Leemos de nuevo, en varios medios de
prensa, que un “pelotero cubano escapa” de su país para fichar por las
Grandes Ligas de béisbol de EEUU (1). Pero ¿cómo es esto posible, si la
nueva política deportiva y migratoria de Cuba
permite ahora, a estos deportistas, jugar como profesionales en
cualquier país del mundo? La explicación es simple: porque el
Departamento del Tesoro de EEUU impide que ningún deportista cubano
puede fichar por un club norteamericano si mantiene su residencia en la
Isla y si no demuestra fehacientemente que ha roto toda relación con el Instituto de Deportes de Cuba (2).
Ya hay beisboleros cubanos en la liga
profesional de Japón (3). Cobran elevadas cantidades de dinero, y
retribuyen además un porcentaje al Estado cubano, que destina estos
fondos al deporte base. Esto es lo que trata de evitar, a toda costa, el
bloqueo de EEUU: que un solo dólar llegue a las escuelas de deporte de
Cuba.
Para entender mejor este asunto,
expliquemos cómo funciona el sistema de contratación en las Grandes
Ligas de béisbol de EEUU. Distingamos tres grupos de jugadores (4).
El primero, el más numeroso, está
compuesto por los residentes en EE.UU, talentos procedentes, en su
mayoría, de los equipos universitarios. Conforman el llamado “draft”,
con un sistema de contratación y de salario claramente reglamentado por
clubs y sindicatos. Solo pasados cuatro años, los jugadores podrán salir
del “draft” y convertirse en “agentes libres”, con capacidad –algunas
figuras- de negociar contratos millonarios.
El segundo grupo es el de los peloteros
latinoamericanos, formados en las academias que tienen los equipos
estadounidenses por toda América Latina. Siendo apenas unos niños,
firman contratos con los clubs que invierten en su formación, lo que
deja atadas sus futuras condiciones económicas en el béisbol profesional
de EE.UU.
El tercer y último grupo es el de los
peloteros cubanos. Se les prohíbe jugar en EEUU si residen en Cuba y si
mantienen vínculo con el sistema deportivo de la Isla. El mecanismo
hasta jugar en las Grandes Ligas suele ser el siguiente: el jugador sale
de Cuba hacia otro país, que no debe ser ni EE.UU. ni Canadá, ya que
allí estaría obligado a integrarse en el sistema de “draft”, que reduce
sus expectativas económicas. Residiendo en Haití, República Dominicana o
México, y en calidad de “agente libre”, un representante negocia en su
nombre con el cazatalentos o “scout” del equipo interesado. Un ejemplo
muy reciente: los Medias Rojas de Boston han fichado al pelotero cubano Rusney Castillo por la friolera de 69 millones de dólares (5).
Pero los grandes diarios siguen tapando
todo este juego cínico. Y siguen publicando noticias de supuestas
“fugas”, “huidas” o “escapadas” de jugadores de la Isla, como si su
libertad de contratación y de movimiento estuviera limitada en Cuba, y
no en EE.UU. El pelotero “Héctor Olivera abandonó la
isla y su nombre se suma a una extensa lista de atletas antillanos que
han decidido probar suerte en el béisbol de las Grandes Ligas”, leíamos
hace unos días en una nota reproducida en varios medios (6). Pero ni la
menor explicación de qué hay detrás de todo ello.
Como tampoco leeremos una línea sobre un
problema de aún mayor calado: el negocio redondo que suponen los
deportistas cubanos para el sistema de deporte profesional de EE.UU.,
donde los clubs no gastan un centavo en su formación, que corre a cargo,
durante años, del Instituto de Deportes de Cuba (7). Pero mencionar
este asunto sería entrar en un debate, mucho más profundo, sobre la
caricatura mercantilizada en que se ha convertido el deporte
profesional. Obra, en gran parte, de los grandes medios de comunicación
cuyo gran negocio es, precisamente, la venta de espacios publicitarios
en el marco del deporte espectáculo.
*Coordinador de Cubainformación.
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