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miércoles, junio 18, 2014

Una mirada distinta

Lillian Lechuga

Hillary Clinton, en su libro autobiográfico que está por salir, pero que los medios ya comentan, mencionó a Cuba en el sentido de que el actual inquilino de la Casa Blanca debía cambiar la política con respecto a La Habana, que como se sabe, ha fracasado y resulta obsoleta.
Era de esperarse la inmediata reacción de los dinosaurios contrarrevolucionarios de la Florida, quienes comenzaron a bombardear con urgencia tal opinión. El primero en reaccionar, indignado, fue el retoño del Tea Party, el senador republicano de ascendencia cubana, Marcos Rubio, aspirante a la candidatura republicana a la presidencia en el 2016, al igual –según se dice– que la Clinton por el partido Demócrata. Rubio calificó de “asombroso” tal criterio. Y agregó que “la verdad es que esta administración no tiene una agenda coherente para América Latina”.

Claro que no se trata de que la ex primera dama y ex secretaria de Estado tenga alguna simpatía por Cuba ni que quiera favorecer al pueblo de la Isla. Solo que se ha percatado –aunque un poco tarde– de que la más perjudicada ha sido la relación de Washington con los países al sur del Río Bravo, así como con aquellos que están interesados en hacer negocios en Cuba, y el pueblo norteamericano que, en un país que cínicamente se declara el más democrático del mundo, les está prohibido viajar a esta Isla.
Cuba habría podido indemnizar a los ciudadanos e intereses norteamericanos afectados por las leyes de la Revolución –según proclamó el Consejo de Ministros en los primeros años de la década del 60– de no haber mediado las agresiones económicas. Se indemnizó a todos menos a los norteamericanos por la equivocada estrategia de Washington en su afán de liquidar el irreversible proceso que se estaba dando en nuestro país.
De acuerdo con la legislación cubana y la propia Corte Suprema de Estados Unidos en 1964, las expropiaciones tenían el amparo legal que concedían esas facultades a los estados dentro de su territorio, pero los intereses políticos enemigos de Cuba movieron su influencia en los salones del Congreso e introdujeron una enmienda en el proyecto de Ley de Ayuda al Extranjero, que anuló la decisión del Tribunal Supremo. El pueblo norteamericano no se enteró de la sucia maniobra, como desconoce ahora las que se manejan para perpetuar el bloqueo contra la Isla, así como la prohibición de viajar a los ciudadanos de aquel país.
Se dice que posiblemente la Clinton aspirará a la presidencia en el 2016, y sabe que nunca antes una política emanada de Washington ha fracasado por tan largo tiempo en su empeño por derrocar la Revolución Cubana. Es un verdadero récord el que han impuesto las administraciones yanquis en su pretensión de lograr un objetivo por no querer admitir la irreversibilidad de la estrategia que se lleva a cabo hace más de cincuenta años.
La ex secretaria de Estado del propio Obama, en su libro Hard Choices (Opciones Difíciles) le recomienda que levante el bloqueo a Cuba y admite que fue una “muy mala idea”.
Se percata tardíamentede que “la oposición de algunos elementos del Congreso a la normalización de relaciones ha dañado tanto al pueblo estadounidense como al cubano”. Clinton reconoció que el bloqueo y toda la política hacia Cuba “está obstruyendo el alcance de nuestra agenda en Latinoamérica”.
Los fundamentalistas cubanoamericanos que en su mayoría viven en la Florida no quieren reconocer que la política estadounidense contra Cuba está siguiendo las mismas pautas que cuando estaba en todo su “esplendor” la guerra fría. Es anacrónica en todo sentido. Hoy, como pretenden desconocer esos personajes, el paisaje político en todos los continentes no se parece en nada al que existía hace décadas. Parece increíble que grupos minoritarios puedan lograr sus estrechos propósitos contra los intereses de las mayorías a las que les ocultan las maniobras sucias que practican.
Cada año en la Asamblea General de la ONU, todos los países exceptuando Estados Unidos y un par de súbditos, votan en contra del mantenimiento del bloqueo. En la medida en que pasa el tiempo Washington está más aislado en su política contra el pueblo cubano.
La ley Helms Burton que trata de obligar a otras naciones a sumarse al bloqueo económico, comercial y financiero contra la Isla, cortando el flujo de inversiones extranjeras y la llamada ley Torriceli que prohíbe el comercio con Cuba a subsidiarias de compañías estadounidenses, pierden cada día más adeptos, pues perjudican sus intereses. Un ejemplo es la llamada posición común que recientemente ha decidido tomar la Unión Europea con respecto aLa Habana.
Siempre que algún gobierno instalado en la Casa Blanca ha dado muestras de intentar negociar sus diferencias con Cuba, intereses políticos y electorales lo han impedido.
No hay que perder de vista los importantes intereses electorales. Los cuales obligan a la Clinton en su libro de próxima aparición a llamar la atención del presidente sobre la errada política hacia Cuba para evadir, en su provecho, el desprestigio cada vez mayor ante la opinión pública mundial.

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