alabras de presentación del libro De la confrontación a los intentos de normalización. La política de los Estados Unidos hacia Cuba. 13 de octubre de 2014, Sala Villena de la UNEAC)
Nos complace muchísimo poder presentar esta segunda edición ampliada del libro: De la confrontación a los intentos de “normalización”. La política de los Estados Unidos hacia Cuba, de conjunto con la obra Back Channel to Cuba. The
Hidden History of the Negotiations between Washington and Havana, de los amigos y reconocidos investigadores estadounidenses William Leogrande y Peter Kornbluh, y teniendo nada más y nada menos de moderador a Ramón Sánchez Parodi,
quien fuera uno de los principales protagonistas de la historia que
abordan ambos textos, además de ser un profundo conocedor y estudioso de
las relaciones Estados Unidos-Cuba. Le reiteramos a Parodi nuestro
agradecimiento por haber tenido la gentileza de acompañarnos y además
haber escrito para nuestro libro un excelente prólogo.
El hecho de que hoy podamos estar
presentando al unísono dos textos sobre una arista tan poco explorada en
estudios anteriores sobre el conflicto Estados Unidos-Cuba, con la
visión tanto de autores cubanos, como estadounidenses, dice mucho de los
estrechos vínculos que han alcanzado nuestros pueblos en materia de
intercambio académico y cultural, y de lo que pudiera ser en un futuro,
de no existir las regulaciones que hoy lo limitan. Por otro lado, habría
que decir que cada vez son más las voces dentro de la academia
estadounidense que manifiestan su rechazo a la política de bloqueo y
agresión contra Cuba y abogan por una urgente “normalización” de las
relaciones entre ambos países. William Leogrande y Peter Kornbluh son
una muestra muy elocuente de ello.
El libro que hoy presentamos creció
considerablemente en comparación con el publicado en el 2011 por la
Editorial de Ciencias Sociales, gracias a los valiosos documentos
cubanos a los que pudimos acceder en los últimos años, el examen de
numerosas fuentes documentales de los archivos estadounidenses
recientemente desclasificados y la realización de nuevas y más extensas
entrevistas con actores históricos de ambos países. De esta manera
aparecen en el libro nuevos tópicos y pasajes históricos, convertidos en
epígrafes y capítulos. Asimismo, tuvimos la oportunidad en esta edición
de incrementar los documentos que aparecen como anexos, los que estarán
ahora a disposición de otros investigadores y estudiosos del tema.
Quiero advertir que, aunque en el libro
se hace mención a los diferentes momentos de negociación entre los
Estados Unidos y Cuba, luego de la ruptura de las relaciones
diplomáticas en 1961 hasta la actualidad, no se abordan a plenitud todas
esas experiencias. Preferimos más bien en este obra concentrarnos en
los momentos cumbres de esta diplomacia secreta, de acercamientos y
diálogos entre Washington y La Habana, o lo que incluso se llamó por la
parte estadounidense: “procesos de normalización de las relaciones”, que
únicamente tuvieron lugar durante la administraciones de Gerald Ford (1974-1977) y Jimmy Carter (1977-1981), aunque como explicamos en el primer capítulo, en el año 1963, durante la administración Kennedy,
hubo ciertos tanteos diplomáticos de acercamiento que aún hoy nos hacen
preguntarnos en qué hubiesen terminado de no haber ocurrido el
asesinato del presidente demócrata, el 22 de noviembre del propio año en
Dallas.
Al ser el período de la administración
Carter en el que más lejos pudo avanzarse en el camino hacia una posible
“normalización” de las relaciones, le dedicamos el mayor espacio del
libro. Lo ocurrido en esos años en cuanto a conversaciones,
negociaciones y gestos de ambos lados, no tenía precedentes, ni pensamos
haya sido superado hasta nuestros días. La administración Obama,
teniendo incluso un contexto más favorable, ha quedado muy rezagada en
comparación con lo que en su momento hizo Carter en cuanto a una
posible “normalización” de las relaciones con Cuba. De ahí que esta
etapa, en particular, ofrece una serie de lecciones de extraordinaria
valía para el presente y el futuro de las relaciones bilaterales. No se
trata solo de una cuestión de aportar a la ciencia histórica, sino de
que ese aporte pueda tener también algún impacto transformador en
nuestra contemporaneidad, que se traduzca en la búsqueda de una solución
al ancestral conflicto Estados Unidos-Cuba, que nos mueva, si bien no a
una normalización entendida en su forma clásica, al menos a una
relación más civilizada o a un modus vivendi entre adversarios
ideológicos.
Ahora bien, consideramos que lo más
interesante en esta nueva presentación, para no repetirnos, sería en
primer lugar fijar nuestros puntos de vistas sobre el por qué del
fracaso del proceso de “normalización” de las relaciones durante los
mandatos presidenciales de Gerald Ford y Jimmy Carter y luego polemizar
un tanto con algunos asertos que en torno al tema se han emitido durante
años, fundamentalmente por autores foráneos.
I
Consideramos que la razón fundamental por
la cual no se alcanzó la normalización de las relaciones entre Estados
Unidos y Cuba durante las administraciones Ford y Carter, residió en la
no superación de la esencia histórica de la confrontación entre ambos
países: la intención de los Estados Unidos de dominar la política
doméstica y exterior de Cuba y la voluntad manifiesta de la Isla, de
pagar el precio necesario por su soberanía.
Si bien durante la administración Ford
hubo bastante consenso dentro de los círculos de poder estadounidenses
respecto a considerar el activismo internacional de Cuba como el
principal impedimento para “normalizar” las relaciones, en el período de
Carter hubo más criterios contrapuestos, aunque al final la concepción
“globalista” con relación a los conflictos internacionales, defendida
fundamentalmente por el asesor para asuntos de Seguridad Nacional,
Zbiniew Brzezinski, terminó imponiéndose a la “regionalista” que
respaldaban el secretario de Estado Cyrus Vance y el personal
diplomático más experimentado del Departamento de Estado y que tendía a
analizar los problemas internacionales no dentro de la rivalidad
este-oeste, sino buscando sus causas endógenas. De esta manera, la
ilusión de que Cuba renunciara a su solidaridad internacional a cambio
de la “normalización” de las relaciones con Estados Unidos, desplazó los
enfoques más constructivos dentro de la estructura de gobierno
estadounidense a partir de 1978.
Indudablemente, los cambios acontecidos
en el entorno internacional, en la dinámica interna de los Estados
Unidos, así como la influencia negativa del sector antinormalización
dentro del ejecutivo y el congreso estadounidense, fueron variables que
tuvieron una incidencia importante en que los gobiernos de Ford y Carter
terminaran adoptando esta perspectiva de condicionamiento tan poco
constructiva.
Las elecciones presidenciales de
noviembre de 1976, las cuales Ford aspiraba ganar para mantenerse al
frente de la Casa Blanca y la concepción del ejecutivo, especialmente de
Kissinger, en relación con la presencia militar cubana
en Angola, imposibilitaron que se continuara avanzando en la búsqueda
de una posible “normalización” de las relaciones con Cuba.
Por su parte, en el período presidencial
de James Carter, la fuerte tendencia antinormalización en el ejecutivo y
el congreso estadounidense terminó haciéndose dominante inmediatamente
después de que los soldados cubanos entraran en Etiopía, al tiempo que
la tendencia más conciliadora y liberal con respecto a Cuba, visible
fundamentalmente en el Departamento de Estado, perdió cualquier
posibilidad de protagonismo. Las propias crisis fabricadas por Zbiniew
Brzezinski, asesor para Asuntos de Seguridad Nacional, la CIA y el
Pentágono (Shaba I, Shaba II, Mig 23, “Brigada Soviética”, etc.) y el
auge de las fuerzas progresistas y revolucionarias en áreas consideradas
de intereses vitales para los Estados Unidos, fueron muy bien
aprovechadas por estos sectores contrarios a un entendimiento con Cuba,
logrando que la política hacia la Isla fuera vista a través del lente de
la política hacia la URSS y
se desmarcara del inicial diseño de política hacia el hemisferio. Estos
sectores fueron también los responsables de que se impusiera la idea en
la administración Carter, de que Cuba, como condición sine qua num de un modus vivendi
con Estados Unidos debía: retirar sus tropas de África; no interferir
en ninguna otra región que fuera de interés vital para los Estados
Unidos –como fue el caso de Centroamérica y el Caribe en 1979-,
renunciar a sus vínculos con la URSS; desistir de su solidaridad con la
causa independentista del pueblo puertorriqueño; y realizar los pagos
pertinentes por las propiedades norteamericanas expropiadas a inicios de
la revolución.
Entonces, con el abandono paulatino del
proceso de distensión entre Estados Unidos y la URSS y el comienzo de
una nueva etapa de guerra fría, se hacía prácticamente imposible la
“normalización” de las relaciones con Cuba, máxime si la política de
Estados Unidos hacia Cuba era conformada a partir de los patrones de la
política hacia la Unión Soviética. No fue casual que la idea de la
“normalización” de las relaciones o de algún tipo de acomodo con la
Isla, sólo se hubieran hecho visibles en las etapas de bajas tensiones o
relativa distensión entre la URSS y los Estados Unidos, como fueron el
año 1963 y los períodos 1974-1975 y 1977-1978.
II
Nuestro libro confronta con dos ideas
fundamentales que hemos leído o escuchado en diversas oportunidades. La
primera de ellas es la que sostiene que a Cuba en verdad no le
interesaba normalizar las relaciones con los Estados Unidos, pues cuando
se estaba avanzando hacia una nueva relación en la etapa de Ford,
apareció lo de la presencia militar cubana en Angola y luego cuando
Carter, se repitió la historia al enviar tropas a Etiopía. Es decir, que
no se alcanzó la normalización, pues a Fidel le interesó más en aquel
momento el papel de Cuba en África, que la normalización de las
relaciones con los Estados Unidos. La segunda y la más alejada aún de la
verdad histórica es la que ubica al líder de la Revolución Cubana como
el gran obstáculo que ha impedido una relación normal entre ambos
países.
El primero de los enfoques señalados,
desvirtúa los hechos, desconoce la estrategia cubana en política
exterior de aquellos años y los móviles de su liderazgo histórico.
Cuando profundizamos un poco, de inmediato comprendemos que Fidel jamás
vinculó ambos temas. Él manejaba el proceso de normalización de las
relaciones con los Estados Unidos y el internacionalismo de Cuba en
África como cuestiones independientes. Ambas de extraordinaria
importancia estratégica para Cuba. Fueron los Estados Unidos los que
establecieron esa conexión funesta. Wayne Smith, quien
fuera jefe de la sección de intereses de los Estados Unidos en La Habana
durante los dos últimos años del mandato de Carter, lo ha dicho
magistralmente: “Pero el hecho de que Castro no le hubiese dado la
espalda al MPLA no representaba una falta de interés en mejorar sus
relaciones con los Estados Unidos. De haber sido así, el estímulo
brindado por los norteamericanos a las incursiones de las tropas de
Zaire y Sudáfrica también hubiese sido un indicio de cinismo de los
propósitos del acercamiento de los Estados Unidos hacia Castro. Quizás
él así lo pensó, pero optó, en la práctica, por mantener los dos asuntos
separados y continuar con el acercamiento, pese al respaldo concedido
por los Estados Unidos a las fuerzas que se oponían a los amigos de
Castro en Angola”.[i]
Al respecto también señaló hace muchos años el destacado intelectual argentino Juan Gabriel Tokatlian:
“…, lamentablemente Estados Unidos
fue el responsable de introducir un elemento perturbador en las
relaciones entre ambos países: condicionó las aproximaciones bilaterales
a temas y políticas multilaterales, es decir, multilateralizó lo
bilateral y bilateralizó lo multilateral. La participación cubana en
Angola durante 1975 fue interpretada como un hecho que impedía un
entendimiento constructivo entre Cuba y Estados Unidos. Se ubicó este
acontecimiento como un factor que inhibía todo acercamiento positivo de
las partes. Esto, reiteramos, fue un error lamentable porque colocó el
contenido y el sentido del debate bilateral en otra dimensión.
Y la crítica debe caer en Estados
Unidos pues no fue Cuba quien esgrimió el argumento de mejorar o no las
relaciones de acuerdo a si Estados Unidos apoyaba directamente a los
regímenes autoritarios de Haití o Filipinas o armaba encubiertamente a
Sudáfrica o intervenía en los conflictos de Medio Oriente”.[ii]
Sin embargo, lo más interesante para
nosotros fue encontrarnos que Robert Pastor, quien era asistente para
América Latina del Consejo de Seguridad Nacional en la época de Carter,
comprendió lo fallido de la estrategia estadounidense a la hora de
negociar con Cuba y vincular la normalización de las relaciones a la
retirada de las tropas cubanas de África y advirtió con gran visión de
la perspectiva cubana que ello haría fracasar el proceso de
normalización. El 1ro de agosto de 1977, Pastor le escribió a
Brzezisnki: “Hemos considerado el aumento de las actividades de Cuba
en África como una señal de interés decreciente por parte de Cuba
respecto del mejoramiento de las relaciones con los EE.UU, y Kissinger
unió las dos cuestiones –la retirada de Cuba de Angola a fin de lograr
mejores relaciones con los EE.UU– solo para fracasar en ambas. Existe
una relación entre las dos cuestiones, pero se trata de una relación
inversa. Mientras Cuba intenta normalizar relaciones con las principales
potencias capitalistas del mundo, Castro también experimenta una
necesidad sicológica igualmente fuerte de reafirmar sus credenciales
revolucionarias internacionales. No afectaremos el deseo de Castro de
influir en los acontecimientos en África tratando de adormecer o detener
el proceso de normalización; este es el instrumento equivocado y no
tendrá otro efecto que no sea detener el proceso de normalización y
descartar la posibilidad de acumulación de influencia suficiente sobre
Cuba por parte de los EE.UU, que a la larga pudiera incidir en la toma
de decisiones de Castro”.[iii]
En entrevista que pudimos hacer a Pastor, pocos años antes de su lamentable fallecimiento, este nos dijo: “Mi
memorándum no persuadió al gabinete, ni al Presidente. En nuestras
conversaciones en Cuernavaca y La Habana, yo seguí la política del
gobierno de los Estados Unidos más que la que yo había propuesto. Como
nosotros aprendimos, mi análisis era correcto”.[iv]
En cuanto al segundo criterio, que en
acto de injusticia histórica coloca en los hombros de Fidel la
responsabilidad del no entendimiento entre ambos países, el libro que
hoy presentamos demuestra todo lo contrario. En primer lugar, habría que
decir que Estados Unidos y Cuba no han tenido jamás una relación
normal, no la tuvieron en el siglo XIX, tampoco en el XX. La esencia de
la confrontación –mucho más antigua que Fidel-, hegemonía versus
soberanía, viene arrastrándose por siglos. Por otro lado, si ha habido
en estos últimos más de 50 años alguien interesado en avanzar hacia un modus vivendi,
ha sido Fidel Castro. Cuando se revisa la documentación cubana del
período es sorprendente la cantidad de tiempo que el Comandante en Jefe
dedicó durante años a recibir y conversar con congresistas y
personalidades de la política norteamericana. Si Fidel no hubiera creído
que era importante este tipo de encuentros para buscar un mejor
entendimiento entre ambos países, no hubiera invertido en ellos ni un
minuto de su preciado y limitado tiempo.
Empleando la diplomacia secreta Fidel fue
el gestor de numerosas iniciativas de acercamiento entre ambos países.
Así lo reafirman los documentos de ambos lados que hemos podido
consultar.
A través del abogado James Donovan, quien
negoció con Fidel la liberación de los mercenarios presos a raíz de la
invasión de 1961, la periodista Lisa Howard y otras vías, el líder de la
Revolución hizo llegar al gobierno de Kennedy una y otra vez su
disposición de conversar en busca de un entendimiento. En agosto de 1961
Ernesto Che Guevara trasladó una rama de olivo al gobierno
estadounidense en un encuentro que sostuvo en Montevideo con el asesor
especial de Kennedy para asuntos latinoamericanos, Richard Goodwin. Es
imposible pensar que el Che actuara por su cuenta y no de común acuerdo
con el líder cubano. Fidel además envió un mensaje verbal al ya
presidente Lyndon Jonhnson a través de la periodista Lisa Howard en
1964, que entre otras cosas decía:…… “Dígale al Presidente (y no
puedo subrayar esto con demasiada fuerza) que espero seriamente que Cuba
y los Estados Unidos puedan sentarse en su momento en una atmósfera de
buena voluntad y de mutuo respeto a negociar nuestras diferencias. Creo
que no existen áreas polémicas entre nosotros que no puedan discutirse y
solucionarse en un ambiente de comprensión mutua. Pero primero, por
supuesto, es necesario analizar nuestras diferencias. Ahora, considero
que esta hostilidad entre Cuba y los Estados Unidos es tanto innatural
como innecesaria y puede ser eliminada”.[v]
Hasta a un furibundo adversario de la
Revolución Cubana como Richard Nixon tendió la mano Fidel de manera
confidencial. Los documentos desclasificados en los Estados Unidos
muestran que el 11 de marzo de 1969 el embajador suizo en La Habana,
Alfred Fischli, luego de haber tenido una entrevista con Fidel, en un
encuentro que sostuvo con el secretario de Estado de los Estados Unidos,
William P. Rogers, trasladó a este un mensaje no escrito del primer
ministro cubano en el que expresaba su voluntad negociadora. [vi]
Durante la administración Carter fueron
muchas las acciones de Fidel que mostraron su disposición de mejorar las
relaciones con los Estados Unidos. En el año 1978, aunque sin mostrarlo
como un gesto directo hacia los Estados Unidos, se liberaron en Cuba
miles de presos contrarrevolucionarios, lo cual evidenciaba un deseo de
la dirección cubana de reanimar el proceso de normalización de las
relaciones entre ambos países, congelado a partir de la entrada de
tropas cubanas en Etiopía. “En ese momento –recuerda Robert Pastor-,
llegué a la conclusión de que Castro vio esta iniciativa como una
manera de tratar de poner las discusiones sobre la normalización de
nuevo en marcha. No tenía la menor intención de negociar el papel de
Cuba en África a cambio de la normalización, pero tal vez pensó que
gestos positivos en los derechos humanos, prioridad de Carter, serían
suficientes. No lo eran”. [vii]
En el año 1977 Carter había señalado que
la clave para avanzar hacia una normalización de las relaciones con Cuba
eran los derechos humanos, pero en 1978 evidentemente este tema había
quedado desplazado frente al de la presencia militar cubana en África, y
las implicaciones de la misma en el marco del enfrentamiento
Este-Oeste. Podríamos mencionar muchísimos más ejemplos que aparecen en
el libro. Lo cierto es que la postura de Fidel ha sido siempre la de
estar en la mejor disposición al diálogo y la negociación con nuestro
vecino del Norte. Sin embargo, siempre ha insistido, con sobrada razón y
teniendo como respaldo el derecho internacional y un conocimiento
profundo de la Historia de Cuba, que este diálogo o negociación sea en
condiciones de igualdad y de respeto mutuo, y no persiga que Cuba ceda
ni un milímetro de su soberanía o abjure a alguno de sus principios.
Esta es hoy la misma postura –aunque con estilo propio- del
general-presidente Raúl Castro, así lo ha reafirmado en innumerables
discursos e intervenciones públicas.
III
Mientras la “normalización” de las
relaciones sea entendida por los Estados Unidos desde la dominación,
será imposible dar un salto histórico que permita a nuestras naciones
establecer una relación más civilizada. En la medida que los intereses
de seguridad imperial de la clase dominante en los Estados Unidos
continúen prevaleciendo por encima de los legítimos intereses de
seguridad nacional del pueblo norteamericano en el diseño y la
implementación de la política hacia Cuba, será quimérico pensar en la
posibilidad de un entendimiento que perdure en el tiempo. Lo paradójico
es que Cuba representa una garantía para los Estados Unidos en temas de
seguridad como: el narcotráfico, la migración, el tráfico de personas,
el terrorismo, el enfrentamiento a catástrofes naturales, entre otros.
Temas, algunos de los cuales generan a Washington continuos diferendos
con otros países a los que considera sus socios en la región. Avanzar en
todas aquellas áreas en que pueda haber un interés común, realmente
nacional, es la mejor vía por romper la inercia del desencuentro y una
cultura política que se remonta a los años en que fue diseñada la
llamada “política de la fruta madura”.
Obama tiene en estos dos libros que hoy
unimos numerosas lecciones y a la vez un consenso interno y externo que
jamás ha tenido presidente estadounidense alguno para hacer historia,
dejando atrás una política que cada día se vuelve más absurda y
obsoleta. El próximo 28 de octubre, en la Asamblea General de la ONU,
cuando el mundo vote nuevamente contra el bloqueo económico, comercial y
financiero impuesto a Cuba, se pondrá nuevamente de manifiesto.
Sabemos que el bloqueo no puede ser
levantado de un día para otro y que el legislativo estadounidense tiene
buena parte de las prerrogativas al respecto, pero el presidente Obama
podría usar sus facultades ejecutivas y como un primer paso hacia un
giro de política, retirar a Cuba de la lista de países terroristas y
liberar a los antiterroristas cubanos Gerardo Hernández, Ramón Labañino y
Antonio Guerrero de su injusto encierro. Estas medidas, además de que
estimularían la búsqueda de una salida humanitaria al caso del señor
Alan Gross, como ha señalado en reiteradas ocasiones el gobierno cubano,
despejarían el camino y crearían un clima más propicio para conversar y
negociar sobre otras cuestiones más complejas.
En realidad, cuando en su último discurso
de campaña, Obama dijo que conversaría con Cuba y eliminaría las
restricciones puestas a Cuba por su antecesor, aunque también dijo que
mantendría el bloqueo, era posible pensar que a estas alturas hubiera
podido haber adelantado algo más. Sobre todo, si prestamos atención a
sus primeros discursos en los que parecía exhibir coherencia y
respuestas lógicas a los problemas que Estados Unidos enfrentaba
entonces en su política exterior.
Pero hoy Obama parece haber retrocedido, tanto respecto a Cuba como en el resto de su política exterior.
En cuanto a Cuba, ha recrudecido el
bloqueo hasta lo inimaginable; frente a una actitud antibloqueo que ha
crecido más que nunca, incluso dentro de Estados Unidos. Si Obama
quisiera hacer cambios sustanciales en la política hacia Cuba, cuenta
hoy con las ventajas que no ha tenido ningún presidente. Si estuviese
dispuesto a eliminar el llamado por ellos obstáculo de Alan Gross, el
cambio sería solo el de un error en su trabajo de inteligencia contra
Cuba, por el borrado de la mancha que en el sistema legal
norteamericano representa mantener presos a los tres cubanos que aun
guardan cárcel en los Estados Unidos. Todo sería ganancia. Ese cambio,
como el presidente lo debe saber, no tiene la menor connotación para la
seguridad nacional norteamericana. Lo que si puede ser un problema, es
que el presidente retrase tanto el cambio, que el retorno de Gross a
Estados Unidos ya no tenga sentido.
Obama ha retardado tanto buscar
mejorar, por sí mismo, las relaciones con Cuba, que lo ha convertido
en un asunto de presiones para su ya fracasada política hacia América
Latina y el Caribe. Es difícil imaginar, salvo que tenga sobre si
brutales presiones, que hagan peligrar su persona, que Obama pueda
pensar, que con las condiciones que se dan en estos momentos, el costo
de cambiar la política hacia Cuba le vaya a ser sensiblemente
desfavorable. Obama está ciego si no es capaz de ver las ventajas que
tiene comenzar un serio cambio de política hacia Cuba. ¿Porqué o por
quién espera? ¿Cuántas señales más necesita? Nunca se habían acumulado
tantas señales, internas ni externas. La última señal se la ha el 12 de
octubre un editorial del New York Times bajo el título: “Tiempo de
acabar el Embargo a Cuba”.
Muchas Gracias
Notas
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