasta hoy, un hombre que debe tomar opciones muy importantes en su vida; y una joven emo, en la Cuba de hoy, que se integra a una tribu urbana porque quiere pertenecer a un clan en el que su voz, su decisión, sus deseos importen, mientras corta relaciones y amarras con el resto de la sociedad. De maneras más o menos visibles estos tres personajes tienen un mismo desafío en sus vidas y, dramática e históricamente, una conexión: un cuadro que pintó Rembrandt en 1647 y en el que reflejó la cara del aprendiz de pintor, mientras buscaba la cara humana de Jesús, el Cristo.
Para darle un sentido a esa historia, una proyección y un anclaje al presente cubano, me valí otra vez de la figura de Mario Conde, aunque como verás, es una novela diferente de las anteriores, más complicada, ambiciosa tal vez. En estos momentos de mi trabajo necesito ser ambicioso, ponerme metas literarias, buscar más allá de donde ya he estado, porque no quiero conformarme con revolverme en lo que sé hacer, sino experimentar con lo que no he hecho, y de eso se trata Herejes, en todos los sentidos: desde el estructural hasta el del lenguaje, desde la visualidad hasta los contextos, desde el plano filosófico hasta el de la cotidianidad en tres momentos de la historia muy distintos y, en ocasiones, distantes. Es una novela sobre la libertad y no podía hacer menos que tomarme libertades, romper ataduras para conseguir su escritura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario