Lillian Lechuga
Hillary Clinton, en su libro autobiográfico que está por salir, pero que los medios ya comentan, mencionó a Cuba en el sentido de que el actual inquilino de la Casa Blanca debía cambiar la política con respecto a La Habana, que como se sabe, ha fracasado y resulta obsoleta.
Hillary Clinton, en su libro autobiográfico que está por salir, pero que los medios ya comentan, mencionó a Cuba en el sentido de que el actual inquilino de la Casa Blanca debía cambiar la política con respecto a La Habana, que como se sabe, ha fracasado y resulta obsoleta.
Era de
esperarse la inmediata reacción de los dinosaurios
contrarrevolucionarios de la Florida, quienes comenzaron a bombardear
con urgencia tal opinión. El primero en reaccionar, indignado, fue el
retoño del Tea Party, el senador republicano de ascendencia cubana, Marcos Rubio,
aspirante a la candidatura republicana a la presidencia en el 2016, al
igual –según se dice– que la Clinton por el partido Demócrata. Rubio
calificó de “asombroso” tal criterio. Y agregó que “la verdad es que
esta administración no tiene una agenda coherente para América Latina”.
Claro que no se trata de que la ex
primera dama y ex secretaria de Estado tenga alguna simpatía por Cuba ni
que quiera favorecer al pueblo de la Isla. Solo que se ha percatado
–aunque un poco tarde– de que la más perjudicada ha sido la relación de
Washington con los países al sur del Río Bravo, así como con aquellos
que están interesados en hacer negocios en Cuba, y el pueblo
norteamericano que, en un país que cínicamente se declara el más
democrático del mundo, les está prohibido viajar a esta Isla.
Cuba habría podido
indemnizar a los ciudadanos e intereses norteamericanos afectados por
las leyes de la Revolución –según proclamó el Consejo de Ministros en
los primeros años de la década del 60– de no haber mediado las
agresiones económicas. Se indemnizó a todos menos a los norteamericanos
por la equivocada estrategia de Washington en su afán de liquidar el
irreversible proceso que se estaba dando en nuestro país.
De acuerdo con la legislación cubana y la
propia Corte Suprema de Estados Unidos en 1964, las expropiaciones
tenían el amparo legal que concedían esas facultades a los estados
dentro de su territorio, pero los intereses políticos enemigos de Cuba
movieron su influencia en los salones del Congreso e introdujeron una
enmienda en el proyecto de Ley de Ayuda al Extranjero, que anuló la
decisión del Tribunal Supremo. El pueblo norteamericano no se enteró de
la sucia maniobra, como desconoce ahora las que se manejan para
perpetuar el bloqueo contra la Isla, así como la prohibición de viajar a
los ciudadanos de aquel país.
Se dice que posiblemente la Clinton
aspirará a la presidencia en el 2016, y sabe que nunca antes una
política emanada de Washington ha fracasado por tan largo tiempo en su
empeño por derrocar la Revolución Cubana. Es un verdadero récord el que
han impuesto las administraciones yanquis en su pretensión de lograr un
objetivo por no querer admitir la irreversibilidad de la estrategia que
se lleva a cabo hace más de cincuenta años.
La ex secretaria de Estado del propio Obama, en su libro Hard Choices (Opciones Difíciles) le recomienda que levante el bloqueo a Cuba y admite que fue una “muy mala idea”.
Se percata tardíamentede que “la
oposición de algunos elementos del Congreso a la normalización de
relaciones ha dañado tanto al pueblo estadounidense como al cubano”.
Clinton reconoció que el bloqueo y toda la política hacia Cuba “está
obstruyendo el alcance de nuestra agenda en Latinoamérica”.
Los fundamentalistas cubanoamericanos que
en su mayoría viven en la Florida no quieren reconocer que la política
estadounidense contra Cuba está siguiendo las mismas pautas que cuando
estaba en todo su “esplendor” la guerra fría. Es anacrónica en todo
sentido. Hoy, como pretenden desconocer esos personajes, el paisaje
político en todos los continentes no se parece en nada al que existía
hace décadas. Parece increíble que grupos minoritarios puedan lograr sus
estrechos propósitos contra los intereses de las mayorías a las que les
ocultan las maniobras sucias que practican.
Cada año en la Asamblea General de la
ONU, todos los países exceptuando Estados Unidos y un par de súbditos,
votan en contra del mantenimiento del bloqueo. En la medida en que pasa
el tiempo Washington está más aislado en su política contra el pueblo
cubano.
La ley Helms Burton que trata de obligar a
otras naciones a sumarse al bloqueo económico, comercial y financiero
contra la Isla, cortando el flujo de inversiones extranjeras y la
llamada ley Torriceli que prohíbe el comercio con Cuba a subsidiarias de
compañías estadounidenses, pierden cada día más adeptos, pues
perjudican sus intereses. Un ejemplo es la llamada posición común que
recientemente ha decidido tomar la Unión Europea con respecto aLa
Habana.
Siempre que algún gobierno instalado en
la Casa Blanca ha dado muestras de intentar negociar sus diferencias con
Cuba, intereses políticos y electorales lo han impedido.
No hay que perder de vista los
importantes intereses electorales. Los cuales obligan a la Clinton en su
libro de próxima aparición a llamar la atención del presidente sobre la
errada política hacia Cuba para evadir, en su provecho, el desprestigio
cada vez mayor ante la opinión pública mundial.
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